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viernes, 2 de marzo de 2018

Los "emoticones" de la vida


La invención de la escritura supuso un gran avance en la historia de la humanidad. A través de ella fue posible la representación de palabras e ideas por medio de signos gráficos. Pero no siempre hemos escrito de la misma manera. Ha habido muchos tipos de escritura: desde la escritura sintética o ideográfica hasta la escritura silábica y fonética (que es la que nosotros usamos), pasando por la cuneiforme, la hierática, la demótica, etc. La escritura alfabética comienza en Egipto unos dieciocho siglos antes de Cristo. Consistía en la representación gráfica de sonidos a través de signos. A partir de este tipo de escritura se desarrollaron los alfabetos fenicio y griego, que son la base de los principales alfabetos modernos. Cuando ya creíamos que siempre iba a ser así, resulta que ahora WhatsApp, Facebook, Twitter y otras aplicaciones de comunicación nos sugieren que nos comuniquemos a través de Emoticones o de Emoji. Es como si se hubiera producido un salto atrás. Vuelve el lenguaje jeroglífico. Si alguien examina mis micromensajes a través de las redes sociales, enseguida cae en la cuenta de que tengo más de 20 años. Soy de los que todavía escriben las palabras completas respetando la ortografía y hasta la puntuación. Apenas incluyo emoticones, como no sea un pulgar hacia arriba y un par de jarras de cerveza de vez en cuando. En el caso de los nativos digitales es al revés: apenas escriben palabras completas. Sus mensajes, siempre breves, se reducen a combinaciones de letras y signos y a numerosos emoticones cuyo significado no siempre le resulta ininteligible a este pobre inmigrante digital.

¿Y si este cambio en la forma de escribir y de comunicarnos fuera el reflejo de una nueva/vieja manera de entender la vida? La escritura fonética y silábica privilegia las ideas y el orden lógico. La escritura jeroglífica es icónica. Privilegia las imágenes y las emociones. No en vano a los signos modernos se los denomina emoticones. Hoy en día el término jeroglífico en español tiene diversas acepciones. Yo me quedo con la que lo presenta como una “imagen visual o escritura difíciles de entender o interpretar”. La vida humana es una secuencia de imágenes (curiosidad, risa, llanto, dolor, tristeza, trabajo, diversión, amistad, sexo, deporte, poesía, ciencia, técnica, cuerpo, familia, amor…) que se van sucediendo o solapando, pero cuyo significado último se nos escapa con mucha frecuencia. Podemos reflejar un momento determinado, pero no somos capaces de percibir la secuencia completa y, por lo tanto, no sabemos dónde empieza y dónde termina. Es, usando otra metáfora, como si dispusiéramos de muchos fotogramas sueltos, pero no de la película completamente montada. Tenemos las piezas, pero nos falta el manual de instrucciones. Es probable que los emoticones actuales (versión moderna de la antigua escritura jeroglífica) no sea sino el reflejo de esta manera de entender las cosas. De hecho, ha prendido sin dificultad en las generaciones más jóvenes, como si todos hablaran una lengua universal que no necesita traducciones, pero cuyo significado último no es siempre claro.

Tal vez estamos necesitando una nueva Piedra de Rosetta que nos permita interpretar este moderno lenguaje jeroglífico. Como creyente, estoy convencido de que la Biblia, entendida como una expresión privilegiada de la Palabra de Dios, es la clave que permite descodificar e interpretar los variados “emoticones” de la vida humana. Es verdad que, sin clave, todo se convierte en un jeroglífico ininteligible, en una sucesión de experiencias que se agotan en sí mismas y que −siguiendo el hedonismo contemporáneo− hay que estrujar para extraer de ellas, como si se tratase de un limón, todo el jugo posible. ¿Qué significan el amor, el dolor o el placer? ¿Para qué sirven el trabajo, la enfermedad o el arte? Cada ideograma o emoticón nos remiten a algo que vivimos, pero, sin una clave interpretativa, no adivinamos su verdadero significado. Si algo he ido aprendiendo a lo largo de los años en relación con la Palabra de Dios es que, casi sin darnos cuenta, nos ayuda a interpretar la existencia humana porque nos revela la presencia amorosa de Dios en el complejo sucederse de los acontecimientos. Cuando algunas personas me dicen que se escandalizan de las páginas del Antiguo Testamento en las que aparecen escenas de guerras, sexo o violencia, yo suelo decirles, no sin una pizca de ironía, que son las que más me gustan, más incluso que algunos hermosos salmos o libros proféticos o sapienciales. ¿Por qué? La razón es muy sencilla: porque de esta manera se muestra que la Palabra de Dios no deja fuera ninguno de los “emoticones” humanos (incluyendo los que aluden a la violencia o la guerra). ¿Cómo podríamos entender la complejidad de la vida humana si suprimiéramos de un plumazo todo lo que no nos gusta o no encaja con nuestra sensibilidad actual? La revelación de Dios se ha ido abriendo paso muy lentamente a través de la tortuosa historia humana, no como un meteorito caído del cielo; por eso, resulta creíble y eficaz para seguir interpretando los nuevos “emoticones” de una historia que cada día evoluciona y que sigue siendo muy tortuosa. Abramos el periódico.


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