Lo he retrasado todo lo que he podido, pero ayer decidí ponerme manos a la obra. De mediados de mayo a mediados de julio estaré en Sri Lanka y en la India. Eso significa que debo preparar con tiempo ambos viajes. Algunas cosas dependen de mí. Puedo organizarme a mi manera. Otras tienen que ver con los claretianos de ambos países y algunas −pocas, pero determinantes− dependen de las autoridades civiles de los dos países asiáticos. Así que ayer, aprovechando que era festivo en Italia, decidí dedicar parte de la mañana a tramitar los visados on line, un modo que, en principio, permite ahorrar tiempo e incomodidades. Eso creía yo con una pizca de ingenuidad. Las cosas discurrieron por otros cauces. Comencé por el visado de Sri Lanka. El formulario me pareció sencillo. Lo rellené en pocos minutos. Cuando me las prometía muy felices, el proceso se bloqueó en el momento de efectuar el pago de los 35 euros requeridos. Lo intenté varias veces más, hasta que, aburrido, lo dejé por imposible.
Tras un pequeño descanso y con el ánimo un poco caldeado, me puse a tramitar el visado para la India. Como me temía, el formulario era mucho más extenso. Entre otras cosas, me pedía el número de visado de la última vez que viajé a ese país. Tuve que rescatar uno de mis pasaportes caducados, buscar el susodicho visado y teclear el número. Descargar una foto tamaño carné parece fácil, pero si no se cumplen todos los requisitos, el programa se bloquea. Tuve que asegurarme de que medía lo mismo de ancha que de larga, de que no pesaba más de 300 KB y de que el fondo era blanco o de un color uniforme. Superado ese paso, tuve que subir la página del pasaporte que contiene los datos personales, pero no en formato imagen, sino como PDF. ¡Por fin! Ya solo quedaba pagar y esperar que llegase la respuesta. Los 35 euros de Sri Lanka se transformaron en 50. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que, por razones que ignoro, no pude completar la operación. Nuevo parón. Harto de tanta burocracia, apagué el ordenador y me fui a comer. Hoy tendré que enfrentarme de nuevo a esta “ventanilla digital”. Espero tener más suerte que ayer.
Odio la burocracia. Me caen muy mal las personas que se inventan pasos innecesarios y que tienen la rara habilidad de transformar las cosas sencillas en complicadas. Admiro, por el contrario, a las que tienen el don de reducir la complicación a sencillez. Me meto en la piel de los millones de personas que para realizar algunos trámites pierden tiempo, dinero, paciencia y hasta salud. He escuchado historias hilarantes de lo que puede suceder cuando uno cae en las garras de una burocracia absurda, ineficaz y enfermiza. Recuerdo alguna experiencia en la Rusia postsoviética, pero es mejor pasar página. El comunismo había hecho de la burocracia un absurdo sistema de vida.
Italia es el paraíso de la burocracia. Algunas películas retratan con cruda ironía esta afición transalpina a los formularios, colas y ventanillas. En la mayoría de los países africanos tienen pasión por los sellos y las firmas. Cuantos más sellos tenga un documento más valioso parece. Me dicen que últimamente algunos consulados españoles están haciendo la vida imposible a quienes quieren tramitar un visado para España. Solo les falta pedir la talla de la ropa interior y la marca de los cigarrillos que fuma el peticionario. No quiero alargarme con los famosos call centers que te conectan con una máquina y te vuelven loco con la cantinela: “Si usted busca esto, pulse 1; si busca lo otro, pulse 2…”. Cuando, después de varias pulsaciones, parece que uno va a llegar al final, comienza a oírse un pitido continuo que deja el proceso inacabado y los nervios a flor de piel.
Nos habían dicho que la técnica iba a simplificar las cosas, que todo iba a ser “claro, limpio, rápido y eficaz”. Donde esté una persona competente y amable, que se quiten todas las máquinas, por perfectas que parezcan. Ya sé que voy a contracorriente, pero no me gusta nada un mundo tan maquinizado y tan absurdo como el que estamos construyendo. Al final, no será el hombre quien configure la máquina, sino que ésta lo convertirá en un perfecto idiota. Espero que los responsables de la oficina de visados de Sri Lanka y de la India no lean esta entrada. No quisiera quedarme sin mi permiso para visitar estos países. Como tantas otras cosas en la vida, habrá que tomarse estos pequeños contratiempos con humor y seguir adelante. Cuando se comparan con los problemas grandes que viven muchas personas, uno cae en la cuenta de que no tiene derecho a quejarse. ¡Suerte!
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