Hoy tenía pensado
escribir algo sobre economía. Junto con mis compañeros del gobierno, llevo varios días
examinando los balances y presupuestos de todas las provincias de mi
congregación. El análisis de los números revela muchas cosas sobre nuestras
opciones y prioridades, sobre el estilo de vida que llevamos en la Iglesia. Pero el evangelio de hoy me empuja a
escribir sobre la oración, la
cosa más inútil del mundo. Es un asunto
recurrente en este Rincón, porque
lo considero la respiración del alma. Mientras escribo, pienso en los lectores
más jóvenes de este blog. Es probable
que muchos de ellos no tengan el hábito de dedicar todos los días un tiempo al
silencio y a la oración. No forma parte de su estilo de vida. Y, sin embargo, cuando atraviesan períodos de dificultad o tienen
que enfrentarse a algunas desgracias familiares, es casi seguro que se dirigen
a Dios pidiéndole por sus seres queridos. Sucede a menudo cuando se produce el
accidente de tráfico de un compañero o tienen que operar al padre o a la abuela.
Da la impresión de que Dios existe solo para hacerse cargo de las situaciones
que nosotros no sabemos o no podemos manejar. Entonces, brotan las palabras a
borbotones, como si la eficacia de la acción de Dios fuera proporcional al
número de veces que le formulamos una petición.
Jesús nos recuerda que la
oración no es cuestión de palabras, sino de confianza. Nos regala un modelo -el
Padrenuestro- que es una síntesis maravillosa de todo lo que el ser humano
necesita. Todo se condensa en siete peticiones: tres relacionadas con Dios y
cuatro con nuestras necesidades fundamentales. Constituyen como unas tablas de
la ley en miniatura. Comenzamos reconociendo que Dios existe y que no es un
tirano (de hecho, lo llamamos Padre-Abbá) ni una propiedad privada a medida de nuestros
caprichos individuales (lo llamamos Padre nuestro,
Padre de todos los seres humanos que formamos su gran familia). Este comienzo (apenas
dos palabras) significa ya una visión del mundo que se sitúa a años luz de la
que impera hoy en muchas personas. Las tres peticiones referidas a Dios (santificado
sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad) pivotan sobre
tres símbolos (nombre, reino y voluntad) que hablan del misterio inabarcable de
Dios. Es como si cada vez que rezamos el Padrenuestro le pidiéramos a Dios que
nos ayudara a dejarle ser Dios, a no manipularlo con nuestros prejuicios,
temores y caprichos.
Las cuatro peticiones
siguientes condensan nuestras necesidades básicas: el pan, el perdón, la
libertad frente a la tentación y la liberación del mal. Esto es lo que un ser
humano necesita para vivir con dignidad de hijo. El pan resume todos los bienes
que nos mantienen con vida, no solo el alimento, sino también el vestido, la
casa, la educación, la sanidad y el descanso. Pero no le pedimos algo que
exceda las necesidades de cada día, el viático que necesitamos para caminar
durante 24 horas. Mañana será un nuevo día con su dosis de pan. El Padrenuestro
es una plegara anticapitalista. Va contra toda acumulación indebida. El “pan de
cada día” por excelencia, el pan que condensa lo mejor que los seres humanos
podemos comer, es el pan de Jesús, la Eucaristía. Le pedimos que no nos deje sin el memorial de su pasión, muerte y resurrección porque entonces no tendríamos
fuerzas para enfrentarnos al camino de la vida. El perdón (“perdona nuestras
ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”) es el amor hecho
bálsamo para las heridas de la vida. Hasta setenta veces siete (es decir, siempre)
necesitamos ser perdonados y ofrecer perdón. Todos somos frágiles e indigentes.
Las tentaciones, las
pruebas, nos acompañarán siempre. Es la manera de purificar nuestras
motivaciones y de fortalecer las opciones. A Dios no le pedimos que nos
libre de ellas, sino que no permita que nos dejemos arrastrar por su fuerza
negativa (“nos nos dejes caer en la tentación”). De lo que sí le pedimos que
nos libre, porque solos no podemos, es del Maligno (“y líbranos del mal”), de
ese poder que tuerce nuestras decisiones y que nos impulsa a hacer el mal que
no queremos y a dejar de hacer el bien que queremos. Este Maligno nos empuja
continuamente a desconfiar de Dios, a creer que podemos defendernos solos, a malinterpretar
la Palabra y a sembrar cizaña en las relaciones. Solo Dios puede librarnos de
su influjo maléfico.
Se trata, pues, de muy
pocas palabras (¡solo 58 en la versión griega y 49 en la versión latina!) que
condensan todo lo que los seres humanos podemos necesitar. Os invito a meditar
hoy esta joya que Jesús ha regalado a su comunidad. No hay ninguna
circunstancia en que no podamos hacer de la oración de Jesús nuestra propia
oración.
Gracias Gonzalo por como has ido desmenuzando el Padrenuestro, ayudas a interiorizarlo muy profundamente.
ResponderEliminarAl acabar de leer la entrada de hoy me digo que una oración tan sencilla que la pueden aprender y recitar los niños y tan profunda como puede ser para los jóvenes y adultos.
Muchísimas gracias por llevarnos a la entrada "La cosa más inútil del mundo" como también a toda la historia del Padrenuestro... Ha sido una buena meditación para hoy... Gracias...