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lunes, 17 de diciembre de 2018

Un fin de semana inolvidable

Hoy comenzamos la recta final del Adviento, las llamadas ferias mayores, con sus respectivas antífonas de la O. Es como si todo se acelerara. Desde niño me acompaña este sentimiento de fuerte expectación en los días que preceden a la Navidad. Es probable que entonces estuviera conectado con el deseo de tener vacaciones, recibir regalos y disfrutar con la familia extendida. Pero es probable también que esta expectación infantil fuera un símbolo de esa otra esperanza que acompaña al ser humano desde que nace hasta que muere. Es nostalgia de la casa paterna y anhelo de plena comunión con Dios. No solo esperamos un futuro mejor para el mundo. Esperamos el abrazo definitivo con Aquel que ha querido nuestra existencia y no va a permitir que nos perdamos por el camino. Cuando esta esperanza se nubla o es sustituida por sucedáneos, entonces empezamos a trastabillar, caminamos sin rumbo, nos detenemos demasiado en las posadas, perdemos la fuerza de la meta. Por eso, esta última semana de Adviento, tan ligada a la figura de María, es muy importante. Si estamos perdidos, nos devuelve a la senda justa. Si desfallecemos, nos tonifica. Si tememos sucumbir al síndrome de la Navidad empalagosa, nos recuerda el verdadero Misterio que celebramos. Un año, más, la liturgia nos ayuda vivir siete “experiencias O”, siete momentos de admiración, siete antífonas de esperanza.

El sábado prometí escribir algo sobre el fin de semana. No es fácil resumir 40 horas intensas, fraternas, ecológicas y entusiastas. A falta de tiempo y espacio para un cuadro realista, me conformaré con un esbozo impresionista. El sábado 15 salimos del Catholic Centre de Medan a las 8,15 de la mañana después de haber celebrado la Eucaristía y desayunado. Un autobús de 45 plazas y otro de 15 nos transportaron a todos en dos grupos. El día amaneció radiante. Hacia las 11,30 llegamos a Siantar, una ciudad de Sumatra donde los claretianos tenemos una casa de formación para acoger a los candidatos de esta región mientras estudian la filosofía. Hubo ceremonia de bienvenida con danzas y saludos. Con ellos compartimos el almuerzo. Tras un descanso, proseguimos nuestra marcha. Necesitamos dos horas más de autobús para llegar a Parapat, el pueblo recostado junto al lago Toba. Allí nos esperaba nuestro barco. La travesía hasta Onanrunggu duró unas dos horas y media. Después de haber pasado una semana encerrados en el Catholic Centre, es difícil explicar la sensación de libertad y paz que se vive al navegar por un lago inmenso, tranquilo, rodeado de verdes montañas salpicadas con cascadas que mueren en el mismo lago. Tuve tiempo para tomar el sol, contemplar el horizonte, respirar el aire fresco, hacer fotos, imaginar no sé qué  extrañas travesías vitales, gastar bromas y hablar con algunos de mis compañeros. A la llegada a Onanranggu nos esperaban las autoridades locales con una banda de niños. A los miembros del gobierno general nos agasajaron con el típico gorro del lugar. Desde el puerto marchamos hacia la iglesia de San Pablo, regentada por los misioneros claretianos. Dimos gracias por el viaje en barco y el encuentro fraterno y pedimos por la comunidad católica del lugar. En un gran salón contiguo hubo tiempo para saludos, discursos, danzas y una cena popular. Hacia las 8 de la noche nos encaminamos de vuelta al puerto. Tardamos más de dos horas y media en llegar a Tuktur para pasar la noche en Samosir Cottage, un complejo turístico perteneciente a un católico local. No sé los demás, pero yo caí rendido en la cama pasadas las 11. Demasiadas emociones para un día solo. La temperatura fresca me ayudó a conciliar el sueño.

Ayer domingo me levanté temprano para contemplar el lago al amanecer, rezar las laudes y empaparme de la magia del lugar. El desayuno fue variado. Lo tomé al aire libre, en una de las terrazas del inmenso complejo. Para entonces, ya teníamos el primer parte de “bajas”. Unos 15 compañeros míos estaban con problemas estomacales debidos a alguno de los alimentos que fuimos degustando en los diversos lugares. Esto suele pasar cuando uno comparte con las comundiades rurales. Ayuno, paciencia y un poco de buen humor.  En poco unos quince minutos llegamos por carretera a Tomok, otra de las misiones que los claretianos llevamos en la isla de Samosir. Allí nos esperaba la comunidad parroquial de san Antonio María Claret para la celebración de la Eucaristía del tercer domingo de Adviento, el domingo de la alegría. Fue una ceremonia que duró algo más de dos horas. La participación, empezando por los cantos, fue extraordinaria. Nunca habían recibido la visita de 54 misioneros juntos en ese remoto lugar.


La iglesia, inaugurada hacía solo cuatro meses, lucía espléndida. El mensaje de san Pablo –Alegraos en el Señor– resonó como pocas veces en mi vida.  Tras la misa, hubo tiempo para una exhibición de danzas tradicionales y cantos y para una comida compartida con toda la comunidad parroquial. Es difícil que un lector europeo entienda bien el clima que se crea entre los cristianos de este lugar. Aquí la gente no viene a “oír” misa en 40 o 45 minutos, sino a disfrutar de un encuentro con el Señor y la comunidad que se prolonga toda la mañana y parte de la tarde. El domingo es “el día del Señor”. No hay nada más urgente que hacer. Estar con la comunidad es más importante que lavar el coche, ir al fútbol, comprar en un supermercado  o sestear en el salón de casa viendo una serie de televisión. Acabada la fiesta nos embarcamos para Parapat. El cansancio hacía mella en muchos de nosotros. Desde allí tardamos unas tres horas en llegar a nuestra parroquia de Medan. Antes de cerrar el domingo, nos aguardaba una fiesta más con la comunidad parroquial. Como siempre, la música cobró protagonismo. Intervinieron algunos parroquianos que son cantantes profesionales. Hubo comida típica, bailes y un gran sentido de fraternidad. Este segundo día volví a caer rendido en mi cama al filo de la medianoche, después de consultar los correos acumulados, pues, gracias a Dios, durante todo el fin de semana no tuvimos conexión a internet. En algún momento la eché de menos, pero experimenté una vez más lo bien que se vive sin saber lo que pasa en el mundo. Nuestro mundo estaba en el lago Toba y en la isla de Samosir. 

Viajes como éste, acompañado por 53 hermanos claretianos, se producen pocas veces en la vida. La combinación de fraternidad, alegría, paisajes espectaculares, encuentro con culturas como la batak y fuerte sentido celebrativo es un coctel que revitaliza a cualquiera. Comienzo esta semana sereno, agradecido y con muchas ganas de vivir la fuerza del Adviento antes de regresar a Roma el próximo viernes.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por tu compartir, que alegra el corazón y llena de Esperanza, y juntos, agradecemos a Dios, tanto bien repartido por el mundo a través de la familia claretiana.
    Rocío (Málaga, España)

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