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jueves, 21 de diciembre de 2017

María nos visita

Hoy comienza el invierno a las 17:28 (hora de Europa central). Durará 88 días y 23 horas. En el hemisferio sur da comienzo el verano. Precisamente hoy, a cuatro días de la Navidad, la liturgia nos presenta el evangelio de la visita de la joven María a su prima Isabel. El texto no indica con precisión dónde vivían Zacarías e Isabel. Se limita a decir que en una ciudad de Judá, en la región montañosa. La tradición, con algunas oscilaciones, ha identificado esta ciudad con la actual Ain Karem, una pequeña localidad situada a unos seis kilómetros al oeste de Jerusalén. Su nombre significa fuente del viñedo. María llegó aquí desde Nazaret. Cubrió los 160 kilómetros que separan ambos pueblos con presteza, según el evangelio de Lucas, movida por su afán de servir a su prima Isabel. Es este el primer mensaje que transmite este bello rincón: María es una experta en el servicio. También  hoy ella sigue poniéndose en camino para ayudar a quienes experimentamos necesidades. Una antigua oración se dirige a María en estos términos: "Acuérdate,¡oh piadosísima, Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu auxilio haya sido abandonado de Ti".

Acostumbrado a la aridez de Judea, el peregrino se sorprende de la belleza suave de Ain Karem. Sin ningún esfuerzo imagina a María subiendo la ladera que conduce al lugar donde hoy se alza la iglesia de la Visitación. La imagina yendo a la fuente que está en el valle. La imagina, sobre todo, cantando el Magnificat, ese bello cántico que Lucas pone en labios de María y que el peregrino encuentra escrito en muchos idiomas, en un muro situado a la derecha de la iglesia. Desde Ain Karem se entiende mejor cómo es el Dios en el que María cree. Es un Dios que se fija en los pobres y que mantiene su misericordia de generación en generación. En el lugar hay dos iglesias superpuestas, diseñadas por el terciario franciscano A. Barluzzi y decoradas con frescos de C. Vagarini. Los de la iglesia superior representan el concilio de Éfeso (donde se proclamó la maternidad de María), las bodas de Caná, María protectora de las huestes cristianas en la batalla de Lepanto y Duns Scoto defendiendo la Inmaculada Concepción. Son testimonios que confirman el hecho de que todas las generaciones han llamado bienaventurada a esta mujer a la que Isabel saludó con palabras que, desde entonces, todos los cristianos repetimos: Bendita tú entre las mujeres.

En vísperas de la Navidad, vuelto a Roma tras una semana fuera, caigo en la cuenta de que María sigue visitándonos a cada uno de nosotros. Quizás es esta una de las funciones más bellas de la Virgen: visitar a sus hijos e hijas dispersos por el mundo. Las llamadas apariciones tendrían que ser interpretadas como visitaciones. Es como si María prolongara en la historia la primera gran visita a su pariente Isabel. María nos visita cuando nos sentimos solos, desorientados, preocupados, enfermos, moribundos. Pero también cuando experimentamos el lado amable de la vida, cuando disfrutamos del milagro de levantarnos cada mañana y celebramos cada pequeño paso. En realidad, las visitas de María son siempre anticipos de la Navidad porque ella trae en su seno a Jesús. Cada vez que ella se acerca a nosotros nos está acercando a Jesús. Creo que hoy es un día muy adecuado para meditar sobre estas visitas que nos producen tanta alegría. En todos los creyentes se acumulan los espacios y tiempos en los que hemos sentido muy cercana la presencia de María. Cuando ella está surge en nuestro interior una alegría profunda, contagiosa, que no es comparable a la euforia que nos producen otras experiencias humanas. ¡Ojalá sea esta alegría el mejor anticipo de la Navidad que está a punto de llegar!

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