El Adviento es un tiempo litúrgico que nos dispone para las sorpresas de Dios. Ni Zacarías, ni María
ni José estaban preparados para aceptar los planes de Dios a pie juntillas. A los
tres les sorprendieron. Zacarías no creía que fuera posible ser padre a su edad
y con una mujer estéril. José y María no podían entender que, sin haber tenido
relaciones sexuales, María estuviera embarazada. Por eso, con palabras un poco
diversas, los tres formularon la misma pregunta: ¿Cómo será eso? Quizás se podría decir de una manera un poco más crítica: ¿Cómo puede ser esto? Los tres fueron hombres y mujeres “modernos” avant la lettre. Se atrevieron a dudar y
a preguntar. Su fe en Dios no les proporcionaba una respuesta clara e inmediata
a sus preguntas. Acabaron confiando ciegamente en Dios, pero no de manera
superficial. Aceptaron el riesgo de la fe. Se internaron en el ancho campo de
la duda y la inquietud. Lo que sentían como voluntad de Dios no encajaba en
absoluto con sus planes, pero quizás sí con sus sueños, por lo menos en el caso
de Zacarías e Isabel. Una pareja joven (José y María) y otra entrada en años (Zacarías
e Isabel) se ven envueltas en una aventura que cambia por completo sus vidas.
Todo puede suceder cuando Dios interviene porque “para Dios nada hay imposible”.
Nosotros, que
somos menos creyentes que estas dos parejas, no dejamos de repetir la pregunta
cada vez que algo no responde a nuestras expectativas. El cómo será eso es una especie de estribillo en la canción vital de
creyentes y agnósticos. En cada uno de nosotros adquiere modulaciones diversas según
nuestra edad, itinerario, formación y deseos. ¿Cómo será posible que la fe siga
viva en algunos países cuando desciende el porcentaje de los que se declaran
creyentes? ¿Cómo será posible recuperar la confianza en la Iglesia cuando los escándalos
no hacen más que minarla? ¿Cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones
si parecen más atraídas por otras
propuestas de vida? ¿Cómo detener el calentamiento global si no cambiamos
nuestro estilo de vida? ¿Cómo erradicar la pobreza si la población mundial no
para de crecer? ¿Cómo lograr la paz si a cada paso estallan los conflictos? Y,
descendiendo al terreno, personal: ¿Cómo puedo seguir creyendo si cada vez son
más los que dicen que la fe es una “enfermedad” propia de personas
infradesarrolladas? ¿Cómo mantener la esperanza si se multiplican los motivos
para perderla? ¿Cómo puedo vivir una actitud de entrega a los demás si tengo la
impresión de que cada uno va a lo suyo y solo los más espabilados sobreviven?
¿Cómo seguir creyendo que la fe es la plenitud de la vida cuando a veces atravieso
noches oscuras y me parece que todo es una ilusión?
Con Zacarías e
Isabel y, sobre todo, con María y José, aprendemos a fiarnos de Dios contra
todo pronóstico. No creemos porque todo encaje a las mil maravillas en nuestra concepción
de la vida, sino porque sabemos de quien nos hemos fiado, porque aceptamos el
riesgo de la fe, convencidos de que “para
Dios nada es imposible” y de que “los
que creen en Cristo jamás serán defraudados” (Rm 10,11). El autor de la
carta a los Hebreos nos exhorta: “Mantengamos
firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa”
(Hb 10,23). La fidelidad de Dios nos resulta poco comprensible en un contexto de continuas infidelidades y ruptura de nuestras promesas. Y, sin embargo, deseamos que algo así sea realidad. Comprendemos que somos frágiles, pero queremos que Él sea fuerte y nos sostenga. Hay muchas personas que, en medio de dificultades y sinsabores, no
tiran la toalla. Es más fácil encontrarlas entre los sencillos que en aquellos que parecen vivir entre algodones. Una
vida demasiado fácil nos incapacita para aceptar las pruebas y convivir con las
preguntas. La vida de María y de José no fue nada fácil. Por eso, todos cuantos atraviesan momentos de tentación o desasosiego pueden confiar su cuitas a quienes se mantuvieron fieles a Dios en medio de las pruebas. Es un oasis en medio de la travesía del Adviento.
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