Noviembre se cierra con la fiesta de san Andrés, apóstol. Representa un punto de encuentro entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. Creo que este año se va a cumplir en algunas partes del norte de España el dicho: Por san Andrés, la nieve en los pies. Estoy de nuevo en Roma. Casi ocho horas
de vuelo desde Nairobi a Amsterdam dan para mucho. Tuve tiempo de leer,
dibujar, dormir y también de ver una película que me encantó, quizás porque me
recordaba mucho a Into the wild
(2007) de Sean Penn. Se trata de la película francesa Dans les forêts de Sibérie (2016), protagonizada por el francés Raphaël Personnaz y el ruso Evgueni Sidikhine. No
voy a destripar la historia por si algún lector del Rincón se anima a verla. Más allá del guion y de su puesta en
escena, la película me ha hecho pensar sobre asuntos que tienen que ver con
nuestro estilo de vida contemporáneo. El joven protagonista deja su brillante trabajo
en el campo audiovisual y decide pasar un año en solitario, viviendo en una
cabaña junto al lago Baikal. La
tentación de hacer una crítica feroz de una vida basada en el trabajo y en el
dinero era demasiado fácil. El director Safy Nebbou la ha
evitado. Pone el acento en el tremendo vacío que siente Teddy, el protagonista.
Lo paradójico es que para superarlo decide internarse en los bosques siberianos
que rodean al lago Baikal. Mientras en el tráfago de la gente de París se
siente solo y vacío, en el silencio infinito de Siberia se encuentra a sí mismo.
Una vez más, el
silencio se muestra como la gran terapia para una enfermedad que afecta a
muchos contemporáneos: el vacío existencial y la falta de sentido. Hacemos
cosas, nos relacionamos, incluso reímos, pero sin acabar de encontrar un
porqué, vagabundos que van a tientas, títeres cubiertos con la máscara de la
apariencia, la rutina y, a veces, el cinismo. El joven Teddy no va de moralista
por la vida, no lanza dardos contra la sociedad que le ha infligido la herida
del sinsentido. Se limita a buscar dentro de sí mismo. No hay un guion previo.
En la cabaña siberiana puede ocurrir de todo. El año que Teddy transcurre en
aquellos parajes es una metáfora de las etapas de la vida. Hay primavera,
verano, otoño e invierno. En esa sucesión implacable se van produciendo
experiencias que lo ponen en contacto con el misterio de la existencia.
Descubre por sí mismo las cosas más elementales y humanas: la soledad, el
silencio, el llanto, el dolor, la belleza, la amistad, el coraje, la esperanza
y la muerte. Es como un curso de vida real, no uno de esos “talleres” que hoy
se ofrecen para aprender a ser feliz, practicar mindfulness o mejorar la autoestima.
En este Rincón he
hablado varias veces del poder del silencio. Lo hice a propósito de la canción
de Simon & Garfunkel El
sonido del silencio. Con este mismo título escribí el año pasado otra
entrada desde la contemplación de la noche africana en Mombasa, Kenia.
En otra ocasión me referí a El
arte de escuchar el silencio. Algún lector puede pensar que soy un
monje contemplativo que no sale de su monasterio. Sin embargo, soy un misionero
que casi no paro en casa. Confieso –quizás esta es una confesión demasiado
íntima– que no podría resistir este estilo de vida sin la fuerza del silencio,
que es, en el fondo, la fuerza del centro personal, la fuerza del misterio de
Dios. Soy consciente de que estas cosas no se pueden enseñar como se enseñan las
matemáticas o la geografía. A Teddy, ningún maestro lo condujo por las sendas
de los bosques siberianos, a no ser –y, de manera, no buscada– el ruso fugitivo
que llevaba años huyendo de la justicia. Nadie nos puede enseñar el arte del
silencio, aunque algunos maestros compartan con nosotros su experiencia
personal. Se trata de una decisión que uno toma cuando se ve contra las
cuerdas, cuando no acaba de encontrar fuera
el manantial de vida que mana dentro.
Los bosques de Siberia pueden estar a la vuelta de la esquina. No es necesario
ir demasiado lejos.
Gonzalo, hay cosas, como dices, que no se pueden enseñar como se enseñan las matemáticas, pero se enseñan de maneras diferentes. Tú, compartiendo tus experiencias y vivencias con los amigos del "Rincón", te aseguro que nos vas ayudando a descubrir y valorar, en este caso, el silencio y poco a poco, sin ser muy conscientes de ello nos vamos introduciendo en él. Muchísimas gracias.
ResponderEliminar