He pasado toda la semana en el Centro de Espiritualidad Nuestra Señora del Corazón de Jesús, en el municipio de Cave, a menos de 70 kilómetros de Roma. Es un lugar silencioso, bello y fresco.
He disfrutado del retiro anual con mi numerosa comunidad antes de empezar el
curso académico en las universidades romanas. Durante estos días no he escrito
las entradas del blog. Las escribí todas el fin de semana pasado y las dejé programadas
para que fueran apareciendo el día correspondiente. De esta manera, he podido concentrarme
en la oración. Hoy, sin embargo, reanudo la tarea con unas cuantas horas de
retraso. Y lo hago con un vídeo llamativo que me ha llegado por casualidad. Recoge un comentario del famoso P. Loring, SJ, al versículo sálmico: “Dice el necio para sí: «No hay Dios.»” (Sal 52,1). Con su
apasionado estilo apologético, el P. Loring considera que los ateos son estúpidos porque creen que el azar es
más importante que el orden. Les parece que la creación es producto del azar y
no de Alguien que ha ordenado todo. Escuchándolo, recordaba mis lecturas de El azar y la necesidad de Jacques Monod y, sobre todo, del análisis que hace ya 40 años
hizo el teólogo suizo Hans Küng en su conocida obra ¿Existe
Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo.
Para los
antiguos, el orden y la belleza de la creación son una “prueba” de la
existencia de Dios. Uno de los textos más conocidos lo encontramos en el libro
de la Sabiduría, escrito en griego probablemente en el siglo I antes de Cristo:
“Sí, eran vanos por naturaleza todos los hombres que ignoraban a Dios, y fueron
incapaces de conocer al QUE ES por las cosas buenas que se ven, y no
reconocieron al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses
al fuego, al viento, al aire leve, a las órbitas astrales, al agua impetuosa, a
las lumbreras celestes, regidoras del mundo. Si fascinados por su hermosura los
creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Dueño, pues los creó el autor de
la belleza; y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso
es quien los hizo; pues, partiendo de la grandeza y belleza de las criaturas,
se puede reflexionar y llegar a conocer al que les dio el ser. Con todo, a
éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados buscando
a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las
exploran, y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven. Pero ni siquiera
éstos tienen excusa, porque si lograron saber tanto que fueron capaces de
investigar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Dueño?” (13,1-9).
Los antiguos eran
muy sensibles al orden y belleza del cosmos. A partir de ahí, ascendían al
Dios origen de todo. Nosotros, los hombres y mujeres de hoy, parecemos más sensibles
al desorden y a la fealdad de una naturaleza contaminada y de un mundo desequilibrado.
A partir de ahí, negamos la existencia de Dios y buscamos alguna salida al
infierno que nos hemos construido. La esperanza no parece ser el distintivo del hombre moderno. La cuestión de Dios siempre será un asunto debatido. Basta asomarse a cualquier foro de internet que aborde esta cuestión para ver la diversidad de opiniones. Ya solo nos falta votar (¡Ah, esa querencia moderna por votar todo!) si Dios existe o no. En nuestro mundo moderno la verdad se ha convertido en una cuestión estadística. En este contexto polémico, ¿qué os parece el retador vídeo del anciano P. Loring? ¿Da en el clavo o desvaría? Solo una persona de 90 años (y con una excelente formación, digámoslo todo) se atreve a hablar con este desparpajo, políticamente incorrecto.
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