Si Dios quiere, dentro de cuatro días regresaré a Europa. Creo que en estos momentos el asunto más grave que se vive en el continente es el de la acogida o rechazo de los muchos inmigrantes que llegan aprovechando las buenas condiciones meteorológicas. Los próximos meses y años serán decisivos. Se van perfilando cada vez más dos tendencias opuestas: la de quienes quieren cerrar a cal y canto las fronteras por diversos motivos (Matteo Salvini en Italia, Alternativa para Alemania (AfD) en Alemania, Sebastian Kurz en Austria, Viktor Orbán en Hungría, etc.) y la de quienes buscan una integración ordenada (Merkel en Alemania, Macron en Francia, Sánchez en España, etc.). En el Consejo Europeo de los pasados días 28 y 29 de junio se abordó el asunto y se adoptaron algunas resoluciones. Por su parte, el papa Francisco ha pedido a Europa que acoja a más refugiados. ¿Qué decir sobre un asunto tan controvertido y que tanto toca la sensibilidad?
Escribo estas notas todavía en la India, un país de 3.287.263 km², poblado por más de 1.300 millones de habitantes, y cuya renta per capita ronda los 1.545 euros anuales. La superficie de la Unión Europa es de 4.376.780 km²; su población, unos 512 millones de habitantes. La renta per capita media se aproxima a los 30.000 euros, aunque hay variaciones muy significativas entre países.
Con estos datos en la mano, ¿puede Europa acoger a más inmigrantes africanos, asiáticos y latinoamericanos o ha llegado al límite de sus posibilidades? ¿Se trata de una amenaza al bienestar europeo o de una nueva oportunidad de crecimiento? ¿Tiene algo que ver esta inmigración masiva con la tercera invasión islámica del continente? ¿Cómo combinar la acogida organizada y la lucha contra las mafias que explotan el fenómeno? ¿Qué se puede hacer para luchar más eficazmente contra las causas que generan esta emigración desesperada? ¿Hay que dejar la responsabilidad a los países de entrada o es necesaria una estrategia conjunta? ¿Es tan distinta la emigración por motivos políticos que la producida por motivos económicos? ¿Por qué está creciendo el rechazo a los inmigrantes en Europa? Hoy me limito a formular preguntas. No es fácil encontrar una respuesta clara que combine criterios éticos y humanitarios, realismo político y eficacia organizativa.
Sustituyo la reflexión teórica por un poema de Warsan Shire. Se trata de una escritora de origen somalí, nacida en Kenia y actualmente residente en Londres. El poema se titula Hogar. Nos ayuda a colocarnos en la piel de quien viene. No hace falta añadir ningún comentario.
HOGAR
(Warsan Shire)
Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón.
Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace.
Tus vecinos corriendo más deprisa que tú. Con aliento de sangre en sus gargantas.
El niño con el que fuiste a la escuela, que te besó hasta el vértigo
detrás de la fábrica, sostiene un arma más grande que su cuerpo.
Solo abandonas tu hogar
Cuando tu hogar no te permite quedarte.
Nadie deja su hogar
A menos que su hogar le persiga,
Fuego bajo los pies,
Sangre hirviendo en el vientre.
Jamás pensaste en hacer algo así,
Hasta que sentiste el hierro ardiente
Amenazar tu cuello.
Pero incluso entonces cargaste con el himno bajo tu aliento,
Rompiste tu pasaporte en los lavabos del aeropuerto,
Sollozando mientras cada pedazo de papel te hacía ver
Que jamás volverías.
Tienes que entender que nadie sube a sus hijos a una patera,
A menos que el agua sea más segura que la tierra.
Nadie abrasa las palmas de sus manos bajo los trenes, bajo los vagones,
Nadie pasa días y noches enteras en el estómago de un camión,
Alimentándose de hojas de periódico, a menos que
Los kilómetros recorridos signifiquen algo más que un simple viaje.
Nadie se arrastra bajo las verjas, nadie quiere recibir los golpes ni dar lástima.
Nadie escoge los campos de refugiados
O el dolor de que revisten tu cuerpo desnudo.
Nadie elige la prisión, pero la prisión es más segura que una ciudad en llamas,
Y un carcelero en la noche es preferible
A un camión cargado de hombres con el aspecto de tu padre.
Nadie podría soportarlo, nadie tendría las agallas,
nadie tendría la piel suficientemente dura.
Los: “váyanse a casa, negros”, “refugiados”, “sucios inmigrantes”,
“buscadores de asilo”, “quieren robarnos lo que es nuestro”,
“negros pedigüeños”, “huelen raro”, “salvajes”,
“destrozaron su país y ahora quieren destrozar el nuestro”.
¿Cómo puedes soportar las palabras, las miradas sucias?
Quizás puedas, porque estos golpes son más suaves
Que el dolor de un miembro arrancado.
Quizás puedas porque estas palabras son más delicadas
Que catorce hombres entre tus piernas.
Quizás porque los insultos son más fáciles de tragar que el escombro,
Que los huesos, que tu cuerpo de niña despedazado.
Quiero irme a casa, pero mi casa es la boca de un tiburón.
Mi casa es un barril de pólvora,
y nadie dejaría su casa a menos que su casa le persiguiera hasta la costa,
a menos que tu casa te dijera que aprietes el paso,
que dejes atrás tus ropas, que te arrastres por el desierto,
que navegues por los océanos,
“Naufraga, sálvate, pasa hambre, suplica, olvida el orgullo,
tu vida es más importante”.
Nadie deja su hogar hasta que su hogar se convierta
en una voz sudorosa en tu oído diciendo:
‘Vete, corre lejos de mí ahora.
No sé en qué me he convertido, pero sé
que cualquier lugar es más seguro que éste’.
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