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miércoles, 27 de junio de 2018

Un viaje diferente

Escribo a bordo del tren que me transporta desde Bangalore a Kaghaznagar. Si todo va bien, llegaremos a nuestro destino alrededor de las 17,45. Teniendo en cuenta que salimos ayer a las 11 de la noche, habremos necesitado casi 19 horas para cubrir un trayecto de 960 kilómetros. ¡Nuestro tren viaja a la vertiginosa velocidad de 52 kilómetros por hora de media! No me resisto a compartir con los lectores del Rincón la aventura de este pesadísimo pero instructivo viaje. Ya dije ayer que quien no ha viajado en un tren indio no puede decir que ha visitado este fascinante país. Una de las cosas buenas que hicieron los británicos durante su ocupación fue construir una extensa red ferroviaria que sirve para articular este inmenso territorito. También los ingleses hacen de vez en cuando algunas cosas buenas, además de convertir su lengua en la lingua franca del mundo globalizado. 

Mi compañero claretiano y yo llegamos a la estación Yestvanpur de Bangalore a las 22,15 de la noche. Aunque nuestro tren tendría que haber salido a las 17,20, un SMS recibido a mediodía nos avisó de que se retrasaba hasta las 22,40. Como suele ser habitual en la India, la estación bullía de gente. Algunos dormían ya tumbados en el suelo. En honor a la verdad, encontré más limpieza y orden que hace cuatro años. El larguísimo tren (no me dio tiempo a contar los vagones) hizo su aparición en el andén 6 hacia las 22,30. No es fácil describir la operación de abordaje. Los más jóvenes se lanzaron literalmente hacia los vagones sin reserva para conseguir un miserable asiento. Llevaban bolsas, maletas, cubos de pintura y toda suerte de paquetes. Con su proverbial delgadez y agilidad, muchos consiguieron encaramarse a los vagones antes de que el tren se detuviera. Yo estaba un poco nervioso. Mi compañero me insistió en que teníamos tiempo de sobra. Anduvimos un buen rato por el andén hasta que llegamos al vagón B1, que era el nuestro. Con dificultad identificamos los asientos 57 y 58, porque el vagón estaba saturado de personas. Cuando el tren echó a andar en torno a las 11, comprendí que la mayor parte de esas personas no eran pasajeros (de hecho, muchos se bajaron del tren) sino acompañantes que echaban una mano a sus parientes o amigos en el traslado del abultado equipaje. 

Instalados en nuestros asientos, observé con discreción a nuestros nuevos compañeros: dos matrimonios jóvenes, una señora anciana vestida con un hermoso sari color mostaza y un hombre con aires de ausente. En torno a la medianoche, después de haber convertido nuestro pequeño compartimento en un maloliente restaurante, abrimos las literas y nos fuimos acurrucando como pudimos en nuestros respectivos niveles. A mí me tocó el inferior, así que no tuve que hacer malabarismos para acomodarme. Me propuse dormir todo el tiempo posible. Tumbado sobre el duro catre, completamente vestido y cubierto con una vieja sábana, conseguí llegar incólume a las cinco y media de la mañana, aunque di varias vueltas en busca de una postura cómoda. A esa hora, mientras el sol asomaba por la ventana de oriente, la anciana y yo nos levantamos con discreción, mientras el resto de nuestros compañeros prolongaron su sueño hasta pasadas las ocho. Está claro a qué generación pertenezco. 

El día está transcurriendo con tranquilidad. La anciana dormita a ratos, una de las parejas hace arrumacos (cosa bastante insólita en la India), la otra se pasa casi todo el tiempo pendiente del móvil, el hombre joven prefiere viajar de pie en el descansillo del vagón y mi compañero y yo matamos las horas a base de pequeñas conversaciones, bastantes lecturas, alguna cabezadita y unos discretos refrigerios que llevamos en una bolsa preparada al efecto. Por la ventanilla contemplo las inmensas llanuras de Andra Pradesh salpicadas por colinas coronadas por enormes piedras de granito que me recuerdan a La Pedriza madrileña en miniatura. Este paisaje austero, así como los poblados que aparecen de vez en cuando, no tienen nada que ver con la vegetación exuberante de Kerala y con sus majestuosas casas. La lluvia constante ha sido sustituida por un sol enérgico atemperado por nubes altas. Es como si estuviéramos en otro país y en otro tiempo. Las horas pasan con una lentitud exasperante, pero no me quejo. Me dedico a observar y pensar. Tras varias semanas sin pausa, este largo viaje de tren es como mi retiro mensual. Me permite cribar lo esencial de lo accesorio y dar gracias a Dios por los 36 años de mi sacerdocio. Creo que nunca había celebrado el aniversario de mi ordenación sacerdotal a bordo de un tren. Siempre hay una primera vez. 

Nota: Aunque esta entrada la escribí ayer mientras viajaba en el tren, no puedo cerrarla sin contar hoy lo que pasó después. Al llegar a la estación a Kaghaznagar, rompió a llover con tal violencia que entramos en nuestro jeep completamente empapados. En la misión me dio tiempo a celebrar la Eucaristía, darme un baño rápido, saborear el pastel que me habían preparado con motivo del 36 aniversario de mi ordenación y subirme a un nuevo jeep para ir a la misión “Claret Home” en Marthidi, que era mi destino. El viaje de 60 kilómetros duró dos horas. Por si no hubieran sido suficientes las casi veinte horas de tren, este pequeño viaje tuvo los ingredientes de una novela de aventuras. Era noche cerrada, llovía a mares, no funcionaba el limpiaparabrisas del vehículo y uno de los faros delanteros estaba fundido. Para complicar más la cosa (para más inri, que diría un amigo mío mexciano), la carreterita estaba en obras, así que tuvimos que ir sorteando montones de grava, tramos de tierra, etc. Al filo de las diez de la noche, derrotados por la tensión y el cansancio, conseguimos llegar a la misión. No pude menos de felicitar con toda mi alma al driver, un cristiano joven que parecía tener cuatro ojos en vez de dos y que consiguió lo imposible.

3 comentarios:

  1. Querido Gonzalo, Doy gracias a Dios por tu vocación y tu vida de servicio y sacerdocio. ¡¡Enhorabuena! y que sigas muchos años así. Un abrazo

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  2. Felicidades Gonzalo... Que el Señor te conceda poder celebrar, muchos años más, este aniversario... Doy gracias a Dios por tu testimonio y tu vida entregada totalmente al servicio... Gracias Gonzalo por todo lo que he recibido de ti... Unidos en la oración. Un abrazo

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  3. Querido P. Gonzalo!
    Doy gracias a Dios por tu vida y ministerio sacerdotal! Cristo Pastor, continúe bendiciendo tu admirable obra apostólica y la de todos sus hermanos de comunidad, que fieles a la misión, continuan la obra de aquel grande y santo misionero jesuíta San Francisco Javier!
    Gracias a Dios, por tanto bien recibido de su vida y mision. Feliz aniversario y entusiasta estadia!

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