En Madrid se celebra hoy la Virgen
de la Almudena, patrona de la ciudad y de la archidiócesis. Como casi todas
las advocaciones marianas, también ésta tiene su historia y su leyenda. A los
seres humanos no nos basta la historia desnuda; siempre necesitamos adornarla,
tergiversarla, engrandecerla o borrarla. Lo que sucede con las tradiciones marianas se
aplica al conjunto de los hechos históricos, comenzando por los que se refieren
a la historia personal. Cada uno de nosotros tenemos un filtro selectivo. Hay
personas que se quedan detenidas en los recuerdos amargos y parecen respirar
siempre por las heridas. Otras, por el contrario, disponen de algún extraño
mecanismo neurológico para “olvidarse” de lo negativo y poner el acento en lo bueno
que han vivido. Es interesante escuchar las versiones que de un mismo
acontecimiento ofrecen varios testigos. Todos pueden aducir que han visto con
sus ojos y han escuchado con sus oídos algo, pero la manera de recordarlo,
articularlo y comunicarlo puede variar mucho. Ya decían los escolásticos que quidquid recipitur ad modum recipientis
recipitur; es decir, que lo que se recibe se recibe según el modo del
recipiente. En otras palabras, que cada uno de nosotros interpretamos la realidad según
nuestras propias claves que, a su vez, son fruto de condicionantes genéticos,
procesos educativos, contexto sociocultural y experiencias vividas.
Cada vez que nos
asomamos a la historia se disparan los debates. Lo estamos viviendo de manera
continua en relación con las guerras del pasado, los procesos de formación de
las naciones y estados, los casos de corrupción y abuso… Sobre la base de unos
cuantos datos objetivos, cada uno construimos nuestra propia visión y
pretendemos que sea “la verdadera”. Solo las personas muy inteligentes y ecuánimes
tienen la humildad suficiente para reconocer que su punto de vista, por
fundamentado y objetivo que parezca, no excluye otros puntos de vista que
pueden completar la visión de conjunto. Esta actitud favorece un diálogo
constructivo siempre que vaya acompañado por un deseo que hoy parece escasear:
la pasión por la verdad. Si lo que pretendemos es justificar una postura
previamente tomada o agredir al oponente infligiéndole el mayor daño posible, entonces no hay posibilidad alguna de diálogo y encuentro. Si, por el contrario, lo que
queremos es acercarnos a la verdad, venga de donde venga, entonces todos los caminos
están abiertos. Las únicas condiciones son la veracidad, el deseo de enriquecer
nuestra visión con los puntos de vista de otras personas y la audacia de
ofrecer el propio con humildad. Antonio Machado nos señaló el camino en unos versos inolvidables: ¿Tú verdad? no, la verdad; / y ven conmigo a buscarla. / La tuya guárdatela.
¡Cómo cambiaría
la vida personal y social si tuviéramos pasión por la verdad! La verdad no es
un arma arrojadiza contra quienes piensan de otro modo, no es un ajuste de
cuentas para vengarnos de heridas pasadas, no es una construcción ideológica
para justificar nuestras opciones presentes, no es un relato edulcorado para construir un futuro soñado. La verdad es
siempre una experiencia liberadora que no mira tanto al pasado (para saber lo
que realmente ocurrió) o al presente
(para examinar la congruencia entre hechos y palabras), cuanto al futuro (para
asegurar una vida más digna y humana). Quien mira solo al pasado corre el
riesgo de deformar la verdad según sus intereses y de hacer de ella un
instrumento de venganza. Quien se concentra solo en el presente actúa como un
forense de una realidad que no es algo muerto sino vivo. Solo quien se acerca a
la verdad abierto a la promesa de un futuro mejor se deja sorprender por ella,
no la manipula. Jesús, que conocía el corazón humano como nadie, sabía bien
hasta qué punto manipulamos la verdad según nuestros intereses y miedos. Por
eso se atrevió a presentarse Él mismo como la verdad, una verdad que nos hace
libres para amar (cf. Jn 8,32) , no reos de la venganza o el resentimiento. Este es el camino, pero no son muchos los dispuestos a transitarlo. Hay atajos que prometen llevarnos al destino mucho más rápido. Solo el tiempo nos mostrará lo equivocados que estábamos.
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