Ayer, después de comer, me permití el lujo de ver en internet el capítulo
348 con el que terminaba la decimonovena temporada de la serie televisiva
Cuéntame.
El título del capítulo −Buscando− resume bien su contenido. Carlos,
que ya ha cumplido 28 años, se embarca rumbo a Nueva York en busca de sí mismo.
Corre el mes de septiembre de 1988. Necesita tomar distancia porque −como confiesa él mismo, para
sorpresa de sus padres− “yo no
puedo seguir llevando en la mochila todo el peso de la familia Alcántara”. A
diferencia de Antonio, su padre, a él le cuesta asumir esa manera de ver la
vida que se resume en la sentencia casi ciceroniana salida de labios de su
progenitor: “Somos lo que somos porque
vamos de fracaso en fracaso”. Como ayer por la tarde disponía de un poco de
tiempo libre, después de ver el capítulo me dio por escribir una carta a Carlos,
el personaje de ficción, no a Ricardo Gómez,
el actor de carne y hueso que lo encarna y que ahora, a diferencia del personaje
de la serie, tiene solo 24 años. Carlos debió de nacer en 1960, así que es dos
años más joven que yo, pero me he reconocido en algunos momentos
de su trayectoria. Quizás por eso me he atrevido a escribirle. Hablándole a él,
converso conmigo mismo y con la gente de mi generación.
CARTA A CARLITOS ALCÁNTARA
Querido Carlos:
Cuando leas esta carta −género que ya pocos usan en estos tiempos de internet− estarás en Nueva
York paseando por Central Park con tu esposa Karina y su hijita. O vuestra hijita, que los guionistas todavía nos tienen en vilo acerca de la verdadera paternidad de la pequeña. Has
conseguido alejarte 5.674 kilómetros de tu barrio madrileño de san Genaro, pero
ni un milímetro de tu familia. La distancia física no es suficiente para lograr
la distancia emocional. Espero que tu búsqueda en la ciudad de los rascacielos
te lleve a buen puerto, aunque el capítulo de tu despedida de la serie evoca
más bien un estado de permanente zozobra. Creo que te comprendo bien. Representas a las mil maravillas al hombre posmoderno. No hace falta llegar a ninguna meta.
El hecho de ponerse en camino está ya indicando una manera de entender la vida. El camino es la meta. ¡Ojalá seas un peregrino y no un mero vagabundo!
Te confieso que he visto
el largo capítulo de hora y media con emoción contenida y alguna lagrimilla furtiva. En contra de lo que ciertos críticos opinan, a mí me parece que tú y el resto del reparto sois muy buenos
actores. Es posible que algunos guiones sean un poco artificiosos, pero
vosotros ponéis la carne en el asador para hacerlos creíbles. ¡Enhorabuena! La serie no es un documental de La2, sino un relato ficticio con algunos anclajes en la realidad de aquella época. Respetemos el encanto de la ficción. No le pidamos que se convierta en un acta notarial. Viéndote a ti, he
recordado a algunos compañeros de viaje de aquellos lejanos años 80. No conozco
a nadie que haya vivido todo lo que los guionistas te han hecho vivir en solo 24 años. Tú
sintetizas en un solo personaje muchas vidas, tal vez demasiadas. Eres un espejo en el que pueden reconocerse muchas personas con perfiles biográficos diferentes. La incursión en la cocaína y en
el mundo de los negocios sin escrúpulos marcan un punto de inflexión en la
trayectoria de tu joven existencia. Has querido escalar rápidamente el cielo de
la fama y lo único que has conseguido es descender a los infiernos del
sinsentido. No eres el único. En esa misma trampa cayeron muchos por aquellos años. Los espectadores sabíamos que te habías internado en un laberinto sin salida, pero tú te hacías el fuerte creyendo que llevabas bien embridadas las riendas de tu vida, que a ti no te iba a pasar nada, que tú eras diferente. ¿Quién no ha vivido alguna vez un espejismo como este?
En uno de los diálogos con tu madre, tú mismo haces tu propio diagnóstico:
“Me doy demasiada importancia a mí mismo”.
El hecho de querer ser el centro de todo te ha impedido aceptar las cosas como
son y querer a las personas con sus limitaciones. También en este punto te comportas como un perfecto hombre moderno. Eres antropocéntrico por los cuatro costados, como lo somos la mayoría de nosotros. Has querido ser alguien cuando, en realidad, hubiera bastado con haber sido tú mismo, en las duras y en las maduras, sin necesidad de esconderte tras un personaje. Ha tenido que ser tu madre, una vez más, quien te aclarara que “aceptar no es conformarse”. Aceptar la vida como es significa no huir de la realidad sino mirarla de frente para poder cambiarla. Los 80 nos
vendieron el espejismo de que todo lo anterior había sido malo, gris, y de que era necesario
reinventar el mundo en colores al precio que fuese. Muchos se quedaron en el camino, hombres y mujeres sin raíces, víctimas
de paraísos inalcanzables, inmóviles como piedras tras bailar la danza inacabable de la movida.
Me gusta la escena en la
que vas a la iglesia del barrio en busca de tu abuela Herminia. Mientras los
demás miembros de la familia están en sus cosas, ella está rezando el rosario sentada
en un banco. Te mira, te huele las manos y, en un intento por devolverte la
inocencia perdida, te dice que huelen como cuando eras niño. Tú te das cuenta
de que la abuela huele como siempre. Mientras tú has vivido una montaña rusa de
emociones y experiencias, ella se ha mantenido fiel a sus convicciones en una
época de cambios acelerados. Más tarde, ya en casa, le confesarás que no crees
mucho en Dios, pero le pides que rece por ti. En cierto sentido,
en medio de las tormentas de la vida, la abuela Herminia representa el puerto
seguro donde siempre puedes atracar. Parece de otra época, pero quizás es la más contemporánea de todos porque ha aprendido a discernir el oro de la ganga y a vivir el presente con la sabiduría que proporciona el pasado. Eso le permite mantenerse en pie sin perder su tesoro más valioso: la fe en Dios y el amor a los demás hecho de pequeños detalles, desde una tortilla de patatas hasta un biberón de bebé o una conversación por teléfono.
