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miércoles, 15 de enero de 2020

La cultura del "buen trato"

Ayer dedicamos todo el día a poner nombre a las enfermedades que nos están robando vitalidad misionera y a escuchar las llamadas que Dios nos dirige en la situación de nuestros pueblos y de las iglesias particulares en las que estamos presentes los misioneros claretianos. Las cosas fueron saliendo con fluidez en un proceso colectivo de discernimiento. Es increíble la energía que se genera cuando prestamos atención a la palabra de cada persona, cuando no desaprovechamos los muchos talentos que un grupo posee. Se produce un milagro de mutiplicación, a partir de “cinco panes y dos peces”, se puede organizar un verdadero banquete para muchos. Lo importante es que nadie sea y se sienta excluido.

Me fijo solo en uno de los muchos asuntos abordados. Es evidente que la Iglesia ha perdido credibilidad en muchos lugares a lo largo de los últimos años. Los casos de abusos sexuales, económicos y de poder han sido el detonante, pero la raíz es más profunda. Se pierde la credibilidad cuando no hay autenticidad, cuando uno no es lo que dice ser y lo que pide a los demás que sean. La credibilidad no se gana a base de campañas de imagen, sino viviendo los valores que hacen de la Iglesia la comunidad de Jesús (o sea, el Evangelio). En ese camino de purificación cobra mucha importancia la cultura del “buen trato”. De ella se viene hablando desde hace años en ámbitos educativos y empresariales. Las iglesias latinoamericanas la han incorporado a sus líneas pastorales. Tratar bien a las personas es lo que hacía Jesús. Sus seguidores tendríamos que hacer lo mismo, pero –como la experiencia muestra– no es algo tan obvio. Por eso es preciso trabajar en ello.

El clericalismo es una enfermedad que afecta a muchos sacerdotes y religiosos. El papa Francisco la ha denunciado en numerosas ocasiones, aunque con un éxito escaso. Consiste en creer que el sacramento de la ordenación o la profesión religiosa les confieren un halo de superioridad con respecto a las demás personas.  Protegidos por esta falsa convicción, se sienten libres para “abusar” de los demás con la secreta esperanza de quedar impunes. Llevamos décadas desenmascarando los abusos sexuales cometidos contra menores y personas vulnerables, pero los abusos se extienden también al campo de las relaciones de trabajo, la economía y, en definitiva, la concepción de la Iglesia. Es preciso desaprender actitudes y hábitos muy arraigados y aprender una nueva cultura del “buen trato”. La mayoría de los sacerdotes que yo conozco son personas que saben tratar a los demás con respeto y delicadeza, pero es no significa que no estén influidos por la cultura del dominio y del autoritarismo. Buen trato significa, por ejemplo, que en las parroquias haya una completa transparencia económica, que los laicos lleven la gestión ordinaria de los recursos y que el sacerdote reciba lo necesario para su digno sustento, pero que no sea quien decida y controle todo. En algunos países esta es la práctica común y las cosas funcionan con normalidad. En otros, los sacerdotes suelen quejarse de que los fieles son poco generosos y que las donaciones no son suficientes para el mantenimiento de la parroquia, pero no hacen nada por involucrarlos desde la conciencia de que todos somos Iglesia. Sigue habiendo una gran opacidad con respecto a las entradas y salidas, lo que explica en parte el desinterés y hasta la tacañería de los fieles. ¿No es esta práctica una forma de maltrato?

También me parece una forma de maltrato ejercer el servicio de responsabilidad desde actitudes autoritarias. Quizá en el pasado muchas personas callaban la boca ante los sacerdotes que decían “Esto se hace así porque lo mando yo”, pero hoy estos hábitos son injustificables. Hemos tomado conciencia de que la Iglesia la formamos todos los bautizados, con nuestros derechos y deberes. Caminamos juntos, discernimos juntos, celebramos juntos y nos comprometemos juntos. Cada persona debe ser tratada con exquisito respeto. El buen responsable de comunidad es el que sabe sacar partido de los dones de cada uno de los miembros, no el que impone siempre su voluntad y oculta su incompetencia tras  modos autoritarios. Entrando en el ámbito afectivo y sexual, buen trato significa saber mantener los límites de relaciones sanas, no aprovecharse de la autoridad para coaccionar o chantajear a otras personas a cambio de favores sexuales o de otras prácticas que suponen una grave vulneración de la dignidad de las personas y de los propios compromisos sacerdotales o religiosos. El buen trato se caracteriza por la delicadeza, la transparencia, la empatía y la compasión. Solo a través de esta cultura se podrá recuperar la credibilidad perdida. Hay mucho trabajo por hacer, pero la orientación es clara.


1 comentario:

  1. Gonzalo, escribes: ...se sienten libres para “abusar” de los demás con la secreta esperanza de quedar impunes... Personalmente, me cuesta creer que se haya podido dar tanto maltrato... aunque todavía hoy ha salido una nueva noticia de Francia y que el sacerdote la reconoce... Me pregunto ¿qué espiritualidad se ha transmmitido en medio de tanto follón? Me imaginaba la noche de san Juan, frente a una grande hoguera, su luz no deja ver las pequeñas o grandes hogueras esparcidas por todo el territorio... Me imagino lo mismo en la Iglesia, tanto abuso de poder, en el plano que sea, no deja vislumbrar toda la espiritualidad firme y profunda que habéis transmitido,con vuestro testimonio y con fuerza y serenidad,los que os habéis mantenido fieles a vuestra vocación. En estos momentos quiero daros, a los Misioneros claretianos, todo el testimonio que me habéis transmmitido... Gracias especialmente a ti, Gonzalo.

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