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lunes, 13 de enero de 2020

La voz del taxista

Después de 14 horas de vuelo continuo en un viejo Boeing 777 de Alitalia y casi 12.000 kilómetros recorridos, llegué ayer por la mañana a Santiago de Chile. Salvo las fuertes turbulencias al sobrevolar el desierto del Sahara, fue un vuelo tranquilo y aburrido. Como el sistema de entretenimiento era muy obsoleto, no vi ni siquiera una mísera película. Lo intenté varias veces, pero tanto la imagen como el sonido eran de muy mala calidad, así que preferí dormir. Al atravesar la cordillera de los Andes, me asomé por la ventanilla. Estamos en el verano austral, pero en las cumbres más altas se veían todavía corros de nieve. 

Mientras escribo la entrada de hoy, el termómetro marca 32 grados de temperatura en nuestra casa de retiros de Talagante. A esta misma hora, en Roma tienen solo 6. El cuerpo tiene que acostumbrarse a un nuevo cambio. ¡Menos mal que la diferencia horaria es de solo cuatro horas! Durante un par de semanas, los miembros del gobierno general vamos a estar reunidos aquí con todos los provinciales del mundo para empezar la preparación del próximo Capítulo General, que tendrá lugar en agosto de 2021. Bueno, con todos no, porque algunos de África no han logrado su visado para entrar en este país andino. Terminaremos con un Congreso de Espiritualidad en el que celebraremos los 150 años de la llegada de los claretianos a América. En su momento diré alguna cosa sobre él.

En el trayecto del aeropuerto a nuestro destino he charlado un buen trato con el taxista, un hombre abierto y con ganas de hablar. Como era lógico, le he preguntado por lo que está pasando en Chile en los últimos meses. Sin pelos en la lengua, me ha confesado que en las últimas elecciones él había votado a Sebastián Piñera (a su juicio, el menos malo de todos los candidatos), pero que estaba muy decepcionado con su actuación. Añadió más cosas interesantes. La primera es que se admiraba mucho de que la opinión pública mundial (aleccionada por algunos medios controlados por la oligarquía local) se hubiera extrañado de las revueltas en el publicitado como el país más estable de América Latina. Según él, llevaban años incubándose. 

¿Cómo es posible, por ejemplo, que un trabajador cobre alrededor del 30% de su salario en el momento de la jubilación? Con pensiones tan raquíticas es imposible vivir dignamente. Estaba furioso de que unas 30 grandes familias controlen la economía del país en connivencia con empresas multinacionales que se han hecho cargo de las grandes obras privatizadas. No tengo suficientes elementos de juicio para dar mi opinión, pero puedo asegurar que el taxista no venía de las filas de un partido de la izquierda radical, sino que había votado a un candidato de derechas y sostenía que la mayor estabilidad del país la había logrado el dictador Pinochet, a quien, por otra parte, odiaba por sus crímenes horrendos.

Estamos a unos 30 kilómetros de la capital. Aquí no hay manifestaciones y protestas, aunque he visto varias pintadas en los muros de nuestra casa, no precisamente amables. Parece evidente que la población está harta de que se presente a Chile como un país modélico, cuando, en realidad, es pura fachada. Las desigualdades son sangrantes. Las grandes multinacionales controlan la riqueza del país. “¡Que se vayan –decía el taxista–  y dejen de expoliar nuestros recursos mineros y marítimos!”. Una de las críticas que él hacía a Piñera es que se ha rodeado de una especie de guardia pretoriana de políticos y asesores de segundo nivel y no escucha a la gente de la calle. 

No es que la llamada “gente de la calle” tenga siempre razón en todo lo que dice, pero es imprescindible escuchar esta voz. También la Iglesia debe hacerlo con más audacia. No quiero convertir a este taxista accidental en una especie de portavoz autorizado del pueblo chileno, pero me agradó comenzar mi estancia en este país con un diálogo vibrante, simpático y popular. Ahora me dispongo a comenzar el Tiempo Ordinario cambiando otra vez el chip de mi vida itinerante. Es en la cotidianeidad donde mejor escuchamos la voz de ese Jesús que sí supo escuchar las quejas y aspiraciones de la gente del pueblo y dio cumplida respuesta, aunque no siempre en línea con sus expectativas.

1 comentario:

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