No tengo costumbre de dormir
la siesta. Cuando me es posible, me arrelleno en la butaca de mi cuarto y
dormito diez o quince minutos después de la comida de mediodía, antes de comenzar
el trabajo de la tarde. Solo en verano me permito pequeños excesos. Algunos habitantes
de los países nórdicos de Europa, incapaces de entender los
10 beneficios de una buena siesta, la utilizan como arma arrojadiza
contra los habitantes de los países mediterráneos. Arremeten contra ella como
si su práctica fuera una manifestación de pereza, falta de espíritu emprendedor
y hedonismo católico (sic). Los pocos
que descubren su sentido se sorprenden del efecto benéfico que puede tener una
pequeña pausa en mitad de la jornada. No solo no resta productividad -palabra talismán en nuestra cultura productivista- sino
que ayuda a seguir trabajando con más atención y menos estrés. No hay ninguna
razón, pues, para sucumbir a las críticas de los norteños. Pero, aprovechando
que el Pisuerga pasa por Valladolid, me detengo en subrayar uno de los efectos
deletéreos de la globalización que hoy vivimos. Me refiero al colonialismo
cultural. Como señala Javier Marías en un artículo reciente, nos estamos
volviendo Copiones
todos.
Llevo casi 16 años fuera
de España, aunque viajo con cierta frecuencia a mi país. Me sorprende cómo se
han ido infiltrando (no encuentro un verbo mejor) prácticas foráneas como la fiesta de Halloween a finales de octubre. La
publicidad atiza las llamas del famoso Black
Friday. Supongo que pronto se empezará a celebrar el Thanksgiving Day el último jueves de noviembre. El lenguaje se ha
llenado de anglicismos innecesarios, que repatean a un escritor como Javier
Marías que, por otra parte, habla con gran fluidez inglés y es traductor profesional.
Pareciera que cuanto menos se domina la lengua (la materna y la aprendida), más
extranjerismos se utilizan, como si esto confiriera prestigio al hablante. Este
influjo de la cultura estadounidense no conduce en la mayoría de los casos a un
fecundo diálogo intercultural, sino que es, pura y llanamente, una expresión de
colonialismo cultural contra el que conviene defenderse. No estoy reivindicando
un nacionalismo cateto o una defensa a ultranza de las propias tradiciones,
sino algo más sencillo y beneficioso: el conocimiento y aprecio de la propia
cultura y la actitud de apertura hacia las demás sin complejos de superioridad
o de inferioridad. Solo quien ama lo propio está en condiciones de enriquecerse
con lo ajeno. En este sentido, reivindico la siesta como una práctica saludable
y un punto contracultural, casi como un símbolo de resistencia frente al colonialismo
tontorrón que nos invade.
Con los beneficios que aporta bien vale dormir una siesta... Ya viene el tiempo que necesitas parar para reanudar el trabajo por la tarde con fuerzas renovadas...
ResponderEliminarCuanto me alegra que uses el término estadounidense. No norteamericano, ni mucho menos americano, esa sinécdoque tan molesta.
ResponderEliminar