A la entrada de la casa de retiros de Talagante (Chile), junto a la cabina de recepción, hay un cartel que indica con claridad el nombre de la red WiFi de la casa junto con la contraseña que hay que marcar para acceder a ella. De esta
forma, los usuarios de la casa pueden ahorrarse las típicas preguntas iniciales. Ya
se sabe que hoy “extra Internet nulla
salus” (fuera de Internet no hay salvación). Es el nuevo axioma soteriológico,
mucho más universal y exigente que el viejo “extra
ecclesia nulla salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación). Dependemos de
Internet para casi todo. Es curiosa la estampa de casi 40 misioneros de todas
las regiones del mundo buscando los rincones de la casa donde la señal es un
poco más fuerte. Unos están con sus ordenadores portátiles; otros con sus
tabletas o teléfonos móviles. Cualquier esfuerzo es aceptable con tal de
conseguir conectarse durante unos minutos a la telaraña mundial. En medio de un
recinto hermoso, con jardines amplios y llenos de diversas especies botánicas, enseguida
llegó la primera y más terrible frustración: ¡Internet funciona mal o no
funciona! No hay peor noticia para personas que dependen (dependemos) de esta
conexión mágica. Acostumbrados a disponer de fibra óptica y de una velocidad de
Fórmula 1, hemos regresado al tiempo de las carretas. La señal va y viene.
Cuando llega, se tarda una eternidad en descargar un archivo o enviar un
mensaje. La paciencia se pone a prueba. ¡Bienvenidos al pasado!
Sometidos a esta forzada
dieta digital, enseguida aparecen los primeros síntomas del síndrome de
abstinencia. Caemos en la cuenta de nuestra dependencia de Internet. Estamos enganchados
a la red como los toxicómanos a la cocaína y otras sustancias. ¿Qué hago yo
ahora para conectarme a Skype y hablar con mi madre para decirle que he llegado
bien y que Chile no es un campo de batalla? Una vez que hemos decidido hacer un
encuentro paper-free (sin papeles) o eco-friendly (por emplear una palabra al
uso), ¿cómo podemos enviar los documentos de trabajo a través de WhatsApp si la línea se viene abajo cada
dos por tres? ¿Qué les voy a decir a las personas que siguen enviándome correos
electrónicos o mensajes a través de Facebook
cuando se den cuenta de que ya no puedo responderles a los pocos segundos o
minutos, sino que, con un poco de suerte, tal vez pueda hacerlo dentro de 24
horas? ¿Cómo voy a leer los periódicos digitales de España e Italia para saber
si Pedro Sánchez se ha inventado un ministerio más o Salvini ha dicho una nueva
barbaridad para que se hable de ella en el Telegiornale?
¿Qué puedo hacer para saber la temperatura que hace en Vinuesa o en Roma y
compararla con los 30 grados de Talagante? ¿Cómo conseguiré hacer mi
facturación on line antes de regresar
a Roma el próximo día 26? Y –lo que es más importante para los lectores de este
benemérito Rincón–, ¿cómo me las voy
a ingeniar para subir a la red la entrada diaria? Estoy que no aguanto una pregunta más.
Me permito
ironizar con esta situación sobrevenida para poner de relieve hasta qué punto
nuestra vida moderna –al menos la de quienes nos movemos en ciertos ambientes–
depende tanto de Internet. ¡Y eso que no he hablado de movimientos bancarios u
otras acciones que realizamos a menudo! Y, sin embargo, los que no somos
nativos digitales, hemos vivido muchos años sin Internet y la vida seguía su
curso sin especiales aspavientos. Incluso hoy en nuestros países
informatizados, hay gente que vive con serenidad sin acceder nunca a Internet. Se
pierden muchas oportunidades, pero tal vez disfrutan de un sosiego que quienes
navegamos desde hace años en la red hemos perdido, al menos en parte. Nos hemos
creado tantas necesidades (casi siempre con causa justificada), que nos resulta
difícil vivir desconectados, olvidarnos de los que están lejos para
concentrarnos en quienes tenemos cerca, visitar menos páginas digitales y
disfrutar más con el paisaje que nos rodea, emplear menos tiempo en navegar y
más en conversar, demorar el tratamiento de algunos asuntos para que, en la
medida de lo posible, se resuelvan con el paso del tiempo, sin la angustia de
quien quiere todo al instante. La vida sin Internet era algo más trabajosa,
pero tenía un encanto que ha desaparecido para siempre. Por cierto, ¿cuándo
demonios va venir el técnico para poner en orden esta maldita red? ¿Es que no sabe que aquí
hay un gobierno general y 30 provinciales de todo el mundo que necesitan estar
conectados las 24 horas del día y de la noche para que todo discurra comme il faut? Seriedad, señores,
estamos en el siglo XXI.
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