En Roma estamos disfrutando del veranillo
de san Miguel. Septiembre se despide con una temperatura agradable. La
liturgia católica celebra hoy la fiesta
de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Tengo varios amigos que llevan
estos nombres. Aprovecho para felicitarlos desde este Rincón. Los tres son nombres que hacen referencia directa a Dios:
Miguel (¿quién como Dios?), Gabriel (fortaleza de Dios) y Rafael (medicina de
Dios) Los tres indican una misión en la vida. Hoy, sin saber por qué, ha
cobrado fuerza el nombre de Miguel. En mi oración matinal he leído un texto del
Apocalipsis en el que se dice: “Se declaró la guerra en el cielo: Miguel y sus
ángeles luchaban contra el dragón; el dragón luchaba asistido de sus ángeles; pero
no vencía, y perdieron su puesto en el cielo. El dragón gigante, la serpiente
primitiva, llamada Diablo y Satanás, que engañaba a todo el mundo, fue arrojado
a la tierra con todos sus ángeles” (Ap 12,7-9). A nosotros, hombres y mujeres
de hoy, estos textos nos resultan incomprensibles, residuos de una cultura
simbólica que parece no casar bien con nuestra cultura tecnológica. Leemos, pero no entendemos. Es una
lástima, porque, por falta de algunas sencillas claves de interpretación, nos
perdemos una enorme sabiduría que nos ayudaría mucho a afrontar la vida.
Lo que experimentamos a
diario es una batalla entre nuestro deseo de hacer el bien y nuestras obras
malas. Creo que nadie como Pablo de Tarso ha expresado con más vigor esta
tensión que tanto han explorado también los grandes maestros de la literatura universal. Pablo no recurre a símbolos, sino que habla como podíamos hacerlo
cualquiera de nosotros. En su carta a los romanos escribe: “No hago el bien que
quiero, sino que practico el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero,
ya no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí. Y me encuentro
con esta fatalidad: que deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal. En
mi interior me agrada la ley de Dios, en mis miembros descubro otra ley que
guerrea con la ley de la razón y me hace prisionero de la ley del pecado que
habita en mis miembros. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición
mortal?” (Rm 7,19-24). ¿No es esto lo que experimentamos cuando
queremos ser amables con las personas y se nos escapan juicios negativos o
palabras inoportunas? ¿Por qué nos proponemos ser honrados y a la mínima
ocasión barremos para casa, aunque sea recurriendo al engaño? ¿Qué nos lleva a
sustituir el móvil por la oración si nos habíamos propuesto cultivar más
nuestra relación con Dios? ¿Por qué somos implacables con la corrupción de los
políticos y luego dejamos de pagar algunos impuestos? ¿Qué nos impulsa a escandalizarnos
del hambre en el mundo y apenas miramos a los ojos al mendigo que nos pide para
comer?
El “dragón rojo” del que
habla el libro del Apocalipsis es el diablo, el espíritu de la mentira, el que
nos seduce de tal modo que nos impide avanzar en el camino de la verdad y del
bien sin que apenas nos demos cuenta. Si alguno de los lectores quiere
profundizar en el tema, le recomiendo que lea las Cartas
del diablo a su sobrino del escritor británico anglicano C.S. Lewis (1898-1963). No tienen desperdicio. A la profundidad
teológica unen un fino humor inglés. A veces, el diablo actúa a pecho
descubierto, pero casi siempre lo hace de manera más sutil: disfrazándose de “ángel
de luz” y utilizando argumentos que suenan
a muy cristianos, pero que, en el fondo, esconden sutiles engaños. Estamos
inundados de ellos. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que lo que importa no
es tanto ir a misa cuanto hacer el bien a la gente? (típico argumento diabólico
para que no participemos en la eucaristía). ¿O ese otro discurso que habla de
que “obras son amores y no buenas razones”? (típico argumento diabólico para no
cultivar la oración).
Pues bien, en un día como hoy, fiesta de san Miguel, el mensaje
es claro. Miguel derrota al dragón rojo. Es decir, la última palabra en el
combate de la vida no es el triunfo del mal, sino la victoria de Dios. Así lo
describe el libro del Apocalipsis: “Ha llegado la victoria, el poder y el
reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo; porque ha sido expulsado
el que acusaba a nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro
Dios. Ellos lo derrotaron con la sangre del Cordero y con su testimonio, porque
despreciaron la vida y no temieron la muerte. Por eso festejadlo cielos y los
que habitáis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar!, porque ha bajado a vosotros
el Diablo, enfurecido porque sabe que le queda poco tiempo” (Ap 12,10-12). Saquemos
las consecuencias. Los amigos del dragón rojo van por la vida con moral de derrotados. Los amigos de san Miguel (valga este recurso literario) saben que no hay fuerza (un partido político, un medio de comunicación, un régimen totalitario, un dictador, un sistema corrupto, una mafia organizada...) que pueda contra el poder del amor de Dios. La figura del arcángel san Miguel nos habla del carácter agónico de la vida humana, pero, sobre todo, de la victoria del Cristo resucitado sobre todas las fuerzas del mal, incluida la muerte.
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