He vivido un fin de semana hermoso en compañía de un grupo de seglares claretianos de Málaga. Pertenecen
a tres comunidades del movimiento Seglares Claretianos vinculadas a la parroquia
del Carmen, regentada desde hace muchos años por los misioneros claretianos.
Se trata de una parroquia formada por unos 20.000 feligreses. Sus numerosas
comunidades, asociaciones y cofradías le dan una gran vitalidad y cargan de trabajo
–como es lógico– a los cuatro misioneros. Viniendo de otros lugares en los que
la vida cristiana parece haber entrado en un periodo de evaporación, doy
gracias a Dios por encontrar parroquias en las que se respira un sano ambiente
de fe, formación, liturgia y compromiso. Los frutos de ahora son el resultado de la
gracia de Dios a través del trabajo de claretianos y laicos a lo largo de los
años, lo que demuestra que, cuando se siembra bien, cuando hay dedicación y
entrega, acaban produciéndose frutos de conversión. Es necesario contar
historias de parroquias y comunidades cristianas que no son campos yertos sino vergeles. Mientras en
algunos lugares todo parece languidecer, en otros hay muchos signos de vida. Acabo
de celebrar la misa de las 9 de la mañana con un grupo de unas 40 o 50 personas. La
celebración comienza con el rezo comunitario de laudes. Percibo que los
participantes están acostumbrados a esta práctica diaria. Es solo un signo entre muchos.
Junto a esta
historia colectiva, hay muchas historias personales que pasan desapercibidas.
Me han contado la historia de una joven familia malagueña (el marido tiene 47 años) que,
con 14 hijos, han pasado diez años en Suecia siendo como una “parábola de fe y comunión” en medio de una sociedad religiosamente fría y descreída. La madre de
familia, en medio de sus múltiples tareas, encontraba tiempo para visitar a ancianos que vivían solos y que agradecían
sus muestras de cariño. A pesar de ser una familia tan numerosa y de vivir en
una casa relativamente pequeña debido a las restricciones gubernamentales, de
vez en cuando algunos compañeros del colegio de los hijos iban a dormir allí con su saco de
dormir. Para ellos, en su mayoría hijos únicos, era una experiencia maravillosa
compartir unas horas con otros “hermanos” con los que hablar, jugar y reírse. Una
familia feliz, aunque no exenta de problemas, es en sí misma un símbolo de la
presencia de Dios entre nosotros. No se necesita hacer muchas cosas. Basta
vivir con sencillez el milagro del amor mutuo. El amor es siempre contagioso.
Nadie se resiste a ser querido. Quienes quieren dinamitar una concepción cristiana de la vida, lo primero que suelen hacer es destruir la familia. Saben muy bien que es la célula básica de una sociedad basada en las relaciones personales, una iglesia doméstica en la que se aprende a amar a Dios y a los demás. Naturalmente, la persecución puede ser abierta y despiadada (como en el pasado) o sutil y científica (como en el presente), pero siempre se trata de una persecución. Las consecuencias son perfectamente imaginables. Las estamos padeciendo.
Me cuentan
también que una profesora jubilada y soltera decidió irse a vivir a un barrio
popular de una ciudad canaria. Al ver la penuria de muchas familias con hijos,
decidió donar cada mes dos tercios –¡sí, dos tercios!– de su pensión para esas
familias. Ella se ha habituado a vivir una vida sobria con el tercio restante.
Y siempre se la ve alegre. Nadie la ha obligado a tomar esa decisión. Ha sido
fruto de su compromiso cristiano madurado a lo largo del tiempo. Como estas historias, hay cientos, miles,
millones de microhistorias que nunca llegan a las páginas de los periódicos o a
las cabeceras de los telediarios, pero que nos hacen seguir confiando en los
seres humanos. Cuando Dios llena el corazón de las personas, no necesitamos
poner los cimientos en otras realidades como el poder, e dinero o el sexo, los
ídolos a los que los seres humanos sacrificamos buena parte de nuestras energías.
Para vivir historias como estas no es necesario hacerse religioso o sacerdote.
Los protagonistas de estas “historias maravillosas” son, en su mayoría, hombres
y mujeres laicos que, en la trama de su vida laical, han encontrado cauces para
expresar su fe. El periódico “El País” de España está invitando desde hace semanas a los lectores
a reportar casos conocidos de abusos sexuales. Puede ser un servicio para acabar cuanto antes con una lacra insoportable, aunque tal vez esconde segundas intenciones. Yo invito a los lectores de “El
Rincón de Gundisalvus” a contar alguna historia sencilla de personas que están
contribuyendo a hacer nuestro mundo más humano y más habitable. Necesitamos saber que no todas las personas son corruptas, abusadoras, descreídas, egocéntricas, narcisistas y consumistas. Existe una cara B que suena mucho mejor que la vistosa cara A.
PARA LOS AMIGOS DE “EL RINCÓN DE
GUNDISALVUS”
Cuándo: 1-3 de febrero de
2019.
Dónde: Centro La Fragua. Los Negrales (Madrid). La
capacidad máxima de la casa es de 20 personas en habitaciones individuales.
Quiénes: Amigos de “El
Rincón de Gundisalvus”.
Inscripciones: Los interesados
pueden escribir a gonfersa@hotmail.com.
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