La fe en Dios se vive de muchas maneras, Carlos.
La abuela la vive como una confianza absoluta en el Padre que nos cuida. No ha recibido una formación muy exquisita. Puede que sus formas externas sean muy tradicionales para los tiempos que corren, pero la procesión va por dentro. Tú,
sumido en un mar de dudas, la vives como nostalgia de un pasado mejor o como
anhelo de un futuro que no acaba de llegar. Incluso tu permanente frustración
es una forma de soñar una vida diferente, casi una forma de fe. Uno de los marineros
del mercante en el que viajas a Nueva York te dice una frase que podría resumir
bien la experiencia: “Lo que buscas te
está buscando”. Tú piensas que serás tú mismo cuando encuentres tu propia
voz, cuando logres escribir una novela de éxito, cuando ganes mucho dinero sin
tener que venderte, cuando… No te das cuenta de que estas búsquedas son solo reflejos
de una búsqueda más decisiva. Dios mismo, como el padre de la parábola de
Jesús, te está buscando a ti, sale cada tarde al camino de la vida para
acogerte con los brazos abiertos. Pero no hay guionista actual que se atreva a
describir esta experiencia así por el temor a ser tildado de retrógrado o espiritualista.
Karina, con una
sinceridad de la que tú careces, te dijo a la cara: “Carlos, tu problema eres tú”. Es una forma breve y atrevida de decirte
que ya está bien de proyectar en otros tu propia confusión y tu desasosiego congénito. Y el viejo marinero
de los tatuajes, curtido bajo muchos soles, te regala una escueta orientación para
el viaje de tu vida. Suena casi a libro de autoayuda: “Al final, uno acaba
siempre donde empezó”. Para volver a ser el Carlitos risueño y confiado que
eras en los primeros capítulos de la serie, necesitarás vivir muchas vidas en
una, creer que eres el dueño de tu destino, jugar a ser importante, probar un
buen número de venenos. Nadie nos puede ahorrar la aventura de ser nosotros
mismos a base de éxitos y fracasos. Solo las personas sabias −como tu abuela y el marinero del mercante− entienden las palabras de Jesús: “Si
no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Qué
joven quería hacerse un niño en la España alocada de los años 80? Tus hermanos
Inés y Tony, a pesar de haber almacenado un buen número de experiencias, no
habían llegado todavía a ese grado de madurez y sencillez. Tus padres tal vez sí, aunque
el testarudo de Antonio lo disimulaba bien con su eterno deseo de evolucionar, un verbo desconocido para
tu abuela Herminia. Quizá en su caso es también una forma de huir de un pasado que le atormenta.
Termino. Tu madre Merche, siempre con los pies en la tierra, le da a tu padre un
consejo que resume una manera de entender la vida: “Si quieres ser mejor, lo que tienes que hacer es dejar el tabaco”.
¿Te das cuenta del vértigo que produce una frase como esta, solo en apariencia
superficial? El comienzo se parece a la frase que Jesús le dijo al joven rico: “Si quieres heredar la vida eterna”. Ser mejores es la aspiración de todos los seres humanos. Uno esperaría que la segunda parte
de la frase guardara una cierta simetría con la primera y estuviera compuesta
por propuestas trascendentales como: “sé
fiel a ti mismo”, “busca la verdad y la justicia”, etc. No, la perfección
humana pasa por cosas tan triviales como dejar de fumar. O sea, que es en el
territorio de la vida cotidiana −y no tanto en el mundo de
los grandes ideales o de la ficción, como tú soñabas− donde se juega la partida
decisiva de nuestra vida. No hace falta escribir una novela para ser mejor.
Basta saludar a los vecinos, limpiar la casa, hacer la cama y no olvidarse del cumpleaños de
los seres queridos. Jesús llegó a una síntesis parecida: “Os dejo un solo mandamiento: que os améis unos a otros”. ¿Se puede sintetizar mejor la esencia de una vida plena?
¡Ojalá los fríos vientos de Nueva York remuevan
los pájaros de tu cabeza un poco atolondrada y te ayuden a descubrir lo que tu
madre fue capaz de ver en el modesto barrio de san Genaro, sin romperse
demasiado el coco y sin abonarse a la cocaína!
Tu coetáneo y admirador,
Gundisalvus.
ME HA ENCANTADO TU CARTA DEL CAPITULO DE CUENTAME , un análisis extraordinario y opino igual que tu para mi la mejor enseñanza la de LA ABUELA y el marinero del barco .
ResponderEliminarBuenos días amigo Gonzalo. Pese a no compartir generación y dejar de ver la serie hace ya más de diez años, me he sentido muy vivo y feliz al leer esta sincera carta.
ResponderEliminarOjalá muchos padres se tomasen la molestia de leerla y enseñársela a sus hijos porque su contenido encierra muy bien enseñanzas del pasado y del presente.
Sin duda alguna, el amor a los demás es el acto más hermoso y valiente que podemos hacer. Si bien valentía no siempre se asocia con amor, es necesario ser valiente para mantener y ofrecer a los demás amor y aprecio ( y más en los tiempos que corren).
Pablo Melero Vallejo.