El martes tuve la ponencia inicial en el Congreso de Espiritualidad Claretiana que se está celebrando en el Centro Ágora de Santiago de Chile. Nos hemos dado cita unas 140 personas (claretianos, consagrados
y seglares) para conmemorar los 150 años de la llegada de los claretianos a
América. Dado que, tras la revolución de septiembre de 1868, tuvieron que salir
de España y refugiarse en el sur de Francia, el embarque se produjo en Burdeos
el 13 de diciembre de 1869. Bordeando el Cabo de Hornos, llegaron al puerto de Valparaíso
(Chile) el 21 de enero de 1879, tras casi cuarenta días de navegación. Eran
siete: cinco sacerdotes y dos misioneros hermanos. Esa misma noche se
dirigieron en tren a la capital, Santiago. Los comienzos no fueron fáciles,
pero no se echaron atrás. Hoy estamos presentes en todos los países de América,
desde Canadá hasta la Patagonia argentina, exceptuando las Antillas menores. San
Antonio María Claret, que fue arzobispo de Santiago de Cuba durante algo más de
seis años (1851-1857), calificó el continente de “viña joven”. Hoy, tras 150
años, se ha convertido ya en una “viña adulta” que necesita cuidados y podas
para seguir creciendo con vitalidad.
Mi ponencia trató
sobre algunas claves para vivir la espiritualidad misionera hoy. Si los
cristianos confesamos al Espíritu Santo como “señor y dador de vida”, esto significa que vivir “con Espíritu”
(eso es, en definitiva, la espiritualidad) implica vivir en plenitud, tal como
Jesús quería: “He venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Vivir no es un mero hecho
biológico. Vivir significa desarrollar las cinco relaciones básicas que nos configuran
como seres humanos: la autoconciencia (la relación con nosotros), la alteridad
(la relación con los demás), la mundanidad (la relación con el mundo), la
historicidad (la relación con el tiempo) y la religiosidad (la relación con
Dios). Repasé brevemente cada una de ellas para poner de relieve la novedad que
aporta Jesús y el modo como Claret y nuestros misioneros vivieron estas relaciones.
Cincuenta minutos no dan para mucho, pero en el tiempo de las preguntas tuve la
oportunidad de desarrollar y profundizar algunos puntos que habían suscitado el
interés de los participantes.
Estoy convencido –como
decía Karl Rahner en el ya lejano 1959– que el cristianismo del siglo XXI o
será místico o simplemente no será. Un místico es aquel o aquella que han experimentado
algo. Sin experiencia de cómo la acción del Espíritu afecta a las dimensiones
esenciales de nuestra vida es imposible saber adónde vamos, por qué vamos y con
quiénes vamos. Es verdad que hay muchas personas que viven en un estado de gran
confusión y aun de rabia, pero me parece más evidente la actitud de búsqueda.
En realidad, la confusión y la rabia son como el SOS extremo que lanzamos
cuando no encontramos motivos suficientes para seguir viviendo con dignidad y
alegría. Experimentamos que las cinco relaciones están deterioradas, pero no
sabemos cómo repararlas. Frente al narcisismo, el cainismo, el consumismo, el
hedonismo y el ateísmo (que son los virus que trastornan nuestra relación con nosotros
mismos, los otros, el mundo, el tiempo y Dios), el Evangelio nos muestra que
hay otro modo de vivir. Estamos llamamos a vivir como hijos (de Dios Padre),
hermanos (de todos los seres humanos), cuidadores (de la casa común),
peregrinos (en camino hacia la patria definitiva) y adoradores (de Dios en espíritu
y verdad).
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