En África siempre
aprendo mucho. Como los africanos son grandes story-tellers (cuentahistorias) me gusta escucharlos en
conversaciones interminables. Ayer, hablando con un misionero guineano de más
de 70 años, supe que en la etnia fang hay
seis tipos de hermanos. En otras palabras, que cuando alguien llama hermano a otra persona no usa el término
de manera unívoca sino análoga. Esto puede despistar mucho a los europeos,
pero, al mismo tiempo ayuda a entender mejor la Biblia. Veamos. La primera categoría de hermanos se aplica a los
nacidos del mismo padre y de la misma madre. Este suele ser el concepto
biológico que se maneja en Europa. En la segunda categoría entran los nacidos
del mismo padre (tengamos en cuenta el contexto polígamo de la cultura fang). La tercera categoría la forman
los nacidos de la misma madre. La cuarta engloba a todos aquellos que tienen el
mismo abuelo (o sea, a lo que nosotros solemos llamar primos). La quinta se
aplica a los pertenecientes a la misma tribu. Y, por último, la sexta se
refiere a los miembros de la misma casa. Para ver la similitud con la cultura
judía conviene recordar que Jesús de Nazaret pertenecía a la tribu de Juda y a
la casa de David. La tribu es un concepto más amplio que la casa. Con este
trasfondo, se entiende un poco mejor la referencia que los evangelios hacen a
los “hermanos” de Jesús. No se trata necesariamente de hermanos biológicos (en
el sentido de la primera categoría). Puede entenderse en un sentido mucho más
amplio.
Esta forma de
entender el parentesco fraternal se está introduciendo en Occidente con la
proliferación de segundos y terceros matrimonios y con los nuevos modelos de
agrupaciones familiares. Un niño puede tener hermanos del mismo padre y de la
misma madre biológicos. Pero también puede tener como hermanos a los hijos
tenidos en anteriores relaciones por cualquiera de sus progenitores. O a los
hermanos producidos por gestación subrogada, etc. Las posibilidades de
“fraternidad” y de “sororidad” se están multiplicando. Al final, el término brother va a significar simplemente
colega, compañero de casa, etc. No escribo estas líneas para criticar lo que
está sucediendo, sino solo para levantar acta. El concepto de “hermano” o
“hermana” está sufriendo muchas transformaciones de las cuales no siempre somos
conscientes. Es lógico que afecte de manera decisiva al uso que de esta misma
palabra hacemos en contexto cristiano. Cuando el predicador de turno comienza
su homilía dominical con el consabido Queridos
hermanos (y hermanas, en el caso de que sea muy feminista), ¿qué está
queriendo decir? ¿Está aludiendo a alguna de las seis categorías de la cultura fang o a una nueva, completamente
irreductible a las anteriores?
El problema no es
de hoy. Se plantea en las primitivas comunidades cristianas. Por eso, el evangelio
pone en labios de Jesús la respuesta a esta situación. Vale la pena recordar el
texto completo: “Llegaron su madre y sus
hermanos, se detuvieron fuera y lo mandaron llamar. La gente estaba sentada en
torno a él y le dijeron: —Mira, tu madre y tus hermanos [y hermanas] están
fuera y te buscan. Él les respondió: —¿Quién es mi madre y [mis] hermanos? Y
mirando a los que estaban sentados en círculo alrededor de él, dijo: —Mirad,
éstos son mi madre y mis hermanos. [Porque] el que haga la voluntad de Dios,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,31-35). Jesús supera las
clasificaciones de la cultura judía. La verdadera fraternidad, la típica del reino
de Dios, no se corresponde con ninguna de las categorías culturales a las que
estamos acostumbrados: ni con las antiguas, ni con las modernas. Nos convertimos
en “hermanos” y “hermanas” cuando escuchamos la Palabra de Dios y nos esforzamos
por practicarla. ¿No ilumina esta visión de Jesús muchos de los problemas que hoy
estamos viviendo a propósito de conflictos étnicos y tribales, identidades
nacionales, patrimonios culturales, etc.? ¿Dónde está el centro? ¿Dónde está la novedad revolucionaria de Jesús? ¿O preferimos seguir con los esquemas de siempre?
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