El título de la entrada de hoy no guarda relación con un hecho que ayer fue noticia de primera plana en España, sino con “el día después” de la fiesta de san Antonio María Claret. A lo largo de la jornada de ayer recibí numerosas felicitaciones de amigos de todo el mundo, casi tantas como en Navidad o el día del cumpleaños. Me sorprendieron algunas de personas que no imaginaba que pudieran saber quién es Claret. Como todos los años, a media tarde, nos concentramos en la basílica del Corazón de María de Roma los miembros de los diversos grupos de la Familia Claretiana que vivimos en la Ciudad Eterna. Afuera llovía. Era un típico día de otoño. Como la basílica es inmensa, daba la impresión de que éramos cuatro gatos, pero nos juntamos alrededor de 200 personas, de las cuales unas 50 éramos misioneros claretianos. La misa transcurrió con normalidad y sencillez.
Acabada la celebración eucarística, pasamos a las dependencias de nuestra curia general. En una de las salas de la planta baja bendijimos e inauguramos el nuevo museo-capilla Claret, imaginado por las mismas diseñadoras que proyectaron el museo de la casa natal de Claret en Sallent (Barcelona). Además de recoger las principales reliquias y recuerdos de nuestro fundador que conservamos en Roma, lo que hace especial este nuevo museo es que se convierte también en oratorio para rezar e incluso celebrar la Eucaristía. Un pequeño altar, a modo de tela que desciende hacia el suelo, recuerda el origen tejedor de Claret. El color naranja fuego contrasta con los ocres y grises de las paredes y del suelo. Las reliquias que se ven al fondo se convierten entonces en un verdadero retablo. En una de las esquinas se yergue la imagen de la Virgen ante la cual solía orar Claret cuando se hospedó en el convento mercedario de san Adrián durante el Concilio Vaticano I. Con su expresión dulce y su gesto delicado, María se convierte en la verdadera cicerone para cuantos entran en este recinto.
Acabada la celebración eucarística, pasamos a las dependencias de nuestra curia general. En una de las salas de la planta baja bendijimos e inauguramos el nuevo museo-capilla Claret, imaginado por las mismas diseñadoras que proyectaron el museo de la casa natal de Claret en Sallent (Barcelona). Además de recoger las principales reliquias y recuerdos de nuestro fundador que conservamos en Roma, lo que hace especial este nuevo museo es que se convierte también en oratorio para rezar e incluso celebrar la Eucaristía. Un pequeño altar, a modo de tela que desciende hacia el suelo, recuerda el origen tejedor de Claret. El color naranja fuego contrasta con los ocres y grises de las paredes y del suelo. Las reliquias que se ven al fondo se convierten entonces en un verdadero retablo. En una de las esquinas se yergue la imagen de la Virgen ante la cual solía orar Claret cuando se hospedó en el convento mercedario de san Adrián durante el Concilio Vaticano I. Con su expresión dulce y su gesto delicado, María se convierte en la verdadera cicerone para cuantos entran en este recinto.
Reconozco que
estas cosas son demasiado domésticas, pero me apetece compartirlas con los
amigos del Rincón. Quizás el hecho casual
de que la inauguración del nuevo museo Claret –en preparación del 150
aniversario de su muerte– coincidiera ayer con el traslado en helicóptero de
los restos de Franco desde el Valle de los Caídos
al cementerio de El Pardo-Mingorrubio me hizo pensar sobre el diverso
significado que otorgamos a la expresión “memoria histórica”. Leo en un artículo
que mis compatriotas están muy divididos sobre el sentido y la oportunidad de
esta exhumación. Se trata de un asunto controvertido que ya forma parte del pasado. Para algunas personas,
recordar el pasado es fuente de sufrimientos, rencores y odios porque fueron
víctimas de la persecución y de la violencia. Hay que ponerse siempre en la
piel de quienes han sido humillados y derrotados para comprender su
sufrimiento. Para otras personas, el pasado es una colección de triunfos y
hechos admirables. Cada uno recordamos lo que hemos vivido y el modo como lo
hemos vivido. Es muy difícil ser objetivos y mucho más neutrales.
Personalmente, siempre creo imprescindibles tres elementos a la hora de afrontar un pasado doloroso: verdad, justicia y
perdón. En primer lugar, necesitamos saber lo que pasó hasta donde sea posible
(sin verdad no hay libertad). En segundo lugar, debemos hacer justicia a las
personas, no enterrarlas en el olvido, y también asumir las propias
responsabilidades Y, por último, solo el perdón auténtico nos prepara para la
reconciliación y un nuevo futuro.
La “memoria histórica”
de Claret tiene otro significado. Confieso que no siento gran pasión por los
museos. Por no tener, no tengo ni siquiera fotos de mis seres queridos en la
mesa de mi despacho. Me parece que el mejor recuerdo no pasa por fotos y
objetos, sino por un cariño profundo e íntimo que es por esencia inexpresable.
Pero, al mismo tiempo, comprendo la conveniencia –y aun la necesidad– de
conservar aquellos elementos que han adquirido un valor simbólico, que nos
pueden hacer recordar y comprender mejor a una persona y, sobre todo, que nos
animan a seguir su ejemplo. En este sentido, inaugurar un nuevo museo –que es al
mismo tiempo capilla– nos lanza más al futuro que al pasado. Queremos que nuestros amigos y todos los que nos visiten se sientan impulsados a ver la vida con otros ojos, a comprender que merece la pena entregarse a Dios y a la causa del Evangelio, por más sufrimientos que a veces comporte.
Cuando contemplo, por ejemplo, el roquete ensangrentado de Claret tras sufrir un atentado en Holguín (Cuba), el libro litúrgico en el que un sicario escondía la pistola con la que quería asesinarlo, o el reclinatorio en el que pasaba mucho tiempo orando, experimento una honda emoción. Solo un bien que toca las raíces del mal puede probar tantas reacciones encontradas. Salgo del museo con ganas de ser más auténtico, menos contemporizador, más arriesgado. Museos así, por pequeños que sean, merecen la pena. Esto es lo que se me ocurre, escrito a vuelapluma, “the day after”. Me embargan muchos más sentimientos, pero es suficiente por hoy. Os dejo con un vídeo preparado por nuestro compañero Luigi Guades, responsable del departamento de comunicaciones de nuestra Curia General.
Cuando contemplo, por ejemplo, el roquete ensangrentado de Claret tras sufrir un atentado en Holguín (Cuba), el libro litúrgico en el que un sicario escondía la pistola con la que quería asesinarlo, o el reclinatorio en el que pasaba mucho tiempo orando, experimento una honda emoción. Solo un bien que toca las raíces del mal puede probar tantas reacciones encontradas. Salgo del museo con ganas de ser más auténtico, menos contemporizador, más arriesgado. Museos así, por pequeños que sean, merecen la pena. Esto es lo que se me ocurre, escrito a vuelapluma, “the day after”. Me embargan muchos más sentimientos, pero es suficiente por hoy. Os dejo con un vídeo preparado por nuestro compañero Luigi Guades, responsable del departamento de comunicaciones de nuestra Curia General.
Da mucha paz tu reflexión y la devoción hacia vuestro fundador aumenta.
ResponderEliminarUn abrazo