Son las 6,30 de
la mañana. El aeropuerto de Nairobi registra un movimiento intenso, pero no
agobiante. Aprovecho la espera de mi vuelo a Amsterdam para escribir la entrada
de hoy. Me sorprende el número grande de extranjeros que pasan por este
aeropuerto. Algunos tienen el aspecto de turistas, pero adivino que hay también
muchos hombres y mujeres de negocios. Kenia es un país atractivo, a pesar de sus
tensiones políticas. Ayer, hablando con un claretiano keniata, que prepara su
doctorado en ciencias sociales, comprendí mejor que lo que a menudo se
presentan como problemas étnicos y tribales, son, en realidad, conflictos de
poder que tienen un trasfondo económico. Los grupos más influyentes están
aliados con las grandes corporaciones internacionales que tienen intereses en
Kenia. No es una historia nueva. Dinero y poder suelen ir de la mano. En este
campo parece que no hay esperanza posible de que las cosas cambien. Quizás lo
más eficaz es es crear fuertes instituciones que ayuden a equilibrar los
poderes.
Los africanos son
story-tellers, contadores de
historias. Una homilía que no cuente una historia no llega al corazón de
la gente. El pasado domingo, uno de nuestros compañeros marfileños nos contó
una historia “poco edificante” que quiero compartir con los amigos del Rincón. Hay varias versiones. Me quedo
con la que, en un francés perfecto, nos contó nuestro hermano de Costa de Marfil. Las partes del
cuerpo decidieron elegir a una que ejerciera la función de rey. Los ojos fueron
los primeros en presentar su candidatura. Alegaron motivos evidentes: “Sin
nosotros, no podéis ver; por tanto, no podéis orientaros en la vida,
tropezaréis a cada paso y acabaréis teniendo accidentes. Por favor, votad a los
ojos”. La nariz no se quedó atrás: “¿De qué sirve ver si no podéis respirar? La
respiración es la vida. No lo dudéis, votad a la nariz”. El desfile de candidatos
continuó. Le llegó el turno a la boca: “Mi función es imprescindible. Podéis
ver y respirar, pero sin alimento, pronto moriréis. Yo soy imprescindible para
mantener el cuerpo vivo. Votad a la boca”.
Llegados a este punto, los
votantes estaban un poco perplejos porque todos los candidatos aducían razones
de mucho peso para ser elegidos rey. En medio del barullo, las manos reclamaron
su puesto: “Comprendemos la importancia de los ojos, de la nariz y de la boca,
pero todos ellos servirían de muy poco sin nuestra cooperación. Nosotras somos imprescindibles
para coger las cosas, abrazar, y realizar todas las funciones más elementales
de la vida cotidiana. Votad a las manos”. Los pies no se echaron atrás: “Sin nosotros,
permaneceréis estables en un lugar, todas las funciones se atrofiarán y no podréis
visitar los hermosos lugares del mundo o huir cuando os ataque un peligro.
Votad a los pies”. Cuando ya parecía que el desfile de candidatos había acabado
y todos estaban en plena reflexión, he aquí que se adelantó un nuevo e
inesperado candidato con el nombre más corto: el ano. Sus argumentos fueron
tumbativos: “Me hago cargo de la importancia de los ojos, la nariz, la boca,
las manos y los pies. No quiero desprestigiar a ninguno de mis adversarios políticos.
Pero, reconozcámoslo con humildad, sin mi contribución al cuerpo, todos moriríamos.
Yo soy, por así decir, el elemento liberador. Yo expulso todo lo acumulado
durante la digestión. Sin mi tarea, en poco tiempo los seres humanos morirían
al no poder desprenderse de los residuos de la alimentación”. Tras una
deliberación muy intensa, eligieron como rey a la boca, pero nombraron al ano “consejero
espiritual” por su indudable tarea liberadora y estabilizadora.
Las mejores historias
no necesitan muchos comentarios. Cada uno somos miembros del cuerpo social y
eclesial. Nadie sobra y nadie puede arrogarse una función exclusiva. Todos nos
necesitamos. Incluso los que parecen menos nobles son, a menudo, los más
necesarios. Cuando tenemos esta idea global de una familia, una comunidad o un país,
aprendemos a valorar a cada persona, a no introducir discriminaciones absurdas,
a sacar partido de las cualidades de cada uno, a integrar las diferencias en un
todo armónico. Es ridículo que uno reivindique para sí mismo todo el poder o toda la competencia. En este cuerpo que formamos los seres humanos, nadie es material sobrante, objeto de descarte. Lo importante es aprender a descubrir el valor de cada uno. Quien tenga oídos, que oiga.
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