Algunos amigos me preguntan que de dónde saco los temas de las entradas diarias de este blog. Les
digo que no tengo una programación. Sigo el flujo de la vida. A veces, la idea me
viene a primera hora de la mañana. Dejo que madure a lo largo de la jornada.
Otras, la mayoría, me siento al ordenador solo con una idea general de lo que
quiero decir. El hecho de escribir es un parto. Sin que uno sepa cómo, las
ideas se van engarzando hasta formar un todo más o menos armónico. Creo que el
secreto consiste en estar atento a la vida que fluye. A todos nos pasan muchas
cosas. No es necesario que sean extraordinarias. Basta con que sean verdaderas.
Nunca me ha gustado demasiado la literatura o las películas de ciencia ficción.
Me transportan a un mundo en el que no me reconozco. Por el contrario, admiro a los escritores o
cineastas que son capaces de hacer una obra de arte a partir de hechos
cotidianos: una mujer que compra el pan en la tienda de la esquina, un camionero
que da rienda suelta a sus pensamientos mientras devora kilómetros por
autopistas interminables, un niño que se entretiene jugando con su perro, un
adolescente que explora su sexualidad desbocada o un adulto que entra en una
iglesia y se queda un rato arrodillado sin saber por qué ni para qué.
Es verdad que en este
blog cuento a veces algunos hechos un poco raros, pero la mayoría de las
reflexiones parten de experiencias cotidianas que todos, en un grado u otro,
tenemos. El reto consiste en aprender a leer lo que nos pasa, en descifrar los
códigos secretos de nuestra vida. Hay personas que necesitan estar siempre
haciendo cosas, saliendo de casa, hablando con personas, organizando viajes, soltando
ocurrencias, haciéndose los graciosos, llamando la atención… Nunca acaban de
encontrarse. Plantean la vida como una carrera hacia ninguna parte. El continuo
vaivén las deja exhaustas. Y hay personas que se concentran en interpretar lo
que viven, en buscarle un significado, conscientes de que la auténtica vida
humana es siempre una búsqueda
de sentido. Estas personas
no necesitan inventarse relatos maravillosos, ni hacer muchos viajes o leer
muchos libros. No buscan la plenitud por la vía de la acumulación sino de la
profundización. Unas quieren crecer “hacia fuera”, acumulando vivencias. El resultado suele ser una suerte de
obesidad espiritual. Otras aspiran a crecer “hacia dentro”, a conocerse más a sí
mismas para aceptarse con paz, disfrutar de lo que son y desarrollar una
actitud comprensiva y compasiva hacia los demás.
A medida que han ido
pasando los meses, me he ido dando cuenta de que este blog se ha convertido en una especie de manual de instrucciones. No pretende sustituir las experiencias de cada uno de
sus lectores. Esto sería absurdo, además de imposible. El objetivo es más
modesto y fecundo. Aspira a ofrecer algunos ejercicios de lectura de las experiencias
humanas con la secreta esperanza de que cada uno lea también en profundidad lo
que le pasa. Porque es claro que “a todo el mundo le pasan cosas”. La
importancia de lo que nos pasa no depende solo de su valor objetivo, sino de
la interpretación que hagamos. Hay días que nos levantamos malhumorados, nos
duele una muela, quedamos atrapados en el tráfico urbano, se nos escapa una palabra
ofensiva, no aguantamos el llanto de un niño, hacemos una compra innecesaria,
perdemos el tiempo navegando por internet u olvidamos la fecha de un cumpleaños
significativo. Pero hay días en los que parece que amanece antes de tiempo. La vida se nos pone de cara, la gente con la que convivimos nos parece
maravillosa, prodigamos saludos y sonrisas, disfrutamos con los primeros brotes
de primavera, nos ofrecemos para un servicio gratuito y hasta nos entran ganas
de rezar. ¿Qué significa todo? ¿En qué sentido nos ayuda a conocernos más, a ser nosotros mismos, a abrirnos a los otros y a Dios? Un paseo o una intervención quirúrgica; un café compartido o una
noche de insomnio; las elecciones generales o un programa de televisión; un
aumento de sueldo o la declaración de la renta… todo puede ser vivido como una
banalidad o como un signo que debe ser interpretado para que la gramática de la
vida resulte inteligible. Las personas
que adquieren esta capacidad interpretativa, lectora, no se ven exentos de
problemas y contradicciones, pero aprenden a encontrar un significado a todo lo que viven. Esto no
se paga con nada.
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