Ayer dedicamos todo el día a poner nombre a las enfermedades que nos están robando vitalidad misionera y a escuchar las llamadas que Dios nos dirige en la situación de nuestros pueblos y de las iglesias particulares en las que estamos presentes los misioneros claretianos. Las cosas fueron saliendo con fluidez en un proceso
colectivo de discernimiento. Es increíble la energía que se genera cuando prestamos atención a la palabra de cada persona, cuando no desaprovechamos los muchos talentos que un grupo posee. Se produce un milagro de mutiplicación, a partir de “cinco panes y dos peces”, se puede organizar un verdadero banquete para muchos. Lo importante es que nadie sea y se sienta excluido.
Me fijo solo en uno de los muchos asuntos abordados. Es evidente que la Iglesia ha perdido credibilidad en muchos lugares a lo largo de los últimos años. Los casos de abusos sexuales, económicos y de poder han sido el detonante, pero la raíz es más profunda. Se pierde la credibilidad cuando no hay autenticidad, cuando uno no es lo que dice ser y lo que pide a los demás que sean. La credibilidad no se gana a base de campañas de imagen, sino viviendo los valores que hacen de la Iglesia la comunidad de Jesús (o sea, el Evangelio). En ese camino de purificación cobra mucha importancia la cultura del “buen trato”. De ella se viene hablando desde hace años en ámbitos educativos y empresariales. Las iglesias latinoamericanas la han incorporado a sus líneas pastorales. Tratar bien a las personas es lo que hacía Jesús. Sus seguidores tendríamos que hacer lo mismo, pero –como la experiencia muestra– no es algo tan obvio. Por eso es preciso trabajar en ello.
Me fijo solo en uno de los muchos asuntos abordados. Es evidente que la Iglesia ha perdido credibilidad en muchos lugares a lo largo de los últimos años. Los casos de abusos sexuales, económicos y de poder han sido el detonante, pero la raíz es más profunda. Se pierde la credibilidad cuando no hay autenticidad, cuando uno no es lo que dice ser y lo que pide a los demás que sean. La credibilidad no se gana a base de campañas de imagen, sino viviendo los valores que hacen de la Iglesia la comunidad de Jesús (o sea, el Evangelio). En ese camino de purificación cobra mucha importancia la cultura del “buen trato”. De ella se viene hablando desde hace años en ámbitos educativos y empresariales. Las iglesias latinoamericanas la han incorporado a sus líneas pastorales. Tratar bien a las personas es lo que hacía Jesús. Sus seguidores tendríamos que hacer lo mismo, pero –como la experiencia muestra– no es algo tan obvio. Por eso es preciso trabajar en ello.
El clericalismo
es una enfermedad que afecta a muchos sacerdotes y religiosos. El papa Francisco la ha denunciado en numerosas ocasiones, aunque con un éxito escaso. Consiste en
creer que el sacramento de la ordenación o la profesión religiosa les confieren
un halo de superioridad con respecto a las demás personas. Protegidos por esta falsa convicción, se
sienten libres para “abusar” de los demás con la secreta esperanza de quedar
impunes. Llevamos décadas desenmascarando los abusos sexuales cometidos contra
menores y personas vulnerables, pero los abusos se extienden también al campo
de las relaciones de trabajo, la economía y, en definitiva, la concepción de la
Iglesia. Es preciso desaprender actitudes y hábitos muy arraigados y aprender
una nueva cultura del “buen trato”. La mayoría de los sacerdotes que yo conozco
son personas que saben tratar a los demás con respeto y delicadeza, pero es no significa
que no estén influidos por la cultura del dominio y del autoritarismo. Buen
trato significa, por ejemplo, que en las parroquias haya una completa transparencia
económica, que los laicos lleven la gestión ordinaria de los recursos y que el sacerdote
reciba lo necesario para su digno sustento, pero que no sea quien decida y controle todo. En algunos países esta es la práctica común y las cosas funcionan con
normalidad. En otros, los sacerdotes suelen quejarse de que los fieles son poco
generosos y que las donaciones no son suficientes para el mantenimiento de la
parroquia, pero no hacen nada por involucrarlos desde la conciencia de que
todos somos Iglesia. Sigue habiendo una gran opacidad con respecto a las
entradas y salidas, lo que explica en parte el desinterés y hasta la tacañería
de los fieles. ¿No es esta práctica una forma de maltrato?
También me parece
una forma de maltrato ejercer el servicio de responsabilidad desde actitudes autoritarias.
Quizá en el pasado muchas personas callaban la boca ante los sacerdotes que
decían “Esto se hace así porque lo mando yo”, pero hoy estos hábitos son injustificables.
Hemos tomado conciencia de que la Iglesia la formamos todos los bautizados, con
nuestros derechos y deberes. Caminamos juntos, discernimos juntos, celebramos
juntos y nos comprometemos juntos. Cada persona debe ser tratada con exquisito
respeto. El buen responsable de comunidad es el que sabe sacar partido de los
dones de cada uno de los miembros, no el que impone siempre su voluntad y
oculta su incompetencia tras modos
autoritarios. Entrando en el ámbito afectivo y sexual, buen trato significa
saber mantener los límites de relaciones sanas, no aprovecharse de la autoridad
para coaccionar o chantajear a otras personas a cambio de favores sexuales o de
otras prácticas que suponen una grave vulneración de la dignidad de las personas
y de los propios compromisos sacerdotales o religiosos. El buen trato se
caracteriza por la delicadeza, la transparencia, la empatía y la compasión. Solo
a través de esta cultura se podrá recuperar la credibilidad perdida. Hay mucho trabajo por hacer, pero la orientación es clara.
Gonzalo, escribes: ...se sienten libres para “abusar” de los demás con la secreta esperanza de quedar impunes... Personalmente, me cuesta creer que se haya podido dar tanto maltrato... aunque todavía hoy ha salido una nueva noticia de Francia y que el sacerdote la reconoce... Me pregunto ¿qué espiritualidad se ha transmmitido en medio de tanto follón? Me imaginaba la noche de san Juan, frente a una grande hoguera, su luz no deja ver las pequeñas o grandes hogueras esparcidas por todo el territorio... Me imagino lo mismo en la Iglesia, tanto abuso de poder, en el plano que sea, no deja vislumbrar toda la espiritualidad firme y profunda que habéis transmitido,con vuestro testimonio y con fuerza y serenidad,los que os habéis mantenido fieles a vuestra vocación. En estos momentos quiero daros, a los Misioneros claretianos, todo el testimonio que me habéis transmmitido... Gracias especialmente a ti, Gonzalo.
ResponderEliminar