Estoy escribiendo el texto de una conferencia que tengo que pronunciar en Ávila la próxima semana. Es una tortura. Me gusta escribir y me gusta hablar. Lo que no me gusta
es tener que hablar (es decir, leer) un
texto escrito previamente. Casi nunca lo hago. Esta vez haré una excepción a
requerimiento de los traductores. Escribo el texto en italiano porque, dado que
se trata de un encuentro europeo, parece que para los traductores es más fácil
hacer su tarea a partir de la lengua de Dante. No es lo mismo escribir un texto
para ser leído en privado (como sucede con una novela, por ejemplo) que para
ser leído en público (una conferencia o una homilía). En el primer caso, el
autor utiliza un registro en cierto sentido intemporal; en el segundo, es
determinante el contexto en el que se lee.
Hablar es siempre un acto creativo que no puede atenerse a un texto cerrado. Cuando hablamos nos estamos dirigiendo a una persona o a un público al que vemos. Mientras hablamos, están sucediendo cosas a nuestro alrededor. Hablar no es un hecho inmóvil sino un evento en ebullición. ¿Quién no ha tenido la experiencia de comenzar a hablar y, a medida que el discurso avanzaba, ir descubriendo elementos que no figuraban en la intención inicial?
Hablar es siempre un acto creativo que no puede atenerse a un texto cerrado. Cuando hablamos nos estamos dirigiendo a una persona o a un público al que vemos. Mientras hablamos, están sucediendo cosas a nuestro alrededor. Hablar no es un hecho inmóvil sino un evento en ebullición. ¿Quién no ha tenido la experiencia de comenzar a hablar y, a medida que el discurso avanzaba, ir descubriendo elementos que no figuraban en la intención inicial?
Creo que entre
leer un texto previamente escrito y hablar con espontaneidad hay la misma
diferencia que entre comer un menú precocinado y degustar una comida preparada
para la ocasión. Es muy probable que el texto escrito sea formalmente más ordenado,
preciso y hasta bello, pero no se hace cargo de las vibraciones que transmiten
las personas que lo escuchan. El buen orador no presta atención solo a las
ideas que quiere transmitir sino, sobre todo, a las personas a quienes se
dirige. En realidad, todo buen discurso es un acto comunicativo y, por lo
tanto, bidireccional. No basta con decir. Hay que escuchar, aunque a menudo este escuchar sea más implícito (mediante el lenguaje no verbal) que explícito (a través de palabras).
Una de las críticas frecuentes que los fieles hacen a las homilías de los sacerdotes es que se trata de comunicaciones “en el aire”, que lo mismo podrían decirse a una comunidad que a otra, que no tienen en cuenta la situación concreta de las personas que escuchan. La capacidad de sintonizar e interactuar con un grupo de personas en un espacio y tiempo determinados es algo reservado al lenguaje oral. Por eso, resulta tan difícil escribir un texto sin saber quién lo va a leer o escuchar. Ya sé que hay escritores –los clásicos– que escriben para la posteridad y que, por tanto, están más allá de las coordenadas espacio-temporales. No es mi caso. Yo necesito pensar siempre en un interlocutor. Yo necesito hablar, no simplemente leer. A veces, es posible compaginar ambas operaciones con un poco de garbo.
Una de las críticas frecuentes que los fieles hacen a las homilías de los sacerdotes es que se trata de comunicaciones “en el aire”, que lo mismo podrían decirse a una comunidad que a otra, que no tienen en cuenta la situación concreta de las personas que escuchan. La capacidad de sintonizar e interactuar con un grupo de personas en un espacio y tiempo determinados es algo reservado al lenguaje oral. Por eso, resulta tan difícil escribir un texto sin saber quién lo va a leer o escuchar. Ya sé que hay escritores –los clásicos– que escriben para la posteridad y que, por tanto, están más allá de las coordenadas espacio-temporales. No es mi caso. Yo necesito pensar siempre en un interlocutor. Yo necesito hablar, no simplemente leer. A veces, es posible compaginar ambas operaciones con un poco de garbo.
Incluso las
entradas diarias en este blog,
aparentemente neutras, se dirigen siempre a alguien. Cada vez que escribo sobre
un tema concreto me imagino dialogando con algunos de mis amigos a quienes, por
alguna razón, les puede interesar lo que escribo. Sin este ejercicio mental, la
escritura me resultaría completamente abstracta e insustancial. De hecho,
comencé el blog con la intención
expresa de mantener un diálogo en línea con los amigos con quienes
me gusta hablar de lo divino y de lo humano cara a cara. Algunos de ellos reaccionan de vez en cuando mediante comentarios escritos en el mismo blog o en Facebook. La mayoría no expresan su opinión, con lo que el diálogo
se queda a medias, pero no abortado porque a veces la intuyo.
Escribo estas cosas cuando faltan solo cinco días para llegar a las 1.000 entradas, momento en el que El Rincón de Gundisalvus se cerrará, pero de esto hablaremos más adelante. Ahora lo que me urge es rematar el texto de Ávila y ultimar la preparación de las actividades que tendré fuera de Roma durante las dos próximas semanas. Una de ellas tiene que ver con algunos lectores del blog. Me refiero al retiro programado para el primer fin de semana de febrero. Pero de esto hablaremos también en el momento oportuno. Mientras tanto, disfrutemos del mal tiempo que se anuncia para los próximos días. Es una preparación para afrontar con gallardía otros malos tiempos sociales y eclesiales.
Escribo estas cosas cuando faltan solo cinco días para llegar a las 1.000 entradas, momento en el que El Rincón de Gundisalvus se cerrará, pero de esto hablaremos más adelante. Ahora lo que me urge es rematar el texto de Ávila y ultimar la preparación de las actividades que tendré fuera de Roma durante las dos próximas semanas. Una de ellas tiene que ver con algunos lectores del blog. Me refiero al retiro programado para el primer fin de semana de febrero. Pero de esto hablaremos también en el momento oportuno. Mientras tanto, disfrutemos del mal tiempo que se anuncia para los próximos días. Es una preparación para afrontar con gallardía otros malos tiempos sociales y eclesiales.
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