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martes, 10 de septiembre de 2019

Algo nuevo va a pasar

Viajando ayer en tren desde Jalahalli, el barrio de Bangalore en el que tenemos los claretianos nuestro complejo educativo, hasta Carmelaram, la zona donde está ubicada nuestra Casa de Espiritualidad, caí en la cuenta de que el gigante indio sigue siendo un país lleno de contrastes. Se lo puede comparar con un inmenso bazar en el que hay un poco de todo. Por la ventanilla del tren veía casuchas miserables y grandes rascacielos de apartamentos y sedes de empresas informáticas. Las zonas ajardinadas se alternaban con los montones de basura. Por desgracia, Bangalore, que antes era conocida como la “garden city” (la ciudad jardín) por sus parques y flores, ahora empieza a ser llamada la “garbage city” (la ciudad basura) por la acumulación de residuos por todas partes. La limpieza no es una virtud pública. La gente puede tener sus casas más o menos limpias, pero no siente la necesidad de cuidar los espacios comunes. En los asientos del tren había personas tumbadas que, más que viajar a algún lugar, parecían residir dentro de los vagones. Eso sí, la mayoría disponían de un teléfono móvil. Quizá no hay nada más interclasista que el pequeño adminículo digital, la “heroína del siglo XXI”.

Aquí, en el recinto de Claret Nivas, se respira tranquilidad y silencio. La vegetación abundante y las flores invitan a la quietud y la contemplación. Es verdad que de vez en cuando se oye el ruido del tren o las atronadoras invitaciones a la oración que hace el muecín de una mezquita cercana, pero no constituyen un obstáculo grave. Si tuviéramos que juzgar la vida por lo que aquí se vive, el dictamen sería positivo: domina la armonía sobre el desorden, la serenidad sobre el nerviosismo, la vida comunitaria sobre el individualismo. Pero esta es solo la cara amable de una vida que es mucho más compleja. Ayer lunes pasé toda la mañana en el campus de Jalahalli, un barrio de Bangalore que en otro tiempo fue un pueblo aparte. En él tenemos los claretianos cuatro instituciones educativas: dos colegios de educación primaria y secundaria (St. Claret School y St. Anthnoy Claret School), un colegio preuniversitario (St. Claret Pre-University School) y una facultad universitaria (St. Claret College). Por el campus se mueven cada día unos 8.000 estudiantes de diversas edades. Con ellos trabajan unos 400 profesores y personal colaborador. Se trata de una verdadera ciudad con pabellones para las clases, campos deportivos, talleres de todo tipo, cantinas, etc. En el centro está la residencia de la comunidad claretiana; en un extremo, la iglesia de Santo Tomás, que es la sede de una comunidad parroquial de rito siro-malabar.

Si ayer hablé de Europa como de un “museo” que atesora reliquias del pasado, hoy tengo que hablar del complejo de Jalahalli como un “laboratorio” donde se gesta el futuro. Por todas partes se respira entusiasmo, ganas de innovar, deseos de apertura. Tuve la oportunidad de conversar con un californiano que colabora con el colegio preuniversitario en programas de gestión de empresas. Él también estaba encantado con la creatividad que se respira en estas generaciones de jóvenes indios. Después me entrevisté con el periodista responsable del área de comunicaciones, una persona entusiasmada con su trabajo y deseosa de difundir los valores del Evangelio utilizando los medios que nos brinda la moderna tecnología. En un ambiente como este uno se siente rejuvenecido. Enseguida emergen nuevas ideas que conectan con las de otros. Es una especie de gran “think tank” que estimula la creatividad. Si no fuera porque existen estos laboratorios de futuro, uno caería en la tentación de pensar que estamos viviendo ya el tiempo del descuento. El mundo es muy plural. Mientras en unos lugares estamos custodiando los “museos” para que no se pierda el legado histórico, en otros están ensayando respuestas a los desafíos que hoy tiene la humanidad. Ambas cosas son necesarias. Personalmente, me atrae más mirar al futuro que al pasado, pero comprendo muy bien a los enamorados de la historia.



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