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miércoles, 19 de diciembre de 2018

¿Cómo será eso?

El Adviento es un tiempo litúrgico que nos dispone para las sorpresas de Dios. Ni Zacarías, ni María ni José estaban preparados para aceptar los planes de Dios a pie juntillas. A los tres les sorprendieron. Zacarías no creía que fuera posible ser padre a su edad y con una mujer estéril. José y María no podían entender que, sin haber tenido relaciones sexuales, María estuviera embarazada. Por eso, con palabras un poco diversas, los tres formularon la misma pregunta: ¿Cómo será eso? Quizás se podría decir de una manera un poco  más crítica: ¿Cómo puede ser esto? Los tres fueron hombres y mujeres “modernos” avant la lettre. Se atrevieron a dudar y a preguntar. Su fe en Dios no les proporcionaba una respuesta clara e inmediata a sus preguntas. Acabaron confiando ciegamente en Dios, pero no de manera superficial. Aceptaron el riesgo de la fe. Se internaron en el ancho campo de la duda y la inquietud. Lo que sentían como voluntad de Dios no encajaba en absoluto con sus planes, pero quizás sí con sus sueños, por lo menos en el caso de Zacarías e Isabel. Una pareja joven (José y María) y otra entrada en años (Zacarías e Isabel) se ven envueltas en una aventura que cambia por completo sus vidas. Todo puede suceder cuando Dios interviene porque “para Dios nada hay imposible”.

Nosotros, que somos menos creyentes que estas dos parejas, no dejamos de repetir la pregunta cada vez que algo no responde a nuestras expectativas. El cómo será eso es una especie de estribillo en la canción vital de creyentes y agnósticos. En cada uno de nosotros adquiere modulaciones diversas según nuestra edad, itinerario, formación y deseos. ¿Cómo será posible que la fe siga viva en algunos países cuando desciende el porcentaje de los que se declaran creyentes? ¿Cómo será posible recuperar la confianza en la Iglesia cuando los escándalos no hacen más que minarla? ¿Cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones si  parecen más atraídas por otras propuestas de vida? ¿Cómo detener el calentamiento global si no cambiamos nuestro estilo de vida? ¿Cómo erradicar la pobreza si la población mundial no para de crecer? ¿Cómo lograr la paz si a cada paso estallan los conflictos? Y, descendiendo al terreno, personal: ¿Cómo puedo seguir creyendo si cada vez son más los que dicen que la fe es una “enfermedad” propia de personas infradesarrolladas? ¿Cómo mantener la esperanza si se multiplican los motivos para perderla? ¿Cómo puedo vivir una actitud de entrega a los demás si tengo la impresión de que cada uno va a lo suyo y solo los más espabilados sobreviven? ¿Cómo seguir creyendo que la fe es la plenitud de la vida cuando a veces atravieso noches oscuras y me parece que todo es una ilusión?

Con Zacarías e Isabel y, sobre todo, con María y José, aprendemos a fiarnos de Dios contra todo pronóstico. No creemos porque todo encaje a las mil maravillas en nuestra concepción de la vida, sino porque sabemos de quien nos hemos fiado, porque aceptamos el riesgo de la fe, convencidos de que “para Dios nada es imposible” y de que “los que creen en Cristo jamás serán defraudados” (Rm 10,11). El autor de la carta a los Hebreos nos exhorta: “Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Hb 10,23). La fidelidad de Dios nos resulta poco comprensible en un contexto de continuas infidelidades y ruptura de nuestras promesas. Y, sin embargo, deseamos que algo así sea realidad. Comprendemos que somos frágiles, pero queremos que Él sea fuerte y nos sostenga. Hay muchas personas que, en medio de dificultades y sinsabores, no tiran la toalla. Es más fácil encontrarlas entre los sencillos que en aquellos que parecen vivir entre algodones. Una vida demasiado fácil nos incapacita para aceptar las pruebas y convivir con las preguntas. La vida de María y de José no fue nada fácil. Por eso, todos cuantos atraviesan momentos de tentación o desasosiego pueden confiar su cuitas a quienes se mantuvieron fieles a Dios en medio de las pruebas. Es un oasis en medio de la travesía del Adviento.


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