No sé por qué me
gusta tanto el Adviento. Quizás sea porque remueve las cenizas que cubren las
ascuas de la esperanza. O porque enciende una pequeña luz en las tinieblas de
la rutina. O porque lo asocio a la espera infantil de la cercana Navidad. Es
como si todo empezara desde el principio. Son cuatro semanas para seguir
confiando en que Dios no se ha olvidado de nosotros. No es fácil mantener esta
confianza cuando un día tras otros nos vemos inundados por noticias cercanas y
lejanas que nos hablan de enfermedades, rupturas, enfrentamientos, violencias,
injusticias, guerras, hambrunas, depresiones y suicidios. La primera lectura de
este domingo es una hermosísima oración en la que el profeta Isaías se
desahoga. Podemos hacer nuestras sus palabras porque ponen nombre a lo que nos
pasa hoy. De este desahogo por la aparente ausencia de Dios, uno esperaría una
increpación. No obstante, la conclusión no se desprende de las premisas. El
profeta acaba con una de las frases más hermosas de toda la Escritura: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro
padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”
(Is 64,7). Ese “sin embargo” me deja sin palabras. El Antiguo Testamento no suele
referirse a Dios como “padre” para evitar dar a esta palabra el sentido que le otorgaban
los pueblos paganos circunvecinos. Pero en este texto es claro su sentido. Jesús
hará del vocablo “padre” en su versión más familiar (abbá) la manera normal de dirigirse a Dios.
El evangelio de
este Primer Domingo de Adviento es una invitación a esperar al Señor que viene “en medio de la noche”. Para comprender el significado de esta
metáfora es necesario recordar que los maestros de Israel enseñaban que había
habido cuatro grandes noches en la
historia del mundo. La primera
era la noche de la creación, cuando, en medio de la oscuridad total por la
falta de sol y luna, Dios dijo: “Que
exista la luz” (Gn 1,3). La segunda
noche rememora la alianza con Abrahán (cf. Gn 15). La tercera se puede calificar como “la madre de todas las noches”, la
que fue testigo de la liberación de Israel, cuando “el Señor veló aquella noche para sacarlos de Egipto” (Ex 12,42).
¿Cuál es la cuarta? La cuarta está
cuajada de expectación: es la noche en
la que Israel espera que Dios intervenga para crear el mundo nuevo e instaurar
su reino. Teniendo en cuenta este trasfondo, se comprende mejor la fuerte
carga simbólica de la venida del Señor “durante la noche”, a la que alude el
evangelio de hoy. El evangelista Marcos divide esta cuarta noche, según el
cómputo popular romano, en cuatro partes: el atardecer, la media noche, el
canto del gallo y la mañana (v. 35). De esta manera, nos invita a estar siempre
alerta, a no quedarnos dormidos en ningún momento porque el Señor está llegando
siempre a nuestra vida.
¿Estamos viviendo
una noche de la fe? Creo que, en buena medida, sí, al menos en Europa y algunas
regiones de América. Tenemos la impresión de que Dios no existe o, al menos, de
que no se preocupa de nosotros, que las cosas suceden por su propia lógica. No
hay una mente amorosa que las dirija. En este contexto de agnosticismo, y aun
de apostasía
formal o silenciosa, ¿qué significa esperar al Señor que viene “en
cualquiera de las horas de la noche”? Jesús
nos invita a la atención y a la vigilancia, pero no a la ociosidad. Nos ha
dado un encargo, una misión. El relato de Marcos dice: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a
cada uno de sus criados su tarea”. Velar significa estar atento a los
signos de la “llegada de Jesús” mientras desarrollamos nuestra tarea. No
significar estar de brazos cruzados, sino con el radar del corazón activo para
detectar las muchas venidas de Jesús en forma de encuentros interpersonales,
experiencias vitales, silencios, preguntas, emociones, ausencias, disgustos,
búsquedas, temores… Es como si el tiempo de Adviento fuera una cura
anti-modorra, una especie de despertador que nos avisa de que en cualquier momento
de esta “noche cultural”, Jesús puede pasar a nuestro lado.
Muy interesante, Gonzalo. Lo comparto. Saludos desde Tierra Esperanza. Pedro Barranco.
ResponderEliminarGonzalo ayer me acordé de ti en Sevilla. En una iglesia que tenía varias capillitas había un hombre rezando, ¡qué ganas de rezar me entraron!!! Buena semana
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