La semana comienza con tantos frentes abiertos que no es fácil fijarse en uno solo. Como se temía (o se esperaba, según los casos), Bolsonaro ha ganado las elecciones presidenciales en Brasil. Entiende la victoria como una misión que Dios le ha asignado. La caravana de Honduras sigue su marcha hacia los Estados Unidos. Me llegan noticias directas de personas que conocen de cerca la situación. Ayer, con una Eucaristía en san Pedro y una carta de los padres sinodales, se clausuró el Sínodo de los Obispos sobre los Jóvenes, que se ha tenido en Roma desde el pasado 3 de octubre. Quiero detenerme en la carta final. En ella, los padres sinodales dicen que, después de haber escuchado a los jóvenes, quieren ofrecerles “una palabra de esperanza, de confianza, de consuelo”. Supongo que estas tres categorías han sido bien pensadas teniendo en cuenta la situación que los jóvenes viven hoy. Si he de ser sincero, el texto me parece demasiado genérico. Se podría haber escrito algo semejante sin necesidad de un Sínodo. ¡Menos mal que el documento final es mucho más explícito! De todos modos, es mejor hacer siempre una interpretación positiva.
Una palabra de esperanza es necesaria
porque se dibuja un futuro poco halagüeño para las nuevas generaciones:
desastres ecológicos, trabajos precarios, hipercontrol informático, migraciones
masivas, proliferación de extremismos políticos, etc. En este contexto, ser
joven parece casi un pasaporte hacia un mundo peor que el actual. Es necesario
creer en las capacidades del ser humano para revertir la situación. Y, sobre
todo, es necesario descubrir la fe cristiana como una fuente inagotable de
esperanza porque el futuro no depende solo de nuestros aciertos y errores.
Estamos siempre en manos de Dios. A veces, cuando menos lo pensamos, surgen
personas y movimientos que cambian el rumbo de las cosas, que lo orientan hacia
ideales más humanos. Sin esta esperanza sería imposible afrontar el futuro. Las
predicciones apocalípticas frenarían cualquier intento de cambio y progreso.
Una palabra de confianza en la Iglesia como
madre, a pesar de los muchos motivos que hay para perderla. Los numerosos escándalos,
cada vez más conocidos a través de los medios de comunicación, hacen que muchos
jóvenes identifiquen la Iglesia con una institución corrompida, indigna de todo
crédito. Si yo me metiera en la piel de un muchacho de 18 o 20 años, es probable
que pensara lo mismo. Comprendo muy bien la decepción que muchos sienten. Por
eso, cobran más fuerza estas palabras de la carta: “Que nuestras debilidades no
os desanimen, que la fragilidad y los pecados no sean la causa de perder
vuestra confianza. La Iglesia es vuestra madre, no os abandona y está dispuesta
a acompañaros por caminos nuevos, por las alturas donde el viento del Espíritu
sopla con más fuerza, haciendo desaparecer las nieblas de la indiferencia, de la
superficialidad, del desánimo”.
Por último, una palabra de consuelo dirigida, sobre
todo, a los jóvenes que, por diversos motivos, experimentan un sufrimiento al
que no le ven ningún sentido. Hay jóvenes que se juegan la vida atravesando el
Mediterráneo en una patera o caminando desde Centroamérica a Estados Unidos en
busca de un futuro mejor; jóvenes que son víctimas de la explotación laboral y
sexual, la droga y las pandillas juveniles; jóvenes ludópatas o enganchados a
internet o a la pornografía; jóvenes que no encuentran en sus hogares el cariño
que necesitan; jóvenes sin alma por el vacío que les produce el ambiente
consumista y despersonalizado en el que viven. ¿Cómo ayudarles a ver que Jesús
es siempre y en todas partes lugar de consuelo? El mismo que dijo “Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados” o “Bienaventurados los que lloran
porque ellos serán consolados” sale hoy al encuentro de los jóvenes que viven
desconsolados para decirles que no están solos, que hay una comunidad dispuesta
a acogerlos, escucharlos y acompañarlos.
Pueden parecer solo
palabras bonitas, pero hay miles de personas dedicadas a hacerlas realidad en
las muchas encrucijadas de la vida. No aparecen en los medios de comunicación.
Quizás es mejor que así sea para librarse del deterioro que produce toda sobreexposición.
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