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jueves, 1 de junio de 2017

Días largos, noches cortas

El mes de junio comienza con la memoria de san Justino, un mártir samaritano del siglo II que, tras convertirse al cristianismo después de haber profesado ideas platónicas, dio su vida por Cristo en la Roma imperial. Pero hoy no voy a hablar de apologetas ni de mártires sino de un hecho que, viniendo de un país ecuatorial, siempre impresiona. Durante el mes que he pasado en Guinea Ecuatorial he comprobado, una vez más, que en esas latitudes las noches casi se igualan con los días. Y así es, con pequeñas oscilaciones, durante todo el año. Sin embargo, cuanto más se aleja uno del Ecuador las diferencias son más acusadas dependiendo de las diversas estaciones del año. Ahora en Europa estamos a tres semanas del comienzo del verano. Los días son larguísimos y las noches muy cortas. Hoy, por ejemplo, en Roma, el sol ha salido a las 5:37 de la mañana y se pondrá a las 20:39 de la tarde; es decir, que tendremos unas 15 horas de luz solar, a las que se añaden los minutos crepusculares. Hasta casi finales de junio la luz irá en ascenso, como si la proximidad del verano señalase el triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte.

He dialogado varias veces con mis amigos que viven en países tropicales y ecuatoriales sobre el impacto que tiene sobre nuestro modo de vivir el hecho de experimentar diversas estaciones a lo largo del año y, sobre todo, la diferencia de horas diurnas y nocturnas entre el invierno y el verano. Quizás éste es uno de los principales factores que explican los diversos hábitos de las personas tropicales y de quienes vivimos más alejados del Ecuador. Yo no soy muy aficionado al verano. El excesivo calor me agobia. Prefiero el otoño e incluso el invierno, quizá porque nací en el mes más frío del año. Pero reconozco que la luz del final de la primavera y de los primeros días del verano tiene un efecto revitalizador. Es como si el sol excesivo nos recordara que no hay invierno o sombra que no puedan ser vencidos. Tonificar el cuerpo con la luz influye en nuestra actitud ante la vida. Por eso, a las personas extrovertidas, abiertas, optimistas, se las denomina personas solares. Su presencia siempre aporta brillo y ganas de vivir. Es probable que se muevan casi siempre en niveles muy superficiales, pero su aparente frivolidad ayuda a afrontar la vida sin el dramatismo de las personas que se refugian en la guarida de la noche. Como la naturaleza es muy sabia, hay una estación para las personas solares (el verano) y otra para las lunares (el invierno). Entre ambas, hay estaciones de transición (la primavera y el otoño) que ayudan a matizar los pasajes.

Escribo estas cosas mientras trato de acomodar mi biorritmo a la primavera romana después de haber disfrutado y padecido un mes los calores y lluvias tropicales. Reconozco que me encanta levantarme pronto, un poco antes de las 5:30, para saborear el frescor de la mañana y disponer de un tiempo silencioso para la oración antes de que comience el tráfago de la jornada. Abrir la ventana de par en par y sentir en la cara la caricia fresca de la brisa matutina es como una segunda ducha. La primera (la del agua) limpia y despierta; la segunda (la del aire) oxigena y tonifica tras el sopor de la noche. Es como si en pocos minutos uno rehiciera el bautismo (simbolizado por el agua que cae sobre el cuerpo) y la confirmación (simbolizada por ese aire del Espíritu que acaricia el rostro). Fortificado por ambos sacramentos naturales, uno está en condiciones de afrontar el día con dignidad (consciente de que somos hijos y no siervos) y con esperanza (confiados en que nada grave le sucede a quien camina por la vida abandonado en las manos de su Padre). ¡Buen comienzo de junio!

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