En estos primeros días de 2019 abundan las sugerencias para vivir un año mejor. Hay páginas que ofrecen propósitos
concretos y prometen que nuestra vida cambiará si los cumplimos. Para aquellos
a quienes nos gusta escribir también se nos regalan algunos propósitos
lingüísticos con el fin de escribir correctamente. No hace falta que nos recuerden
constantemente la diferencia entre “deber ser” y “deber de ser” o entre “haber”
y “a ver”, pero, por otra parte, no está mal mantenerse siempre en estado de
alerta para que se cuele en nuestros textos el menor número posible de gazapos.
Algunos nos hablan de buenos propósitos que sí vamos a
poder cumplir. No sé qué tiene el comienzo de año que despierta en nosotros
el deseo de cambiar. Parece que la Navidad fuera una especie de retiro del que
salimos con ganas de comernos el mundo después de habernos comido una buena
cantidad mazapanes y polvorones. Reconozco que una de las propuestas más
simpáticas la he encontrado en el muro de Facebook de un amigo mío. Se ve que corre por Internet. El autor no
habla de propósitos sino de “metas”. La primera redacción es de 2016; la
última, de este nuevo año 2019. La inserto en mi blog tal cual.
Lo primero que llama la
atención es que el género “propósitos” es una especie de género literario que
no hay que tomarse demasiado en serio. Lo segundo es que -como decía un amigo mío-
“a partir de los 40, todo cambio es a peor”. De hecho, el autor de esa lista de
propósitos iniciada en 2016 va desinflando sus compromisos hasta dejarlos a la
altura de un estilo de vida similar al de Homer, el papá de
los Simpson. El primero es de manual. En 2016 se propone “empezar el gimnasio”.
Dado que no lo cumple, en 2017 lo reduce a “hacer ejercicio”. En 2018 se
conforma con “caminar”. A la luz de la experiencia, el propósito para 2019 es
de un realismo aplastante: “no estar siempre sentado”. Quizás en 2020 escriba: “Levantarme
de vez en cuando”. El séptimo exhibe una fina ironía. En 2016 se formula así: “Leer
30 libros”. La cifra se reduce a 20 (2017) y después a 10 (2018). Visto lo visto, el propósito
para 2019 es divertidamente cínico: “Decir que leí”. Al final, no importa lo que
hayas hecho, sino lo que eres capaz de decir. Mr. Trump es un maestro consumado
de este arte
de mentir sin sonrojarse. Os recomiendo leer las 10 metas. Es una forma de quitar hierro a eses sacrosantos propósitos que nos hacemos cada año y que casi siempre incumplimos. Me gusta la gente que es capaz de reírse de
su debilidad y, a pesar de todo, no tira la toalla. Es un signo de salud mental y espiritual, una forma de reconocer que la gracia de Dios es más grande que nuestras limitaciones. Quizá esta gente es la que más consigue cambiar, pero no a fuerza de puños, sino a fuerza de humildad y de apertura a lo que la vida nos va ofreciendo y enseñando. A la gente muy voluntarista esto le parecerá una clara dejación de nuestras responsabilidades. A mí, que soy poco voluntarista, me parece un signo de madurez.
Frente a este ejercicio
de sano realismo, rayano el derrotismo o el dolce
far niente, una web cristiana ofrece 12
propósitos (realistas) para 2019 y otra se atreve a formular los
propósitos que “debe” tener un cristiano en 2019. Ese “debe” parece deudor
de la moda periodística a la que me refería el otro día al hablar del rigorismo
posmoderno. Hoy en día, muchas personas se sienten autorizadas a decir lo que “debemos”
o “no debemos” hacer. Hace décadas que nos libramos de la vieja Inquisición. En
su lugar, están proliferando muchas mini-inquisiciones que regulan hasta los
más nimios aspectos de nuestra vida, como si fuéramos niños o imbéciles. Está
claro que la fe cristiana es una fuente de libertad que nos ayuda a no caer en
las garras de estos neo-fariseos que tienen una receta para todo. ¿Propósitos
para 2019? Cada uno es muy libre de formular los que considere oportunos. Por
lo que a mí respecta, solo tengo uno: estar abierto a las inspiraciones de Dios
y dejarme llevar por su Espíritu. Cada vez me convence más la petición del
Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de
cada día”. Jesús no le pide al Padre que nos asegure un capital por el
resto de nuestros días. ¡Feliz jornada! Por cierto, ¿cómo lleváis los propósitos de hoy? ¿Cuántas veces habéis consultado el móvil? ¿Habéis abusado del chocolate? ¿Olvidasteis saludar al vecino? ¿Subisteis a pie las escaleras? No, please.
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