La mente se me escapa a Ciudad de México. Hoy, en la iglesia de san Hipólito, regentada por los misioneros claretianos, se celebra la
fiesta de san Judas Tadeo. Miles de personas desfilarán a lo largo de esta jornada por la antigua iglesia colonial. En pocos lugares he visto una
explosión semejante de devoción popular. Pero para nosotros hoy es el XXX Domingo del Tiempo Ordinario. El Evangelio describe el encuentro del
ciego Bartimeo con Jesús. Me parece el guión perfecto para un cortometraje que
podría titularse “Un cristiano en busca de luz”. La escenografía es simple y
contundente. Todo sucede en el camino que sale de Jericó. Jesús se dirige a Jerusalén. Al principio, aparece
un mendigo ciego “al borde” del camino. Al final, con la vista recobrada,
aparece de nuevo siguiendo a Jesús por “el centro” del camino. De ciego
marginal pasa a ser seguidor del Maestro. ¿Qué ha sucedido en el medio? Muy
simple: un encuentro sanador. El mendigo es consciente de su ceguera, de su
marginalidad y de su incapacidad para salir de ambas. Cuando siente que Jesús
está cerca, grita. No le importa lo que piensen los demás. Entona su propio “Kyrie, eléison”. Su petición llega a
Jesús, que lo manda llamar. El resto se resuelve en tres frases esenciales.
Primera: “¿Qué quieres que haga por ti?”.
Segunda: “Maestro, que recobre la vista”.
Tercera: “Vete, tu fe te ha salvado”.
Antes, el ciego había arrojado su manto raído (había abandonado su vida
marginal), se había puesto en pie (como un hombre digno) y se había acercado a
Jesús (como alguien que confía plenamente en él).
Esta podría ser
la historia de cualquiera de nosotros. Lo que pasa es que no resulta fácil
meterse en la piel de un ciego marginal. Y, mucho menos, reconocer que uno lo
es de verdad y pedir ayuda a gritos. ¿Qué tipo de ceguera y de marginalidad
puede estar afectándonos? Me da miedo generalizar. Cada uno tenemos bastante
con nuestros propios demonios. Pero hay algo que parece ser común en esta sociedad
fragmentada: la dificultad de trenzar nuestras historias, de vivir juntos lo
que nos está pasando, de compartir las dudas y los gritos. Somos grupos humanos
formados por gente extraordinaria. Pero no acertamos a desarrollar el don de
formar verdaderas comunidades familiares, parroquiales o religiosas. Este
domingo es una invitación a una súplica colectiva en medio de nuestra ceguera:
“Señor, ten misericordia de nosotros”. Siento que Jesús nos dirige la misma
pregunta que a Bartimeo, pero en plural: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”.
Tendríamos que
atrevernos a formular claramente nuestras necesidades sin perdernos en el
hechizo de las etiquetas vacías: “Señor, que recuperemos la alegría de vivir la
fe, que estemos más cerca de quienes necesitan ayuda, que sonriamos más, que
disfrutemos celebrando la eucaristía, que no nos dejemos dominar por la
tristeza y el pesimismo…”. ¿Es posible que el cortometraje acabe con un silencio
por parte de Jesús? No, lo que el guion dice es que él responde: “¡Ánimo, vuestra fe os ha salvado!”. La
fe: esta es la clave de toda verdadera transformación. Por tanto, la cuestión
básica que se desprende de esta historia es muy simple: ¿Creo o no creo? El
cortometraje admite varios finales según sean las respuestas. Si la respuesta
es “sí”, entonces es posible tirar los mantos viejos y seguirlo por el centro
del camino, como hombres dignos y curados. Si es “no” o “depende”, es posible
que continuemos al borde del camino a la espera de otra oportunidad.
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