Después de 14 horas de vuelo continuo en un viejo Boeing 777 de Alitalia y casi 12.000 kilómetros recorridos, llegué ayer por la mañana a Santiago de Chile. Salvo las fuertes turbulencias al sobrevolar el desierto del Sahara, fue un
vuelo tranquilo y aburrido. Como el sistema de entretenimiento era muy obsoleto, no vi ni siquiera una mísera película. Lo intenté varias veces, pero tanto la imagen como el sonido eran de muy mala calidad, así que preferí dormir. Al atravesar la cordillera de los Andes, me asomé por la ventanilla. Estamos en el verano austral, pero en las cumbres más altas se veían todavía corros de nieve.
Mientras escribo la entrada de hoy, el termómetro
marca 32 grados de temperatura en nuestra casa de retiros de Talagante. A esta misma
hora, en Roma tienen solo 6. El cuerpo tiene que acostumbrarse a un nuevo cambio. ¡Menos mal que la diferencia horaria es de solo cuatro horas! Durante un par de semanas, los miembros del
gobierno general vamos a estar reunidos aquí con todos los provinciales del mundo para empezar la preparación del próximo Capítulo General, que tendrá lugar en agosto de 2021. Bueno, con todos no, porque algunos de África no han logrado su visado para
entrar en este país andino. Terminaremos con un Congreso de Espiritualidad en
el que celebraremos los 150 años de la llegada de los claretianos a América. En su momento diré alguna cosa sobre él.
En el trayecto
del aeropuerto a nuestro destino he charlado un buen trato con el taxista, un
hombre abierto y con ganas de hablar. Como era lógico, le he preguntado por lo
que está pasando en Chile en los últimos meses. Sin pelos en la lengua, me ha
confesado que en las últimas elecciones él había votado a Sebastián Piñera (a
su juicio, el menos malo de todos los candidatos), pero que estaba muy
decepcionado con su actuación. Añadió más cosas interesantes. La primera es que
se admiraba mucho de que la opinión pública mundial (aleccionada por algunos
medios controlados por la oligarquía local) se hubiera extrañado de las revueltas
en el publicitado como el país más estable de América Latina. Según él, llevaban
años incubándose.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que un trabajador cobre
alrededor del 30% de su salario en el momento de la jubilación? Con pensiones
tan raquíticas es imposible vivir dignamente. Estaba furioso de que unas 30
grandes familias controlen la economía del país en connivencia con empresas multinacionales que se han hecho cargo de las grandes obras privatizadas. No
tengo suficientes elementos de juicio para dar mi opinión, pero puedo asegurar
que el taxista no venía de las filas de un partido de la izquierda radical,
sino que había votado a un candidato de derechas y sostenía que la mayor estabilidad
del país la había logrado el dictador Pinochet, a quien, por otra parte, odiaba
por sus crímenes horrendos.
Estamos a unos 30
kilómetros de la capital. Aquí no hay manifestaciones y protestas, aunque he
visto varias pintadas en los muros de nuestra casa, no precisamente amables. Parece
evidente que la población está harta de que se presente a Chile como un país modélico,
cuando, en realidad, es pura fachada. Las desigualdades son sangrantes. Las
grandes multinacionales controlan la riqueza del país. “¡Que se vayan –decía el
taxista– y dejen de expoliar nuestros
recursos mineros y marítimos!”. Una de las críticas que él hacía a Piñera es
que se ha rodeado de una especie de guardia pretoriana de políticos y asesores
de segundo nivel y no escucha a la gente de la calle.
No es que la llamada “gente
de la calle” tenga siempre razón en todo lo que dice, pero es imprescindible
escuchar esta voz. También la Iglesia debe hacerlo con más audacia. No quiero
convertir a este taxista accidental en una especie de portavoz autorizado del
pueblo chileno, pero me agradó comenzar mi estancia en este país con un diálogo
vibrante, simpático y popular. Ahora me dispongo a comenzar el Tiempo Ordinario
cambiando otra vez el chip de mi vida
itinerante. Es en la cotidianeidad donde mejor escuchamos la voz de ese Jesús
que sí supo escuchar las quejas y aspiraciones de la gente del pueblo y dio cumplida
respuesta, aunque no siempre en línea con sus expectativas.
Siempre un placer leerte Gonzalo.
ResponderEliminar