La invención de la
escritura supuso un gran avance en la historia de la humanidad. A través de
ella fue posible la representación de palabras e ideas por medio de signos
gráficos. Pero no siempre hemos escrito de la misma manera. Ha habido muchos tipos de
escritura: desde la escritura sintética o ideográfica hasta la
escritura silábica y fonética (que es la que nosotros usamos), pasando por la
cuneiforme, la hierática, la demótica, etc. La escritura alfabética comienza en
Egipto unos dieciocho siglos antes de Cristo. Consistía en la representación gráfica
de sonidos a través de signos. A partir de este tipo de escritura se
desarrollaron los alfabetos fenicio y griego, que son la base de los
principales alfabetos modernos. Cuando ya creíamos que siempre iba a ser así,
resulta que ahora WhatsApp, Facebook,
Twitter y otras aplicaciones de comunicación nos sugieren que nos
comuniquemos a través de Emoticones o de Emoji. Es como si se
hubiera producido un salto atrás. Vuelve el lenguaje jeroglífico. Si alguien
examina mis micromensajes a través de las redes sociales, enseguida cae en la
cuenta de que tengo más de 20 años. Soy de los que todavía escriben las palabras
completas respetando la ortografía y hasta la puntuación. Apenas incluyo emoticones, como no sea un
pulgar hacia arriba y un par de jarras de cerveza de vez en cuando. En el caso de los nativos
digitales es al revés: apenas escriben palabras completas. Sus mensajes,
siempre breves, se reducen a combinaciones de letras y signos y a numerosos
emoticones cuyo significado
no siempre le resulta ininteligible a este pobre inmigrante digital.
¿Y si este cambio en la
forma de escribir y de comunicarnos fuera el reflejo de una nueva/vieja manera
de entender la vida? La escritura fonética y silábica privilegia las ideas y el
orden lógico. La escritura jeroglífica es icónica. Privilegia las imágenes y las emociones. No
en vano a los signos modernos se los denomina emoticones. Hoy en día el término jeroglífico en español tiene
diversas acepciones. Yo me quedo con la que lo presenta como una “imagen visual
o escritura difíciles de entender o interpretar”. La vida humana es una
secuencia de imágenes (curiosidad, risa, llanto, dolor, tristeza, trabajo,
diversión, amistad, sexo, deporte, poesía, ciencia, técnica, cuerpo, familia,
amor…) que se van sucediendo o solapando, pero cuyo significado último se nos escapa con mucha frecuencia.
Podemos reflejar un momento determinado, pero no somos capaces de percibir la
secuencia completa y, por lo tanto, no sabemos dónde empieza y dónde termina.
Es, usando otra metáfora, como si dispusiéramos de muchos fotogramas sueltos,
pero no de la película completamente montada. Tenemos las piezas, pero nos
falta el manual de instrucciones. Es probable que los emoticones actuales (versión
moderna de la antigua escritura jeroglífica) no sea sino el reflejo de esta
manera de entender las cosas. De hecho, ha prendido sin dificultad en las
generaciones más jóvenes, como si todos hablaran una lengua universal que no
necesita traducciones, pero cuyo significado último no es siempre claro.
Tal vez estamos
necesitando una nueva Piedra
de Rosetta que nos permita interpretar este moderno lenguaje jeroglífico.
Como creyente, estoy convencido de que la Biblia, entendida como una expresión
privilegiada de la Palabra de Dios, es la clave que permite descodificar e
interpretar los variados “emoticones” de la vida humana. Es verdad que, sin
clave, todo se convierte en un jeroglífico ininteligible, en una sucesión de
experiencias que se agotan en sí mismas y que −siguiendo el hedonismo contemporáneo− hay que estrujar para extraer de
ellas, como si se tratase de un limón, todo el jugo posible. ¿Qué significan el
amor, el dolor o el placer? ¿Para qué sirven el trabajo, la enfermedad o el arte?
Cada ideograma o emoticón nos remiten a algo que vivimos, pero, sin una clave interpretativa,
no adivinamos su verdadero significado. Si algo he ido aprendiendo a lo largo
de los años en relación con la Palabra de Dios es que, casi sin darnos cuenta,
nos ayuda a interpretar la existencia humana porque nos revela la presencia amorosa de
Dios en el complejo sucederse de los acontecimientos. Cuando algunas personas
me dicen que se escandalizan de las páginas del Antiguo Testamento en las
que aparecen escenas de guerras, sexo o violencia, yo suelo decirles, no sin una
pizca de ironía, que son las que más me gustan, más incluso que algunos hermosos
salmos o libros proféticos o sapienciales. ¿Por qué? La razón es muy sencilla:
porque de esta manera se muestra que la Palabra de Dios no deja fuera ninguno
de los “emoticones” humanos (incluyendo los que aluden a la violencia o la
guerra). ¿Cómo podríamos entender la complejidad de la vida humana si suprimiéramos
de un plumazo todo lo que no nos gusta o no encaja con nuestra sensibilidad
actual? La revelación de Dios se ha ido abriendo paso muy lentamente a través
de la tortuosa historia humana, no como un meteorito caído del cielo; por eso,
resulta creíble y eficaz para seguir interpretando los nuevos “emoticones” de
una historia que cada día evoluciona y que sigue siendo muy tortuosa. Abramos el periódico.
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