Entre los neologismos con los que suele sorprendernos el papa Francisco, figura uno que tiene que ver con santa Marta de Betania, cuya fiesta celebramos hoy. La segunda de las 15
enfermedades que pueden afectar a la Curia Romana es el mal de «martalismo»
(que viene de Marta). Es –en palabras del papa Francisco– el mal “de la
excesiva laboriosidad, es decir, el de aquellos enfrascados en el trabajo, dejando
de lado, inevitablemente, la mejor parte:
el estar sentados a los pies de Jesús (cf. Lc 10,38-42)”. Hace un
par de domingos, la liturgia nos proponía este fragmento del evangelio de
Lucas. En tiempo de vacaciones en el hemisferio norte es bueno recordar las
palabras del papa: “Por eso, Jesús llamó a sus discípulos a «descansar un poco»
(Mc 6,31), porque descuidar el necesario descanso conduce al estrés y la
agitación. Un tiempo de reposo, para quien ha completado su misión, es
necesario, obligado, y debe ser vivido en serio: en pasar algún tiempo con la
familia y respetar las vacaciones como un momento de recarga espiritual y
física; hay que aprender lo que enseña el Eclesiastés: «Todo tiene su tiempo,
cada cosa su momento» (3,1)”.
El “martalismo” –¡qué
rara me suena esta palabra!– es una enfermedad muy occidental. No consiste tanto en hacer muchas cosas,
cuanto en un estado de permanente agitación. Uno tiene la impresión de que si
para un poco el motor de su vida o reduce las revoluciones está faltando a un
deber sagrado. Todo nos invita a estar siempre haciendo algo, a ser eficaces en
nuestro trabajo, a decir que no tenemos tiempo para nada. Este parece ser el
ideal de persona moderna, hiperactiva… y estresada. El papa Francisco considera
que esta es una enfermedad, y no solo de los miembros de la curia romana, sino
de muchos de nosotros. No acaba de gustarme que se cargue sobre los hombros de
la pobre Marta este sambenito de adicción al trabajo, pero no tengo más remedio
que ser fiel a lo que el papa dijo hace cuatro años y medio en su mensaje de
navidad a los curiales. La enfermedad de “martalismo”es una forma de idolatría. No toma en
serio las palabras del salmo 126: “Si el
Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Frente a la necesidad compulsiva de estar
haciendo siempre algo –o de hacer que hacemos–, Jesús nos recuerda la necesidad
de descansar. Desconectar de vez en cuando
es una obra de misericordia hacia nosotros mismos y hacia los demás. Las
personas de nuestro entorno no se merecen la carga electrizante y neurótica de personas
estresadas.
Frente al mal de “martalismo”,
está el remedio del sosiego y del descanso, de la capacidad de sentarnos a los
pies del Maestro y escuchar. Las vacaciones no consisten en sustituir un frenesí por otro, el vértigo del trabajo por el vértigo de los viajes y las “experiencias”.
Consisten, más bien, en lentificar el ritmo de nuestra vida y practicar el arte
de la escucha: de nosotros mismos, de la naturaleza, de los demás y de Dios. Cuando vamos acelerados, ebrios de trabajo o de agitación, perdemos muchos
sonidos que son imprescindibles para interpretar la banda sonora de nuestra
vida. Escuchar con atención y conversar con calma nos reconcilia con nuestro yo
más profundo, templa las cuerdas del alma. No es obligatorio decir siempre que “estamos
ocupados”. Es muy saludable decir: “No
tengo que hacer nada, puedo dedicarte un tiempo gratis”. Podemos dirigir la
frase a cualquiera de nuestros amigos, pero también al Señor. En ese caso,
adquiere otra tonalidad: “No tengo nada más importante que estar contigo sin
prisas”. Frente a la idolatría del “martalismo”, una frase de ese tipo expresa
una actitud de fe verdadera. Y además nos cura.
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