Tomo la pregunta prestada. Hay varios libros, como el de Borja
Vilaseca, con el mismo título. La pregunta figura también en el
famoso libro ¿Quién
se ha llevado mi queso? Transcribo el párrafo completo en el que aparece: “Kof
se sentía cada vez más angustiado, y se preguntó si realmente quería volver al laberinto.
Escribió una frase en la pared que tenía delante y se quedó un rato mirándola. ¿Qué harías si no tuvieses miedo? Pensó
en ello. Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno. Cuando tienes miedo de
que las cosas empeoren si no haces algo, el miedo puede incitarte a la acción.
Pero, cuando te impide hacer algo, el miedo no es bueno”. Hay muchos miedos que
nos impiden hacer algo, que nos paralizan. Algunos consideran que la sociedad
del siglo XXI es “la sociedad del
miedo”, quizás porque el famoso 11-S marcó a fuego el comienzo
de un siglo que se prometía dorado. En este contexto cobran más fuerza las
palabras de Jesús repetidas varias veces a lo largo de los evangelios: “No tengáis miedo”. Me he referido a
este tema varias
veces en este blog porque creo que es uno de los rasgos del
tiempo que vivimos. Pero hoy lo quiero abordar desde su vertiente positiva.
Sabemos que los miedos nos bloquean, pero ¿qué pasaría si no tuviésemos miedo?
¿Qué podríamos hacer? ¿Cómo podríamos ser?
En su famoso libro sobre
el queso, Spencer Johnson escribe que “un
poco de miedo es bueno”. Es verdad. Hay “miedos buenos” que nos impiden
hacer tonterías, que nos protegen de riesgos innecesarios y que nos incitan a
la acción. Constituyen como una barrera protectora. Pero hay “miedos malos” que no nos permiten vivir con serenidad y
alegría, que recortan nuestras alas, que no nos dejan crecer como personas. Sin
estos miedos, podríamos despegar el vuelo, vivir de otra manera, sacar partido a los dones que Dios nos ha regalado. Me parece que hacernos la pregunta
puede ayudarnos a caer en la cuenta de los muchos miedos, a veces sutiles, que
nos paralizan: ¿Qué harías si no tuvieses miedo? Las respuestas no acuden de
inmediato. Conviene ser paciente. Sugiero una lista de posibles respuestas. Si
no tuviese miedo, podría:
- Pedir perdón a algunas personas a quienes he retirado la palabra hace tiempo o con quienes tengo alguna deuda afectiva pendiente.
- Presentarme en público sin tener que pedir permiso, seguro de mi mismo(a) y con deseos de ofrecer mi aportación.
- Acercarme al sacramento de la Reconciliación y experimentar, después de muchos años, la misericordia de Dios que me rehace y me abre un nuevo futuro.
- Ofrecerme como voluntario(a) para acompañar a algunas personas mayores o realizar servicios que no son de relumbrón.
- Empezar a practicar deporte sin sentirme ridículo(a) y ponerme en forma para afrontar de otra manera la vida.
- Estudiar una lengua extranjera para ensanchar mi pequeño mundo y ampliar mi capacidad comunicativa con nuevas personas.
- Decir te quiero a las personas que están cerca y a las que nunca les expreso con claridad mis sentimientos.
- Manifestar mi fe en las conversaciones con los amigos sin sentirme ridículo(a) y sin pretender imponer nada a nadie.
- Participar con más frecuencia en la Eucaristía sin preocuparme de lo que puedan pensar algunas personas que me tienen puesto el ojo encima.
- Aclarar algunas situaciones confusas en las que he recurrido a la mentira para salvar mi prestigio personal y mi imagen.
- Arriesgarme a buscar otro trabajo más en línea con mis capacidades o aspiraciones, o incluso a crear mi propia empresa con otras personas.
- Viajar más, conocer nuevos lugares, salir de mi rutina habitual.
- Expresar con claridad y respeto mis opiniones con respecto a la religión, la política, la economía, la sexualidad y cualquier otra dimensión de la vida humana.
- Comprometerme mucho más en mi vida cristiana, dejando la mediocridad en la que vivo y asumiendo empeños más radicales y duraderos.
- Denunciar algunas situaciones de injusticia y engaño que veo en mi entorno y que hasta ahora tolero para no complicarme la vida.
- Disfrutar mucho más de las cosas sencillas sin desear las que la publicidad me presenta como imprescindibles para ser feliz.
- Sentirme mucho más libre, generoso(a) y dispuesto(a) a asumir riesgos.
La lista es interminable. No hay dos listas coincidentes. Cada uno de nosotros debe hacer la suya. Lo que importa es exorcizar estos demonios, los miedos, que lo único que pretenden es presentarnos el lado oscuro de la vida para tenernos atrapados en sus garras e impedirnos vivir con libertad y alegría.
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