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sábado, 17 de agosto de 2019

Vacaciones y asuntos pendientes

El barco Open Arms se ha convertido en símbolo de un problema para que el que no acabamos de encontrar la solución. 134 inmigrantes –aunque Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, dice que deben ser llamados migrantes– navegan a la deriva por el Mediterráneo. Salvini, el ministro italiano del Interior, se niega –no sé con qué base legal– a que el barco atraque en un puerto italiano para que todos puedan desembarcar y luego ser repartidos por diversos países de la Unión. La imagen de los inmigrantes exhaustos no casa con los excesos veraniegos. Mientras media Europa está de vacaciones, unas decenas de hombres y mujeres esperan que alguien los salve de una muerte probable. ¿Por qué llegamos a estas situaciones extremas? Salvini y los de su cuerda argumentan que se trata de una inmigración ilegal, promovida y explotada por mafias esclavistas, y que Europa no puede fomentar este tráfico de seres humanos. No le falta parte de razón. La ONG Open Arms sostiene que, más allá de las cuestiones legales, estamos ante un problema humano que debe ser resuelto sin tardanza. Es evidente. La cuestión es de tal envergadura que exigiría una cumbre al más alto nivel entre la Unión Europea y la Unión Africana para concordar una política común. Lo que ocurre es que si se toca el asunto de las migraciones aparece una ristra de otros asuntos “olvidados” que envenenan el acuerdo.

Durante mis vacaciones, alterno el descanso con la preparación de mi viaje a la India. No es fácil sentarse a trabajar cuando la mayoría está de fiesta. Confieso que uno de mis pensamientos recurrentes en tiempo de vacaciones es pensar en las personas que nunca pueden disfrutar de un tiempo de descanso fuera de sus hogares o en quienes tienen que trabajar durante este período para que otros nos entretengamos. Hay muchos empleados de agencias de viajes, hoteles, restaurantes, bares, aeropuertos y estaciones de tren y autobuses que tienen que soportar jornadas agotadoras a veces con salarios miserables. Es triste pensar que el bienestar de unos pocos casi siempre se basa en el trabajo de muchos, como si fuera imposible un reparto equitativo de cargas y disfrutes. Formar parte del grupo de privilegiados que tienen sus necesidades cubiertas se convierte en un imperativo moral para hacer algo concreto por quienes no disponen de lo mínimo para vivir. En vez de tantos impuestos inútiles o malgastados, no estaría mal una especie de “impuesto vacacional” para subvenir a las necesidades de quienes no se pueden permitir ni una semana de ocio.

Estamos ya en la segunda quincena de agosto. Muchas personas e instituciones se preparan para la rentrée, para la vuelta al trabajo. Tengo la impresión de que cada año se adelanta un poco. Hace ya mucho que terminaron aquellos veranos interminables en los que algunas personas podían permitirse dos o tres meses de vacaciones. Ya ni siquiera el famoso “mes de vacaciones”. Los días libres se reparten a lo largo del año para hacer más llevadero el ritmo laboral y quizá también para no concentrar demasiados gastos en un solo periodo. Aunque la palabra “vacaciones” se asocia al descanso, la verdad es que en muchos casos se necesita un tiempo posterior para “descansar” de los muchos excesos cometidos durante el tiempo oficial de descanso. Hay personas que organizan viajes estresantes o cargan su agenda con muchos eventos sociales. Al final, tienen que confesarse a sí mismas que comienzan el nuevo curso laboral más cansadas de como lo terminaron. Tranquilos, pronto llegarán los puentes del otoño.


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