Comienzo a escribir esta entrada en el aeropuerto de Bangalore. Son las 5,30 de la tarde.
Faltan tres horas para que despegue mi vuelo a Dubái. Apenas hay gente.
Contrasta la tranquilidad de este lugar, en el que casi 20 millones de personas se mueven al año, con el
barullo urbano. Termina mi estancia de dos semanas en la India. Esta vez
no me he movido de Bangalore. No he podido visitar otras misiones periféricas, pero sí casi todas las comunidades claretianas de esta gran ciudad. Regreso a Europa cuando el verano está a punto de
terminar y comienzan las actividades del
curso académico y pastoral. Mucha gente desea recuperar cuanto antes un ritmo
de vida “normal”. Yo no sé ya en qué consiste la “normalidad”. Llevo muchos
años de cambios continuos.
Sigo escribiendo en el aeropuerto de Dubai. Es
medianoche. Acabo de enterarme de que la selección española de baloncesto ha ganado el Mundial en China y de que Marc Márquez ha hecho de las suyas en San Marino. Noticias así me levantan el ánimo, un poco
alicaído después de un vuelo incómodo, en medio de un musulmán enorme (que
ocupaba parte de mi sitio) y de un hindú que no paraba de hablar por teléfono.
Era simpática la estampa de este trío formado por un musulmán, un cristiano y
un hindú de una edad semejante. Podía haber sido una ocasión de diálogo
interreligioso, pero la verdad es que no nos hemos dirigido la palabra. Ya casi
nadie habla en los aviones. Cada uno se coloca sus auriculares y se sume en un
mar de películas, documentales o juegos. La proximidad física no se traduce en
oportunidad de relación. Todo un símbolo del mundo en el que vivimos. Abundan
los medios de comunicación, escasean las ganas de practicarla.
Aprovecho la larga
pausa en Dubái para revisar el correo. Un amigo me envía un artículo de la
periodista Inés Capdevila, en el periódico La
Nación de Argentina. Se titula “La gran amenaza que ronda al papa
Francisco”. Me
pide mi parecer. A estas horas no estoy para muchas reflexiones. Se me abre la
boca de sueño. Estoy en la puerta B-23 rodeado por muchos filipinos que van de
peregrinación a Roma y a Lourdes, tal como leo en las tarjetas de
identificación que llevan colgadas al cuello. Hay también un buen grupo de
italianos. Supongo que han viajado a diversos países de Oriente y ahora se
juntan en Dubái para el regreso a Roma. El tema que aborda la periodista en su
artículo no es nuevo. Casi desde el comienzo del pontificado de Francisco se
habla de él, pero es cierto que ha arreciado en los dos o tres últimos años. Era
inimaginable que no se levantara una fuerte oposición, sobre todo en los
Estados Unidos.
Lo que Francisco propone cuestiona en su raíz el sistema económico neoliberal. La mejor forma de combatirlo es desde fuera del mismo sistema. No hay nada más eficaz que ser más papistas que el papa. Grupos conservadores de Estados Unidos, Italia, Argentina, España y otros países la han tomado con el papa Francisco tildándolo de peronista, comunista, infiel a la tradición, contradictorio, charlatán, demasiado “porteño” y otras lindezas por el estilo. En España hay páginas web –autoproclamadas “católicas”– que no le perdonan ni una. Si habla del trato humano que hay que dispensar a los inmigrantes le dicen que, si tanto los quiere, los albergue en el Vaticano. Si sugiere que se puede estudiar el asunto del celibato eclesiástico en algunos casos o la pastoral con los divorciados vueltos a casar, enseguida lo tildan de herético. Ya hablan si reparos de un posible cisma.
Lo que Francisco propone cuestiona en su raíz el sistema económico neoliberal. La mejor forma de combatirlo es desde fuera del mismo sistema. No hay nada más eficaz que ser más papistas que el papa. Grupos conservadores de Estados Unidos, Italia, Argentina, España y otros países la han tomado con el papa Francisco tildándolo de peronista, comunista, infiel a la tradición, contradictorio, charlatán, demasiado “porteño” y otras lindezas por el estilo. En España hay páginas web –autoproclamadas “católicas”– que no le perdonan ni una. Si habla del trato humano que hay que dispensar a los inmigrantes le dicen que, si tanto los quiere, los albergue en el Vaticano. Si sugiere que se puede estudiar el asunto del celibato eclesiástico en algunos casos o la pastoral con los divorciados vueltos a casar, enseguida lo tildan de herético. Ya hablan si reparos de un posible cisma.
No soy ningún
experto en asuntos vaticanos. Más aún, no siento mucha curiosidad por ellos. A
veces tengo acceso a fuentes de primera mano, pero, en general, dependo de lo
que dicen los medios generalistas de comunicación y algunas publicaciones especializadas. Es probable que el papa Francisco a veces
pueda ser un poco confuso e imprudente en su manera de comunicar las cosas, pero tengo la
impresión de que no da puntada sin hilo, de que sabe por dónde se anda. Sabe
muy bien que hay grupos de oposición, en algunos casos liderados por personas
inteligentes y de buena voluntad que no comparten su modo de guiar la Iglesia.
En la mayoría de los casos, la agresividad exhibida es proporcional a la
ignorancia histórica y teológica que los oponentes muestran. Y me parece que no
faltan los casos en los que la oposición es una forma de defenderse de los
cuestionamientos que el papa hace de un modo muy rigorista de entender el
cristianismo. En realidad, los asuntos que está abordando Francisco estaban
ahí. Muchos cristianos los percibían, pero pocos obispos tenían la valentía de
afrontarlos de cara, como si el silencio fuera el mejor modo de resolveros.
¿Cómo va a terminar todo? No lo sé, pero mucho me temo que los últimos años de
Francisco (como, por otra parte, fueron los de Pablo VI, Juan Pablo II, y
Benedicto XVI, van a ser “martiriales”. Va a haber –ya lo está habiendo– fuego
amigo y también desilusión por parte de quienes lo apoyaban al principio de su
pontificado como si fuera el adalid de las causas progresistas al margen de la
Tradición de la Iglesia. Más allá de sus
errores o aciertos –que son susceptibles de ser enjuiciados con objetividad– ya
se sabe que cuando se propone un Evangelio claro la oposición no tarda en
llegar. Jesús nos lo advirtió: “El
discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor” (Mt
10,24).
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