Termina el mes de junio con la celebración del XIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ayer hubo fiestas en muchos lugares. Como en la noche de san Juan, también en la de san Pedro se encienden hogueras y se organizan fiestas del fuego. Un
claretiano de Nigeria que trabaja en Bermejo (Bolivia) no se creía que hubiera
hombres y mujeres que la noche pasada cruzaran descalzos una alfombra de
brasas. Tuve que ponerle un vídeo del paso del fuego
de San Pedro Manrique (Soria, España) para que lo comprobara por él mismo. El fuego
atrae, subyuga, embelesa. El fuego destruye y cauteriza, ablanda y endurece,
ilumina y quema, calienta y purifica. No es extraño, pues, que en muchas
civilizaciones se haya visto como un símbolo de Dios, o incluso como un dios.
También en las lecturas de este domingo aparece con fuerza. Eliseo (primera lectura)
quema sus aperos y con el fuego asa la yunta de bueyes y reparte la carne entre
su gente. En el Evangelio de Lucas, Juan y Santiago quieren hacer caer fuego del cielo
sobre los samaritanos que se han negado a recibir a Jesús en su camino hacia
Jerusalén. El pasaje completo presenta al Maestro con gesto decidido. Aprieta los dientes. No quiere echarse atrás, pase lo que pase. Emprende su camino de subida a Jerusalén para
consumar allí su obra. Nuestra vida, como la suya, es también un camino no exento de
pruebas y dificultades. Hay que apretar los dientes, tomar una decisión y no mirar atrás.
La primera prueba
de Jesús es la oposición de los samaritanos a alojarlo en su pueblo. El judío
Jesús –un
judío marginal, como lo ha
calificado Meier– es declarado persona
non grata. La reacción de Santiago y Juan –los “hijos del trueno”– no se
hace esperar. Un comportamiento tan poco hospitalario exige una respuesta
contundente y ejemplar. Como buenos conocedores del Antiguo Testamento, quieren emular al
profeta Elías cuando hizo descender fuego del cielo sobre los malvados de su
tiempo (cf. 2 Re 1,10-14). Le sugieren a Jesús hacer algo semejante. Jesús reprende con fuerza a los “hijos del trueno”. Él ha venido a traer otro fuego a la tierra, no el que destruye a los seres humanos sino el que empuja a la misión. ¿Cómo reaccionaría hoy cuando
algunos cristianos intransigentes quieren llevar a la hoguera a todos los que
no se ajustan a sus cánones: mujeres abortistas, personas homosexuales,
cristianos liberales, artistas irreverentes, políticos corruptos, científicos ateos, curas pederastas y comunistas
empedernidos (en el supuesto de que todavía quede alguno)?
La tentación de querer ser más ortodoxos y radicales que Jesús recorre la historia de la Iglesia. A lo largo de los siglos, y también ahora, muchos cristianos se han sentido obligados a defender el honor de Dios, como si Dios necesitase abogados defensores; a asegurar el cumplimiento de las normas; a expiar las blasfemias. La gloria de Dios no es una nube de incienso. Lo que Dios quiere es que los seres humanos, sus hijos e hijas, vivan en libertad y tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Creo que Jesús seguiría reprendiéndonos cada vez que caemos en la tentación de eliminar con el fuego de la condena y la exclusión a quienes nos caen mal, no son de los nuestros, piensan de otra manera o incluso ofenden el nombre de Dios con sus palabras o acciones. La maldición se vence a fuerza de bendición, no con un fuego devorador. Lo novedoso del discípulo de Cristo es que se enfrenta al mal practicando el bien, no destruyendo a las personas.
La tentación de querer ser más ortodoxos y radicales que Jesús recorre la historia de la Iglesia. A lo largo de los siglos, y también ahora, muchos cristianos se han sentido obligados a defender el honor de Dios, como si Dios necesitase abogados defensores; a asegurar el cumplimiento de las normas; a expiar las blasfemias. La gloria de Dios no es una nube de incienso. Lo que Dios quiere es que los seres humanos, sus hijos e hijas, vivan en libertad y tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Creo que Jesús seguiría reprendiéndonos cada vez que caemos en la tentación de eliminar con el fuego de la condena y la exclusión a quienes nos caen mal, no son de los nuestros, piensan de otra manera o incluso ofenden el nombre de Dios con sus palabras o acciones. La maldición se vence a fuerza de bendición, no con un fuego devorador. Lo novedoso del discípulo de Cristo es que se enfrenta al mal practicando el bien, no destruyendo a las personas.
Pero en el camino
hacia Jerusalén no solo suceden episodios de rechazo. También hay historias de
personas voluntariosas que quieren seguir a Jesús, pero poniendo algunas condiciones:
disponer de casa y seguridades, seguir las tradiciones de los antepasados o mantener los vínculos
afectivos. La respuesta de Jesús nos resulta casi hiriente: “El que ha puesto la mano en el arado y mira
hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Las expresiones que Lucas
pone en labios de Jesús no son aptas para oyentes del siglo XXI, hipersensibles
a los derechos individuales. Es una forma profética y paradójica de transmitir
un mensaje que vale para todos los tiempos: seguir a Jesús no es cuestión de
impulsos emocionales o de modas, es una opción que implica entregar la propia
vida sin vuelta atrás. O se está o no se está. No vale querer compaginar el
Evangelio con otros estilos de vida que lo contradicen o lo amortiguan. Quien
lo sigue tiene que estar dispuesto a acompañarlo a Jerusalén. No hace falta
decir lo que va a suceder en la ciudad santa. Quizá por eso experimentamos un
miedo que nos paraliza y una cobardía que nos echa para atrás. No hay
seguimiento sin pruebas, padecimientos, muerte y resurrección. Desde un punto
de vista humano, es un camino poco apetecible. A los ojos de Dios, es un camino
de vida. No estamos obligados a seguirlo, pero, una vez puestos en marcha, no
tiene sentido mirar atrás.
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