El año pasado, tal día como hoy, memoria de san Antonio abad, escribí sobre los religiosos como centinelas del Absoluto: “Seguimos necesitando vocaciones un poco anormales que nos mantengan despiertos. Los eremitas son como centinelas que nos recuerdan por donde sale el sol de Dios en medio de nuestras noches. De lo contrario, la fe en Jesús se vuelve tan normal que acaba perdiendo todo sabor”. Ya sé que la vida religiosa está decreciendo numéricamente en Europa a pasos agigantados. Ya sé que algunos blogueros recuerdan este hecho casi todos los días y hasta parecen regodearse en él. Ya sé que los religiosos hemos cometido errores (y hasta graves escándalos) y tal vez no estamos respondiendo a la altura de nuestra vocación. Ya sé que hay algunos virus (secularismo, consumismo, hedonismo, individualismo, nacionalismo) que están contaminando nuestra manera de ser cristianos. Ya sé que las fusiones y reorganizaciones de provincias no son la mejor ni la única solución a estos problemas. Ya sé que muchas cosas van a cambiar en los próximos años en la iglesia europea. Ya sé que la vida religiosa será un fenómeno minoritario en nuestro continente. Ya sé que muchos jóvenes no se sienten atraídos por el estilo de vida de los religiosos, y ni siquiera por la persona de Jesús.
Y, sin embargo,
en un día como hoy, siento la necesidad, no de defender la vida consagrada,
sino de agradecer este don como un bien de la Iglesia y de la humanidad. Estoy
convencido de que si las viejas formas no son capaces de presentar con frescura
el Evangelio, el Espíritu Santo suscitará, como ha sucedido a lo largo de la
historia, otras formas nuevas que reproduzcan en el mundo de hoy el estilo de vida
que Jesús escogió para sí. Aunque el número tenga su importancia, lo que cuenta
es la autenticidad. Pocos auténticos pueden hacer más que muchos mundanizados. Por
eso, porque la historia no depende solo de nuestra libre respuesta, nunca
pierdo la esperanza. Acepto con serenidad el tiempo que me ha tocado vivir. A simple
vista, es un tiempo de “vacas flacas”, aunque dudo mucho de que los tiempos de
las “vacas gordas” fueran tan florecientes como algunos nostálgicos quieren
pintar. Cada época tiene sus ángeles y sus demonios, sus problemas y oportunidades.
La nuestra es de una complejidad extraordinaria, pero no hay ninguna razón para
pensar que no sea posible ser fiel y feliz
viviendo el Evangelio. ¿Fueron más fáciles los tiempos de la Revolución
Francesa? ¿No hubo problemas a lo largo de todo el siglo XIX? ¿Era cómoda la
vida durante y después de la segunda guerra mundial? ¿Resultaba apetecible ser
religioso bajo los regímenes comunistas que asolaron Europa durante décadas? La
historia nos ayuda a situar cada cosa en su contexto y a no hacer juicios sumarísimos
sobre hechos y personas.
En 2019, Jesús
sigue viniendo a la orilla del mar de la vida. No busca ni a sabios ni a ricos,
sino a personas corrientes que se fíen de él. Hay una vieja canción que recoge bien esta
experiencia. Es tan popular que basta entonar las seis primeras palabras (Tú has venido a la orilla) para
que en cualquier iglesia de España o Latinoamérica todo el mundo se ponga a
cantarla. Pocos cantos religiosos gozan de este privilegio. Es cierto que la melodía
es sencilla y tiene el encanto -y el peligro- de los ritmos ternarios, pero quizás lo que más
llega es la letra. Sin complicaciones, sin virguerías poéticas, describe la
experiencia de la llamada y de la respuesta. Es, en el mejor sentido de la
palabra, un canto vocacional. Estoy convencido de que, en contra de lo que
podamos pensar a la vista de los números, Jesús sigue mirando a los ojos a
muchos jóvenes de hoy. Sonriendo, dice sus nombres en voz alta. Lo que sucede
luego es un misterio. Es probable que muchos bajen la cabeza y sigan su camino. Pero
no faltan algunos que, dejando su barca (es decir, lo poco que tienen) en la
arena de la vida, se lanzan a buscar “otro mar” junto a Jesús. El Maestro sigue
siendo, hoy como ayer, un “pescador de hombres” (y de mujeres). Os dejo con una
reciente versión de este conocido tema.
Y ahora, con un interesante documental (Eso no se pregunta) en el que varios religiosos y religiosas responden a preguntas que muchos no se atreven a formular. Sus respuestas suenan auténticas, con grandes convergencias en lo sustancial y modalidades diversas en los detalles autobiográficos.
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