Después de doce días en Indonesia, esta tarde emprendo el vuelo de regreso a Roma. Han sido
casi dos semanas de encuentros personales, reflexión y compromisos. Asia es el
gran continente de la humanidad, la cuna de las grandes religiones, un área en
continua expansión. Los cristianos seguimos siendo una minoría, excepto en países
como Filipinas y Timor Oriental. A todos ha llegado la Navidad comercial, pero a muchos no les ha llegado todavía la Navidad de Jesús. Para una congregación misionera como la mía,
es un enorme desafío. No se trata de hacer proselitismo, sino de evangelizar,
de proponer la “buena noticia” de Jesús dirigida al corazón. El ser humano está
preparado para acoger la verdad de Dios. El misionero, por su parte, está llamado
a reconocer y valorar todas las semillas de verdad, bondad y belleza que están sembradas
en los corazones de todos los seres humanos. Por eso, su misión es, ante todo,
un “diálogo de vida” que va más allá del simple diálogo interreligioso o
intercultural. Cuando dos seres humanos viven juntos e intercambian sus
experiencias con honradez intelectual y sencillez de corazón se produce el
milagro del encuentro. Solo en ese contexto de mutua aceptación, el anuncio de Jesús
puede resultar significativo y apelar a la libertad personal.
Mañana comienza el invierno en el hemisferio norte. Estamos a solo cinco
días de la Navidad. Ya se han puesto en marcha los sentimientos de quienes
están deseando que lleguen estos días y de quienes los rechazan por diversas razones. Es como si la Navidad fuera un test
que pone a prueba nuestras actitudes ante nosotros mismos, los demás y Dios. Quienes
no creen en Jesucristo tienen todo el derecho del mundo a hacer de estos días
unas vacaciones de invierno, unas jornadas de encuentro familiar o incluso un
motivo para deprimirse ante los excesos celebrativos. Quienes creemos en Jesús
no deberíamos equivocarnos de fiesta. No se nos ha invitado a entrar en un salón
de banquetes o en una discoteca, sino en una sencilla cueva donde hay un niño
envuelto en pañales. Es una fiesta sí, pero no como las que organizan las empresas
del ramo. Hay alegría, sí, pero no derroche ni frivolidad. Ayer, en la tradicional audiencia de los miércoles, el papa Francisco
nos lo recordó con estas palabras: “Procuremos no mundanizar la Navidad, ni
convertirla en una bonita fiesta tradicional pero centrada en nosotros y no en
Jesús. Celebraremos la Navidad si sabemos dedicar tiempo al silencio, como hizo
José; si le decimos a Dios “aquí estoy”, como María; si salimos de nosotros
mismos para ir al encuentro de Jesús, como los pastores; si no nos dejamos
cegar por el brillo de luces artificiales, de regalos y comidas, y en cambio
ayudamos a alguien que pasa necesidad, porque Dios se hizo pobre en Navidad”.
Como todavía
tenemos tiempo, podemos preguntarnos con honradez, sin huecos espiritualismos,
cómo queremos celebrar la Navidad de este año, qué actitudes y gestos nos brotan
del corazón para expresar nuestra fe en el Jesús que nace. Cómo vamos a
combinar el silencio y el bullicio, el encuentro familiar y los ratos de
soledad, el exceso celebrativo y la solidaridad con los pobres y abandonados, la
participación en la liturgia y los momentos de expansión, la intimidad del hogar
y los paseos por las calles iluminadas o por el bosque, las felicitaciones y
los agradecimientos y peticiones de perdón, la misa y la mesa. Todo puede tener
su tiempo y su lugar. Lo importante es no equivocarnos de fiesta, saber qué
celebramos y por qué queremos hacerlo. No somos víctimas ni de una tradición
multisecular ni de una obsesión publicitaria. Somos seguidores de un Jesús que
vino al mundo en un lugar determinado (Palestina) y en una fecha concreta, que
se hizo uno de nosotros en condiciones de fragilidad y pobreza, que fue ignorado
por muchos pero acogido por una joven pareja que le brindó todo su amor, que comenzó
siendo “nadie” y hoy determina la vida de millones de seres humanos. Si esto lo
tenemos claro, entonces también tendremos claro a qué tipo de fiesta queremos
apuntarnos. Si no, la tradición o el consumo nos llevarán la delantera y, un
año más, acabaremos hartos de unas fiestas que parecen tener mucho envoltorio y
poca sustancia. Todavía hay tiempo.
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