Estos días de
descanso me están permitiendo encontrarme con amigos a quienes no veía desde
hacía tiempo. Como no estamos apurados, podemos hablar con calma de muchas
cosas, incluso de algunos posts
publicados en este Rincón. Es
inevitable que, en un momento u otro de la conversación, salgan a relucir
algunos temas calientes. No tienen por qué ser rabiosamente actuales. Algunos
son de naturaleza ética: la regulación de los nacimientos, la maternidad
subrogada, la convivencia prematrimonial, la inseminación artificial, la
investigación con células madre, la homosexualidad y, en general, la actitud
cristiana ante los LGTB, la situación de los divorciados vueltos a casar
civilmente, la eutanasia, el suicidio asistido, etc. Otros tienen que ver con
la pastoral: las dificultades para la educación cristiana de los hijos, la
lejanía de los jóvenes de la Iglesia y viceversa, el papel de la mujer en la
Iglesia, los nuevos ministerios, etc. Sobre cada uno de estos temas suele haber
una postura clara del magisterio de la Iglesia. Sin embargo, no siempre la
postura oficial se percibe como una verdadera respuesta pastoral. Para muchos
creyentes, se trata, más bien, de imposiciones que no se hacen cargo de la
complejidad de cada situación y que no toman en serio los avances científicos
que se han producido en las últimas décadas en relación con muchas de las
cuestiones debatidas.
En torno a una
cerveza o a un tinto de verano no siempre es fácil abordar con la profundidad
requerida estos temas complejos. Pero, por otra parte, no se pueden esquivar
porque forman parte de la trama de la vida. Si la fe no está en condiciones de
iluminarlos, ¿para qué sirve? Es posible que en el otoño me anime a ir
abordando, con más o menos regularidad, algunos de los temas apuntados. Eso me
obligará a estudiarlos a fondo y ponerme al día. No en todos me siento
competente. Necesito escuchar mucho antes de poder compartir mi opinión. Pero
hay un par de criterios que un creyente debe tener en cuenta y que siempre me
han acompañado en mi vida personal y pastoral. El primero es conocer bien lo
que el magisterio de la Iglesia nos propone. Una decisión u orientación
magisterial es casi siempre el resultado de un largo proceso de consulta,
reflexión, oración y diálogo. En condiciones normales, no es imaginable que
cualquiera de nosotros, a título individual, tenga un grado de información
superior al que posee el magisterio de la Iglesia. Por otra parte, es un
ministerio que Jesús ha querido en su Iglesia para acompañar a toda la
comunidad en el conocimiento de la verdad. El magisterio tiene una especial
asistencia del Espíritu Santo, que no puede ser ignorada o menospreciada de
forma un tanto infantil y autosuficiente. Reconozco que esta actitud la he
encontrado incluso en teólogos profesionales.
El segundo
criterio es adiestrarnos en el arte del discernimiento espiritual. En general,
los creyentes tradicionales han sido
educados en la virtud de la obediencia. Según ellos, el buen creyente es el que
obedece lo que el magisterio de la Iglesia propone, aunque no lo comprenda y
aunque no lo comparta. Los creyentes liberales
(por denominarlos con un término muy usado en los Estados Unidos) han
crecido en ambientes en los que la libertad y la conciencia individuales
parecen ser el valor supremo. Uno tiene que hacer lo que subjetivamente
considere mejor, coincida o no con las orientaciones de la Iglesia. Creo que ni
unos ni otros afinan el verdadero sentido del discernimiento cristiano. La
cuestión es averiguar, cribar (eso es lo que significa discernir) lo que viene
del Espíritu de Dios y lo que procede de otros “espíritus”: la moda, la tiranía
de los medios de comunicación social, las presiones de los grupos de poder, el
propio subjetivismo, etc. No es imaginable que el mismo Espíritu de Jesús
ilumine al magisterio de la Iglesia en una dirección y a mí en la opuesta. Si
así fuera, algo ha fallado en el discernimiento. Otra cosa diferente es que el
Espíritu me impulse a aplicar las orientaciones del Evangelio y de la Iglesia a
la situación particular que yo vivo y que, en consecuencia, el mismo valor
pueda expresarse de maneras diferentes. Para los tradicionales, esto supone una
traición. Para los liberales, es demasiado poco. Sin embargo, es la expresión
de una fe madura a la que el Señor nos llama. Tendremos ocasión de volver sobre
este tema más adelante.
Me haces reflexionar muy en serio y tanto que lo primero es negarme a mi mismo para tratar de facilitar el encuentro con la Verdad. Parece que el dolce far niente y el cambio de chip no están influyendo para la profundidad de tus mensajes. Un abrazo
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