¿Por qué la vida política es tan compleja? Lo que sucedió el pasado domingo en España parece
seguir un guion que ya hemos visto en otros lugares. No soy ningún adivino,
pero el pasado 18
de septiembre escribí que a Pedro Sánchez podría salirle el tiro por la
culata al convocar nuevas elecciones. Y así ha sido. David Cameron
quiso salir fortalecido dentro del levantisco Partido Conservador británico.
Para ello convocó el referéndum sobre el Brexit
con el convencimiento de que lo iba a ganar. Lo perdió. Juan Manuel Santos
convocó a los colombianos a votar a favor del acuerdo firmado con las FARC y de
paso salir fortalecido. Lo perdió. Matteo Renzi también
hizo un referéndum en Italia sobre la reforma constitucional del que esperaba salir
victorioso. Lo perdió. Pedro Sánchez
convocó nuevas elecciones en España con la esperanza de obtener los suficientes
diputados como para no depender de los demás partidos y de esta manera
reafirmar su liderazgo en el PSOE. Ha
ganado las elecciones, pero ha perdido votantes y diputados, de manera que
la situación es ahora más complicada que el pasado mes de abril. Los analistas
políticos están poniendo sobre la mesa los muchos factores que han
influido en los resultados, pero hay un denominador común. Cuando el votante
intuye que un líder político prima sus intereses personales sobre el bien
común, acaba castigándolo. Tenemos ejemplos suficientes en los últimos años
como para no seguir cometiendo los mismos errores.
Algunos analistas
políticos creen que el tradicional “bipartidismo” ha sido sustituido por el
moderno “bibloquismo”. Ya no hay dos partidos en liza (PSOE y PP), sino dos
bloques: el de izquierda (PSOE, UP, MP) y el de derecha (PP, CS, Vox). Ninguno
de los dos reúne el suficiente número de escaños como para lograr la mayoría
absoluta. Los bloques tienen a gala no pactar con el bloque “enemigo” porque
consideran que sus políticas son “diametralmente” (este adverbio es muy usado
por los políticos) opuestas. En algunos puntos es evidente, pero hay otros
muchos en los que podrían llegar a acuerdos si tuvieran como objetivo el bien
común y la estabilidad que el país necesita. ¿Se llegará esta vez a algo
parecido? Me temo que no. En otros países se ha hecho. Los beneficios han sido
significativos. No creo que en España se produzca este “milagro” democrático. Se
habla de pactos dentro de cada bloque, pero no de pactos que rompan los
bloques. Provenimos de una cultura frentista y poco pactista, aunque ha habido
excepciones muy significativas, desde los Pactos de la Moncloa
(1977) y la aprobación de la Constitución (1978) hasta acuerdos más
recientes; por ejemplo, el Pacto de Toledo (1995)
sobre las pensiones. Para llegar a algo semejante hoy se necesitarían líderes
menos egocéntricos, con una clara visión de la historia pasada y con una mirada
de largo alcance. Y se necesitaría, sobre todo, una idea de estado que
integrara las diversas visiones que se han ido abriendo paso en los últimos
años.
El concepto de
pacto o de “alianza” tiene un fuerte fundamento bíblico. La Eucaristía se
presenta como el gran sacramento de la “nueva alianza”. Ahora bien, no se crea una realidad
nueva sin aceptar la propia muerte. Todo pacto implica “morir” a algo de uno
mismo para “resucitar” a una nueva realidad. Sin esta lógica pascual, no hay
forma de superar la lógica de frentes o bloques. No es, pues, una cuestión de
aritmética política, sino de un sueño compartido. La Unión Europa, por ejemplo,
se fue abriendo paso entre países que se
habían enfrentado hasta la sangre en numerosas ocasiones a lo largo de la
historia (y, de manera, brutal en el siglo XX). Nada hacía prever, por ejemplo,
que fuera posible sentar juntos a alemanes y franceses. Y, sin embargo, se fue
haciendo un camino. Los frutos son evidentes, por más que hoy muchos (desde
dentro y desde fuera) cuestionen la Unión y hagan todo lo posible por
torpedearla.
Pareciera que los seres humanos somos genéticamente frentistas más
que pactistas, como si los acuerdos y la paz fueran solo paréntesis en una
historia dominada por los enfrentamientos y la guerra. Nos cuesta construir
juntos. Preferimos afilar las armas y batirnos en campo abierto. Esperemos que
haya algunos líderes con una visión más profética y ciudadanos con ganas de
caminar juntos y no enfrentados. Como cristiano, creo que “ahora, gracias al Mesías Jesús y en virtud de su sangre, los que un
tiempo estabais lejos, estáis cerca. Él es nuestra paz, el que de dos hizo uno,
derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando la ley con
sus preceptos y cláusulas, creando así en su persona, de dos una sola y nueva humanidad,
haciendo las paces” (Ef 2,13-15). Cuando uno acepta morir por el bien de los demás, no hay muro que se resista.
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