Desde hace años,
es una expresión muy usada. Cuando alguien quiere decir que es necesario
cambiar de actitud ante una realidad, que se precisa un nuevo enfoque, se suele
decir que hay que cambiar el chip. La
expresión refleja a las claras el potente influjo de la sociedad de las comunicaciones
en nuestros hábitos lingüísticos. El chip
es, en efecto, una unidad de almacenamiento de información. Pues bien, yo estoy
intentando cambiar el chip. No es fácil habituarse a un ritmo de vida
completamente distinto al que suelo llevar en Roma. Tampoco es automática la conexión con personas
a las que hace tiempo que no ves, cada una de las cuales está viviendo una
situación particular que no siempre se percibe a primera vista. Se requiere
tiempo para que se produzca el milagro de la empatía. Y, a veces, una buena dosis de paciencia. Pero este esfuerzo permite ver la vida desde diferentes perspectivas, salir del pequeño mundo personal y ensanchar horizontes. A la larga, merece la pena.
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