Llueve con furia a esta primera hora de la mañana. Lo habían anunciado. Es probable que, a medida que avance el día,
la lluvia se transforme en nieve. Al menos, eso es lo que han dicho con
respecto a los lugares que se encuentran a más de 800 metros de altura. Hoy
sabemos con varios días de antelación qué tiempo va a hacer. Los informativos
dedican mucho espacio a informar sobre borrascas, anticiclones, isobaras, etc.
Todos nos hemos convertido en meteorólogos aficionados. El tiempo es un asunto que sigue interesando, y no solo en el Reino Unido, donde –dada la variabilidad
de su meteorología– es un tema recurrente en las conversaciones diarias.
Pienso en las palabras de Jesús: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?” (Lc 12,54-56). La crítica sigue alcanzándonos. Sabemos predecir el tiempo que va a hacer. Nos cuesta más interpretar lo que está pasando en nuestro mundo. Nos hemos vuelto casi insensibles a los “signos de Dios” en el tiempo presente. Estamos ante la primera generación incrédula de la historia.
Pienso en las palabras de Jesús: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?” (Lc 12,54-56). La crítica sigue alcanzándonos. Sabemos predecir el tiempo que va a hacer. Nos cuesta más interpretar lo que está pasando en nuestro mundo. Nos hemos vuelto casi insensibles a los “signos de Dios” en el tiempo presente. Estamos ante la primera generación incrédula de la historia.
Sabemos interpretar
el tiempo meteorológico, pero no la historia. Lo compruebo estos días a propósito de lo que está
pasando en Chile, Bolivia y España. Tomo como botón de muestra lo sucedido en el país andino. Recibo audios y mensajes de WhatsApp contradictorios. Para unos –los partidarios de Evo Morales–
lo de Bolivia ha sido un claro golpe de estado organizado “por el imperio” (léase
Estados Unidos) en connivencia con las élites derechistas y racistas del país. Para
otros –contrarios al caudillismo de Evo Morales– ha sido la reacción airada de
un pueblo –y de unas fuerzas armadas– hartos de la deriva autoritaria de su presidente
y del fraude electoral en los recientes comicios. La polémica está servida. Es
casi imposible distinguir entre hechos objetivos e interpretaciones ideológicas.
Cada bando encuentra argumentos contundentes para rebatir al contrario.
Algo parecido está sucediendo en España en relación con Cataluña. Para algunos, el movimiento independentista es una flagrante alteración del orden constitucional; para otros, la expresión libre y cívica (aunque cada vez menos) de un pueblo que lucha por el derecho a su autodeterminación. Posiciones encontradas se han dado después de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hayan firmado un preacuerdo de investidura y de gobierno. Para algunos, se trata de una solución que busca la gobernabilidad del país asegurando un gobierno “progresista” (nótese con cuánto énfasis se acentúa este equívoco adjetivo en el texto firmado); para otros, es un malabarismo más de un presidente que ha perdido toda credibilidad y que es capaz de cualquier contradicción con tal de mantenerse en el poder.
Algo parecido está sucediendo en España en relación con Cataluña. Para algunos, el movimiento independentista es una flagrante alteración del orden constitucional; para otros, la expresión libre y cívica (aunque cada vez menos) de un pueblo que lucha por el derecho a su autodeterminación. Posiciones encontradas se han dado después de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hayan firmado un preacuerdo de investidura y de gobierno. Para algunos, se trata de una solución que busca la gobernabilidad del país asegurando un gobierno “progresista” (nótese con cuánto énfasis se acentúa este equívoco adjetivo en el texto firmado); para otros, es un malabarismo más de un presidente que ha perdido toda credibilidad y que es capaz de cualquier contradicción con tal de mantenerse en el poder.
Es muy difícil interpretar
los “signos de los tiempos”. Cada uno de nosotros vemos la realidad con las
gafas de nuestras experiencias, expectativas, temores e intereses. Nos cuesta
acercarnos a los hechos desnudos, quizá porque no existe una desnudez pura.
Todo acontecimiento está revestido de interpretación. Solo en el contraste honrado
entre varias interpretaciones podemos acercarnos a los hechos. Si esto sucede
con acontecimientos de los cuales somos protagonistas en mayor o menor medida, ¿qué
no sucederá con lo relativo a Dios? En este campo, se da una paradójica
situación: los más expertos suelen ser los que peor perciben los signos de los tiempos
de Dios, mientras que los más sencillos tienen como un radar especial para detectar
el paso de Dios por nuestra vida.
También Jesús nos ha dejado una pista clara: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25). Personalmente, soy muy aficionado a leer libros y periódicos (impresos o digitales) que me ofrezcan claves de interpretación de lo que nos está pasando, pero me fío más del “sexto sentido” de los pequeños porque, en definitiva, a través de su sencillez, el Espíritu Santo nos está ofreciendo la luz que necesitamos para discernir los signos de los tiempos. ¡Lástima que una cultura demasiado racionalista desprecie esta sabiduría y no sepa acoger su clarividencia y profundidad! No nos extrañemos, entonces, de que mucha gente se sienta confusa, perdida, deprimida y enojada.
También Jesús nos ha dejado una pista clara: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25). Personalmente, soy muy aficionado a leer libros y periódicos (impresos o digitales) que me ofrezcan claves de interpretación de lo que nos está pasando, pero me fío más del “sexto sentido” de los pequeños porque, en definitiva, a través de su sencillez, el Espíritu Santo nos está ofreciendo la luz que necesitamos para discernir los signos de los tiempos. ¡Lástima que una cultura demasiado racionalista desprecie esta sabiduría y no sepa acoger su clarividencia y profundidad! No nos extrañemos, entonces, de que mucha gente se sienta confusa, perdida, deprimida y enojada.
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