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lunes, 21 de enero de 2019

Problemas tendréis siempre

Hay una frase de Jesús que escandaliza a muchos. La transmiten con pequeñas diferencias redaccionales los evangelios de Marcos, Mateo y Juan. En Mc 14,7 leemos: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no me tendréis siempre”. Por su parte, el texto de Mt 26,11 dice casi lo mismo, pero suprimiendo una frase: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre”. El evangelio de Juan (12,8) repite el dicho, que tiene muchas probabilidades de ser auténtico: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no me tendréis siempre”. En una interpretación superficial, pareciera que Jesús defiende la existencia de los pobres como un mal irremediable, pero el sentido es otro. En cualquier caso, no pretendo hoy interpretar este dicho, pronunciado por Jesús en el contexto de la unción de Betania, sino solo parafrasearlo. En un mundo en el que muchas personas sueñan con llegar a una situación de vida exenta de crisis y dificultades, tendríamos que recordar que “problemas tendremos siempre”. En otras palabras, que no podemos esperar a que todo vaya bien y que las piezas del rompecabezas personal encajen a la perfección para disfrutar de la vida y entregarnos.

La vida humana es en sí misma problemática porque hay un desajuste permanente entre lo que deseamos y lo que conseguimos, entre nuestras aspiraciones y nuestras realizaciones. Solo los muy superficiales o los muy ingenuos no perciben este desajuste y se hacen la ilusión de que todo va bien y de que siempre irá bien. Pero basta abrir los ojos para comprobar que no es así. Nos desayunamos cada día con un repertorio de problemas que van desde la economía hasta la política pasando por los desastres naturales, las enfermedades, la violencia y otras muchas manifestaciones de este desajuste. Cuando miramos a nuestra propia vida lo percibimos quizá con más claridad. Siempre hay algo que no funciona bien, incluso cuando decimos que todo va bien. Cuando no es un problema de salud (propio o de las personas queridas), es un problema laboral o económico. Y, si no, algún desarreglo afectivo o un bajón emocional o espiritual. Hay personas que llevan muy mal este continuo estar expuestos a los problemas. Sueñan con el día en el que todo discurra con suavidad, en el que cada cosa se sitúe en el lugar correspondiente y la vida funcione como un reloj de alta precisión. Mientras tanto, suspenden su felicidad personal. Es como si, a la puerta de su casa, pusieran un cartel que dice: “Cerrado por mal funcionamiento” o “Fuera de servicio” .

¿Cómo aprender a convivir serenamente con la cuota de problemas (algunos provocados por nosotros y otros sobrevenidos) que la vida nos va deparando? ¿Cómo caer en la cuenta de que “los problemas los tendremos siempre con nosotros”, pero que los podemos gestionar de maneras muy diversas según nuestra actitud? Si los vemos solo como amenazas que nos impiden realizar nuestros sueños o como obstáculos en el camino, adoptaremos una actitud defensiva e incluso agresiva. Encontraremos enemigos por todas partes. Si aceptamos las cosas como son y procuramos verlas como oportunidades para seguir creciendo, entonces, aunque no siempre podamos librarnos del sufrimiento, le daremos un sentido, procuraremos aprender de él, nos sentiremos más cerca de los que sufren y desarrollaremos una mayor capacidad de resiliencia y coraje. Y aprenderemos a ser más humildes, a saber que nadie puede prometer el cielo en esta tierra. Ni en el campo afectivo, ni en el económico, político o religioso. Leí en los periódicos del pasado fin de semana que Iñigo Errejón y Pablo Iglesias, dos líderes políticos españoles que hace pocos años querían “asaltar los cielos” al alimón, han roto. No me extraña ni me escandaliza. Lo que me extrañaba era el idealismo adolescente e inmaduro que exhibían cuando empezaron el partido Podemos. La historia está llena de desencuentros, traiciones y separaciones. Nadie se libra.

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