El hecho de vivir en un mundo global hace que los problemas de unos pocos se conviertan en problemas de todos. Hoy sabemos al instante la última ocurrencia de Trump en uno de sus tuits, el contenido de la última
catequesis del papa Francisco en su audiencia de los miércoles y los resultados
de cualquier competición deportiva. Como dice Daniel Innerarity, en su obra Un mundo de todos y de nadie. Piratas,
riesgos y redes en el nuevo desorden mundial (Paidós, Barcelona 2013), entre
las paradojas del mundo actual, una de ellas es que “proliferan los asuntos que son de todos (que a todos nos afectan y que
exigen acciones coordinadas), pero de los que, al mismo tiempo, nadie puede o
quiere hacerse cargo (para los que no hay instancia competente o de los que
nadie se hace responsable)”. Esta constatación me parece muy pertinente. El
hecho de que hoy gocemos de tanta información, pone al alcance de cada uno de nosotros
infinidad de situaciones, muchas de ellas problemáticas. Hace unas décadas era
impensable algo semejante. Si había problemas en el Congo o en el estado indio de
Andra Pradesh, por ejemplo, era un asunto que concernía a los directamente implicados
y, a lo más, a algunos países que pudieran tener un especial contacto con
ellos, pero no al resto del mundo.
Hoy parece que todos
somos responsables de todo. Como vemos en los telediarios que hay africanos que
surcan el Mediterráneo en frágiles embarcaciones, inmediatamente clamamos
contra este problema: o bien apelando a la solidaridad europea, o bien criticando a las mafias que trafican con seres humanos. Lo mismo sucede en
relación con los centroamericanos que pugnan por cruzar la frontera entre
México y Estados Unidos. Sentimos una
profunda compasión y criticamos con fuerza la política de Trump. Pero no queda aquí
la cosa. También opinamos sobre las revueltas de los gilets jaunes en Francia, la hiperinflación argentina, la
mala situación económica de Rusia o la incertidumbre que está creando el Brexit. La información nos da derecho a
opinar de casi todo. Por unos instantes nos convertimos en periodistas, sociólogos,
economistas, políticos y, si nos dejan, en magos que resuelven con su criterio
todos los problemas. Nos da la impresión de que todo es de todos (lo cual
refleja una imagen del mundo como familia humana), pero, a la hora de la verdad,
¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Cuál es nuestra cuota de responsabilidad real?
¿En qué consiste nuestro compromiso efectivo? La mayoría de nosotros ejercemos
esta indignación desde la comodidad del salón de nuestra casa mientras cenamos
o vemos el noticiero de la televisión. Al día siguiente, la vida sigue más o
menos igual.
No ha crecido la responsabilidad
personal y social al mismo tiempo que la información global, lo cual crea una
sensación de ineficacia e impunidad. Todos opinamos de todo, pero pocos son
quienes se arremangan y se ponen a hacer algo. En la mayoría de los casos, no
se trata de pereza o mala voluntad. Es un problema de organización. No sabemos
cómo hacerlo, cuál es la instancia competente, qué método debemos seguir. Esto
hace que, poco a poco, sintamos que los asuntos no tienen que ver con nosotros,
que “alguien” se ocupará de ellos. Ese “alguien” invisible es el gobierno del propio país,
el Banco Mundial, la ONU, el Vaticano, Estados Unidos, China, Google, Amazon,… ¡Quién sabe! En
Italia siempre se utiliza como chivo expiatorio el gobierno de turno. ¿Llueve? Porco governo! ¿Hace mucho calor? Porco governo! Lo que propongo es que,
de igual modo que hemos hecho esfuerzos ingentes por lograr que la información sobre
lo que sucede en el mundo llegue al mayor
número de personas, debemos hacer un esfuerzo semejante por cultivar en las
etapas educativas aquellas actitudes y destrezas que hacen posible una
respuesta individual y colectiva. Si no, el abismo entre información y
transformación será tan grande que acabaremos pensando que las cosas suceden “porque
sí”, sin que nosotros podamos intervenir en su gestación y desarrollo. Cuando se llega a esta situación de pasividad, el terreno está preparado para cualquier tipo de totalitarismo.
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