Esta mañana viajo de Jujuy a Buenos Aires. Termina la etapa andina de mi largo viaje por el Cono Sur. Durante más de 40 días he tenido oportunidad de encontrarme con muchas personas
y conocer nuevos lugares. Mi viaje externo ha ido acompañado por un extraño viaje
interior. Compartir la vida de las personas es la experiencia más fascinante y
agotadora que un ser humano puede vivir. Las preguntas se solapan. Una conversación
en una aldea argentina se entrecruza con una noticia del periódico. Una llamada
familiar se enlaza con un correo en el que se aborda un asunto de
trabajo. ¿Cómo se puede mantener la calma en medio de tantas oscilaciones?
¿Cómo se puede vivir una sola vida cuando uno tiene la impresión de vivir
muchas vidas al mismo tiempo? No quiero hablar demasiado de mí. Pienso en otras
muchas personas que están librando batallas que parecen interminables. Me he
encontrado con algunas familias azotadas por la enfermedad de alguno de sus
miembros. Ayer, sin ir más lejos, una anciana me contó la experiencia traumática
del accidente de una de sus hijas y el calvario que está pasando desde hace
poco más de un año. ¿Quién se hace cargo del sufrimiento de las personas? ¿A
quién le importan de verdad las experiencias de separación y divorcio,
enfermedades y operaciones, ancianos abandonados, adolescentes que se suicidan?
Me impresionó escuchar algunas historias de suicidios recientes en La Quiaca. ¿Qué
puede impulsar a una persona a quitarse la vida? ¿Qué fracaso o qué soledad son más
fuertes que las ganas de vivir?
Es verdad que he
disfrutado con los paisajes imponentes de los Andes y con la belleza de los
campos del sur de Chile o de Paraguay, pero nada de esto es comparable a la
intensidad de muchas historias de hombres y mujeres que son como aldabonazos en
la puerta de mi alma. ¿Cómo animar a quien ha perdido la ilusión de ser
religioso, a quien se siente escandalizado por los abusos de algunos clérigos? ¿Cómo
ayudar a recuperar la alegría de vivir en comunidad a quien hace tiempo que ha
tirado la toalla porque se ha acostumbrado a un estilo de vida individualista y
escéptico? Las historias “lejanas” tampoco ayudan mucho a vivir con serenidad y
esperanza. En algún momento he sentido la tentación de no asomarme a los
periódicos digitales. Se me hace difícil procesar tanta mentira y tantas injusticias.
¡Hasta las películas y las series de televisión se enfangan en los lodazales de
la condición humana, como si la verdad, la bondad y la belleza no tuvieran lugar en nuestro
mundo! Parece casi imposible encontrar personas de una pieza, que actúen según
principios y no de acuerdos a mezquinos intereses. Incluso en las relaciones
que parecen más diáfanas, siempre se agazapan demonios de dominación y
explotación. Los días se van haciendo cada vez más pesados. Pareciera que solo
las personas inconscientes pueden ser medianamente felices. Abrir los ojos y el
corazón, pensar y reflexionar se han convertido en actividades de alto riesgo
emocional y espiritual.
¿Podrá ayudarnos
la liturgia del tiempo de Pascua a sobrellevar con dignidad el peso de los días?
¿De qué sirve la fe en Jesús resucitado a la hora de afrontar la complejidad de
la vida? ¿Es un refugio o una fuerza de cambio? ¿Sirve como narcótico o como
impulso creativo? Este año me ha tocado vivir el tiempo pascual en continuo éxodo.
Empezar y acabar, saludar y despedirme han sido para mí verbos de conjugación
diaria. Sin exageraciones, este largo viaje ha sido una hermosa y desafiante
parábola de la existencia humana. Estamos siempre naciendo y muriendo un poco. Vivir
esta sucesión de experiencias unidos a Jesús permite darles un sentido pascual.
Nada ni nadie es más fuerte que la fuerza de su resurrección. No es una metáfora,
sino una clave. Durante mi largo viaje, ni un solo día he podido seguir la rutina
de mi ritmo romano. Siempre he dependido de programas que me habían preparado. En
algún momento, he echado de menos más tiempo personal. Al final, uno aprende
que el ritmo y la unidad no dependen tanto de lo que sucede por fuera, sino de
la actitud que cada uno tenemos por dentro. Cuando uno vive las experiencias de cada
día como cosas que suceden fuera de programa, entonces experimenta una división
interna y un estrés que amenazan la paz interior. Cuando, por el contrario,
afronta cada encuentro, cada conversación, como una experiencia única, entonces
todo adquiere una secreta armonía. Se acaba el programa, comienza la vida. ¿No
es ésta una hermosa experiencia de Pascua?
Gracias... Esta entrada de hoy está llena de mensajes que interpelan... Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo