Cada día sufrimos una
machacona presión por parte de los medios de comunicación social acerca de lo que tenemos que hacer. A todas horas nos
recuerdan las cinco o diez cosas que no sabemos sobre los orangutanes africanos,
los espaguetis con almejas, el modo de doblar una camisa o el funcionamiento del móvil. Por supuesto, se nos impone lo que debemos saber sobre la diabetes, la menopausia, el modo de prevenir los catarros o la mejor forma de invertir nuestro dinero. También se nos empuja
a visitar algunos lugares que todo el mundo debe ver alguna vez en la vida, escuchar
las canciones que marcan tendencia y usar las palabras de moda. Estoy bastante
harto de esta manera tan bobalicona y paternalista de tratar a las personas. Da la impresión de que somos tontos o, por lo menos, diversamente inteligentes. Por todas partes, se nos echa en cara lo que no sabemos y lo que tenemos que saber, lo que conviene comer, visitar, leer y experimentar... abusando de una fórmula manida y absurda: “Las
cinco (o seis, o diez) cosas que usted no sabe, debe saber, necesita…”. ¿No se trata de una manera descarada
de promocionar productos y, en el fondo, de manipular nuestras opciones? Lo que
más rabia me da no es que los medios nos machaquen tan burdamente, sino que, a
menudo, también el mensaje de la Iglesia suena del mismo modo: “Hay que ir a
misa el domingo”, “Hay que pagar los impuestos”, “Hay que ayudar al necesitado”,
“Hay que orar por las vocaciones”, “Hay que tener cuidado con el sexo”, etc. ¿Cuántos “hay que” puede uno resistir sin
taparse los oídos y continuar libremente su camino?
La gran novedad del
Evangelio es que ha invertido los términos: no se trata tanto de hay que sino de tú eres. La vida que Jesús propone no se reduce a una
serie de “hay que” con objeto de sobrecargar nuestra conciencia y, si somos capaces de ponerlos en práctica, presumir de lo cumplidores que somos. Él no ha venido a añadir
más deberes a los 622 de que constaba la antigua Ley mosaica. Los cristianos
católicos no somos víctimas pasivas de los 1.752 cánones contenidos en el
Código de Derecho Canónico. ¡Menos mal que el último canon se cierra con una fórmula
liberadora: “...teniendo en cuenta la
salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”!
La lex suprema es, por tanto, “la salvación
de las almas”, una fórmula un poco rancia y maniquea que no expresa bien la
maravillosa frase de Jesús: “Yo he venido
para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Pero, bueno,
más vale algo que nada. La gran novedad del Evangelio es que el indicativo de
gracia (sois) prevalece sobre el imperativo
ético (sed). Jesús ha venido a
revelarnos lo que somos, no tanto lo que debemos ser. También se podría decir que debemos ser lo que ya somos por gracia. Somos hijos e hijas de
Dios, hermanos de todos los seres humanos, custodios de la creación. Somos seres
libres, llamados a ser felices en la plena comunión con Dios y con los demás. ¿Hay algún programa más maravilloso? Jesús nos invita
a agradecer y disfrutar lo que somos, el don que Dios nos hace gratuitamente a cada uno de nosotros. Solo las personas que disfrutan de lo que son pueden cambiar
las cosas. ¡Viva la revolución de la gracia!
Cuando tomamos conciencia
de lo que somos, lo expresamos a través de nuestras actitudes y conductas. No
es necesario que nadie nos venga, desde fuera, a decirnos -y menos a
imponernos- lo que tenemos que hacer. El amor tiene su propia dinámica: es
siempre difusivo y creativo. Quien vive en el amor disfruta de la esencia de la
vida y la transmite como por ósmosis. Las personas felices son las que más
transforman el mundo, no a base de esfuerzos voluntaristas (que, a menudo, provocan
exasperación y violencia), sino mediante la energía que produce el amor. Me
parece que nunca deberíamos reducir el Evangelio a una ética, por sublime que parezca,
a una ideología basada en nuevas listas -todo lo modernizadas que se
quiera- de “hay que” (hay que cuidar
la ecología, hay que ayudar a los
pobres, hay que comprometerse con la
comunidad, hay que transformar el
capitalismo, hay que…). ¡Estamos hartos de que viejas y nuevas leyes se nos
vengan encima para recordarnos lo frágiles e inconsistentes que somos!
¡Necesitamos saber quiénes somos, tomar conciencia de nuestra dignidad, vivirla
con gratitud y alegría y compartirla con humildad y sencillez!
Gonzalo, gracias por la fuerza y claridad que pones en tu denuncia...
ResponderEliminarGracias padre Gonzalo. Así es. Uno debe SER para poder HACER, SERVIR. El resto como dice el Evangelio " Se darà por añadidura". No hay mística en el HACER Y SERVIR, cuando se está condicionado a SER lo que no se ES. Considero que por ello fracazan tantas iniciativas pastorales.
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