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martes, 28 de agosto de 2018

Un almuerzo "jubiloso"

Ayer viví una de esas experiencias que solo suceden de vez en cuando. Disfruté de un suculento almuerzo (en el sentido español del término; o sea, un refrigerio entre el desayuno y la comida de mediodía) con un grupo de ocho “jóvenes jubilados” entre los que había un funcionario, un abogado, un arquitecto, un fresador, un ganadero, un médico, un empleado y un leñador. Todos ellos tenían más de 65 años. Yo era, con diferencia, el benjamín del grupo. ¿Qué pintaba un cura en compañía de un grupo tan heterogéneo degustando un par de huevos fritos con lonchas de jamón y un delicioso arroz con leche en el hostal Las Nieves de Salduero, un precioso pueblo a cuatro kilómetros del mío? Fueron dos horas en las que las conversaciones iban ganando decibelios mientras yo observaba curioso cómo se entrelazaban los temas más diversos, casi todos ellos relacionados con las personas/personajes de estos lugares serranos. A la mayoría de ellos les encanta caminar por el bosque, darse largos paseos a pie o en bici… y hasta navegar por el embalse de la Cuerda del Pozo

El almuerzo fue “jubiloso”, no solo por las excelentes viandas y por el clima de amistad, sino también porque estaba formado por un grupo de “jubilados”, entre los que todavía no me cuento. Sentados en torno a una mesa de madera, bajo la vieja chimenea cónica que recuerda épocas pretéritas, viendo su camaradería, su buen tono y sus ganas de compartir, pensé que la etapa de la jubilación tiene un cierto parecido con la adolescencia. Es como si las personas, acabada la larga etapa laboral y las exigencias que la caracterizan, recuperaran otra vez la espontaneidad de sus años juveniles. Ya no tienen compromisos laborales, los familiares se han relajado (aunque muchos abuelos ejercen de canguros de sus nietos), así que disponen de tiempo y ganas para disfrutar de muchas cosas que antes estaban limitadas por los compromisos. Una de ellas es precisamente el encuentro sosegado, la conversación, el intercambio. Todo se puede desarrollar sin prisas y sin la esclavitud que imponen los roles sociales. En la misma mesa comparten el almuerzo un abogado, un leñador… y un cura. Nadie es más ni menos que nadie. La amistad crea una solidaridad que supera los esquemas verticales y se recrea en una horizontalidad liberadora. 

La etapa de la jubilación debería ser la etapa del júbilo. En condiciones normales, una persona de 65-75 años suele gozar de buena salud. Puede hacer un uso del tiempo que tiene más que ver con el ocio que con el neg-ocio, puede volver a dar importancia a muchos valores (como la serenidad, la conversación, la escucha…) que probablemente pasaron a un segundo plano durante los años en los que tuvo que dedicar toda su energía a construir una familia y a sacar adelante un trabajo. En esa larga etapa cobraron importancia valores como responsabilidad, sacrificio, orden, preparación, renuncia, esfuerzo, etc. Con la llegada de la jubilación esos valores no se pierden, pero se relativizan. Emergen con suavidad otros valores que están ligados a la infancia, la adolescencia y la juventud, pero sin la impronta autocéntrica que caracteriza a estas edades, con un mayor toque de altruismo y generosidad, con una alegría menos ruidosa, pero más constante y profunda. No sé si un almuerzo da para tanto, pero a mí me hizo disfrutar… y pensar. Gracias, amigos.

1 comentario:

  1. ¡¡¡Cómo me alegro que disfrutaras de ese plan!! Parece un gran plan a pesar del colesterol. Un abrazo

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