Parece que no es
de buen gusto hablar de la alegría cuando estamos circundados de desgracias.
Pero, imperturbable al desánimo, cada año el Tercer
Domingo de Adviento nos lanza el mismo mensaje: “Alegraos en el Señor” (Gaudete in Domino). De ahí el nombre de
este domingo. Por si no fuera suficientemente
claro, el apóstol Pablo añade: “Os lo
repito, alegraos en el Señor”. Suena a imperativo categórico cuando, en
realidad, se trata de un indicativo cristiano: “Tenéis muchos motivos para
alegraros en el Señor”. Las palabras del apóstol son una invitación a tomar
conciencia de las muchas cosas que funcionan bien en nuestra vida, de los infinitos
dones que hemos recibido, de la gracia que nos envuelve. Hace muchos años, un
amigo mío inglés me envío una felicitación de cumpleaños con este escueto mensaje
que recuerdo de memoria: “See grace
beneath the surface of life”. Mi amigo me invitaba a prestar atención a la
gracia que está siempre actuando “bajo la superficie de la vida”. Quienes
tienen esta capacidad de ver en profundidad siempre están alegres. Quienes nos
movemos en ámbitos más superficiales batallamos cada día para no dejarnos dominar
por la tristeza. Motivos no faltan.
Las personas
alegres miran al pasado (para agradecer todo lo recibido), contemplan el presente
(para no pasar por alto “el pan nuestro de cada día”), pero, sobre todo, lanzan
la mirada al futuro. Visualizan, imaginan lo que Dios tiene preparado para
quienes lo aman. La promesa de un futuro de plenitud arroja tanta luz sobre la
niebla del presente que permite disipar las tristezas que a menudo empañan una
vida serena y feliz. Jesús es esa luz que disipa la niebla. Y Juan, el precursor,
es “el testigo de la luz”, como lo presenta el evangelio de este domingo. Imagino
que entre los amigos del Rincón hay
muchos conductores. ¿Cómo os sentís cuando tenéis que guiar vuestro vehículo
por una carretera cubierta de niebla espesa? Uno va con cien ojos. Es difícil
calcular las distancias. El cuerpo se tensa. En cualquier momento puede
presentarse un peligro. No es fácil reaccionar. Cuando, por fin, la niebla se
disipa y aparece el sol es como si volviéramos a nacer. Respiramos. La conducción
se torna placentera. Comenzamos a cantar.
Hoy vivimos un
tiempo un poco neblinoso. No vemos con claridad muchas cosas. Llevamos décadas
diciendo que estamos viviendo el ocaso de las ideologías. A veces perdemos de
vista el horizonte. No sabemos si nos dirigimos a algún sitio o simplemente
vamos conduciendo hasta que el vehículo se quede sin combustible. Nos da la
impresión de que estamos rodeados de peligros. Nos ponemos tensos. Hasta nos
parece que tal vez no ha merecido la pena ponernos en camino. ¡Qué hermoso es contemplar
entonces a Jesús como luz! Esta es la experiencia maravillosa que nos propone
el tiempo de Adviento y, con mucha más fuerza, el tiempo próximo de Navidad.
Quien se encuentra con Jesús experimenta una alegría que nada ni nadie le puede
arrebatar. Es una alegría que no depende de las vicisitudes del camino. Aunque vuelva
otra vez la niebla, llevamos incorporado un GPS que nos va mostrando el camino.
La conducción se torna más segura. Sí, tenemos muchos motivos para vivir la
alegría. No es una obligación sino un fruto de la experiencia de un encuentro. La alegría del Señor es nuestra fuerza. ¡Ojalá podamos experimentarla en este domingo!
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