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sábado, 29 de septiembre de 2018

Miguel y el dragón rojo

En Roma estamos disfrutando del veranillo de san Miguel. Septiembre se despide con una temperatura agradable. La liturgia católica celebra hoy la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Tengo varios amigos que llevan estos nombres. Aprovecho para felicitarlos desde este Rincón. Los tres son nombres que hacen referencia directa a Dios: Miguel (¿quién como Dios?), Gabriel (fortaleza de Dios) y Rafael (medicina de Dios) Los tres indican una misión en la vida. Hoy, sin saber por qué, ha cobrado fuerza el nombre de Miguel. En mi oración matinal he leído un texto del Apocalipsis en el que se dice: “Se declaró la guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; el dragón luchaba asistido de sus ángeles; pero no vencía, y perdieron su puesto en el cielo. El dragón gigante, la serpiente primitiva, llamada Diablo y Satanás, que engañaba a todo el mundo, fue arrojado a la tierra con todos sus ángeles” (Ap 12,7-9). A nosotros, hombres y mujeres de hoy, estos textos nos resultan incomprensibles, residuos de una cultura simbólica que parece no casar bien con nuestra cultura tecnológica. Leemos, pero no entendemos. Es una lástima, porque, por falta de algunas sencillas claves de interpretación, nos perdemos una enorme sabiduría que nos ayudaría mucho a afrontar la vida.

Lo que experimentamos a diario es una batalla entre nuestro deseo de hacer el bien y nuestras obras malas. Creo que nadie como Pablo de Tarso ha expresado con más vigor esta tensión que tanto han explorado también los grandes maestros de la literatura universal. Pablo no recurre a símbolos, sino que habla como podíamos hacerlo cualquiera de nosotros. En su carta a los romanos escribe: “No hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí. Y me encuentro con esta fatalidad: que deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal. En mi interior me agrada la ley de Dios, en mis miembros descubro otra ley que guerrea con la ley de la razón y me hace prisionero de la ley del pecado que habita en mis miembros. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición mortal?” (Rm 7,19-24). ¿No es esto lo que experimentamos cuando queremos ser amables con las personas y se nos escapan juicios negativos o palabras inoportunas? ¿Por qué nos proponemos ser honrados y a la mínima ocasión barremos para casa, aunque sea recurriendo al engaño? ¿Qué nos lleva a sustituir el móvil por la oración si nos habíamos propuesto cultivar más nuestra relación con Dios? ¿Por qué somos implacables con la corrupción de los políticos y luego dejamos de pagar algunos impuestos? ¿Qué nos impulsa a escandalizarnos del hambre en el mundo y apenas miramos a los ojos al mendigo que nos pide para comer?

El “dragón rojo” del que habla el libro del Apocalipsis es el diablo, el espíritu de la mentira, el que nos seduce de tal modo que nos impide avanzar en el camino de la verdad y del bien sin que apenas nos demos cuenta. Si alguno de los lectores quiere profundizar en el tema, le recomiendo que lea las Cartas del diablo a su sobrino del escritor británico anglicano C.S. Lewis (1898-1963).  No tienen desperdicio. A la profundidad teológica unen un fino humor inglés. A veces, el diablo actúa a pecho descubierto, pero casi siempre lo hace de manera más sutil: disfrazándose de “ángel de luz” y utilizando argumentos que suenan a muy cristianos, pero que, en el fondo, esconden sutiles engaños. Estamos inundados de ellos. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que lo que importa no es tanto ir a misa cuanto hacer el bien a la gente? (típico argumento diabólico para que no participemos en la eucaristía). ¿O ese otro discurso que habla de que “obras son amores y no buenas razones”? (típico argumento diabólico para no cultivar la oración). 

Pues bien, en un día como hoy, fiesta de san Miguel, el mensaje es claro. Miguel derrota al dragón rojo. Es decir, la última palabra en el combate de la vida no es el triunfo del mal, sino la victoria de Dios. Así lo describe el libro del Apocalipsis: “Ha llegado la victoria, el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo; porque ha sido expulsado el que acusaba a nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro Dios. Ellos lo derrotaron con la sangre del Cordero y con su testimonio, porque despreciaron la vida y no temieron la muerte. Por eso festejadlo cielos y los que habitáis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar!, porque ha bajado a vosotros el Diablo, enfurecido porque sabe que le queda poco tiempo” (Ap 12,10-12). Saquemos las consecuencias. Los amigos del dragón rojo van por la vida con moral de derrotados. Los amigos de san Miguel (valga este recurso literario) saben que no hay fuerza (un partido político, un medio de comunicación, un régimen totalitario, un dictador, un sistema corrupto, una mafia organizada...) que pueda contra el poder del amor de Dios. La figura del arcángel san Miguel nos habla del carácter agónico de la vida humana, pero, sobre todo, de la victoria del Cristo resucitado sobre todas las fuerzas del mal, incluida la muerte. 

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