Hoy en Italia
celebramos el Lunedì dell’Angelo
o la Pasquetta. A esta hora las
calles están semidesiertas. Si el tiempo lo permite, hoy es normal que las familias
salgan al campo o a los parques para disfrutar de una excursión campestre (scampagnata) y, sobre todo, de una buena
comida al aire libre. Me gusta que la Pascua tenga aquí, como en tantos otros
países, su tornaboda. Es una manera
popular de señalar su importancia. Yo no podré salir al campo porque estoy terminando de preparar el retiro que mañana tengo con los claretianos de Italia al comienzo
de su asamblea trienal. He querido plantearlo a la luz de la Pascua.
Normalmente, cuando afrontamos la evaluación de nuestra vida personal, familiar
o comunitaria, solemos seguir tres esquemas. El primero –el más común– parte de
nuestros problemas (lo que no
funciona bien) con el objetivo de identificarlos y buscar las correspondientes soluciones. Es un procedimiento clínico. Se hace el diagnóstico
de las enfermedades y luego se buscan los remedios adecuados. El gran riesgo de este método es
que convertimos los problemas en el punto de partida. Sin querer, esta visión
negativa acaba contaminando el conjunto. Crea además la sensación de que nunca
logramos extirpar nuestros males, porque “problemas
siempre tendréis con vosotros”.
Hace unos años se
puso de moda otro esquema, que partía de las llamadas o desafíos que
nos presenta una determinada situación. A una llamada se le busca no tanto una
solución (como en el caso de los problemas) sino, más bien, una respuesta. Podríamos
decir que es un esquema vocacional (llamada-respuesta). La realidad en la que vivo me llama, me reta, y yo intento responder de la manera más efectiva
posible. Supone un avance, pero coloca el punto de partida fuera. Al final, la
desproporción entre los desafíos (que suelen ser enormes) y las respuestas (que
son siempre muy limitadas) es tan grande, que se puede generar frustración y
pesimismo. Un desafío, por ejemplo, es la venida de miles de inmigrantes a
Europa. ¿Cómo podemos responder? Nuestras posibilidades (personales, familiares
o comunitarias) son tan escasas que siempre tenemos la sensación de que no
estamos a la altura, de que casi no vale la pena plantearse retos tan descomunales.
Hay un tercer método –llamado
técnicamente Indagación
Apreciativa– que no parte de los problemas o de los desafíos sino
de lo que funciona bien en nuestra vida con objeto de apreciarlo (de ahí el nombre
del método), potenciarlo y lograr una visión personal y colectiva que cree
entusiasmo y active todos nuestros recursos personales y comunitarios. Por
hablar en términos bíblicos, se trata de sacar de nuestra cesta “los dos peces
y cinco panes” (cf. Mc 6,41) para que, con la ayuda de Jesús, se conviertan en
alimento para una multitud. El método exige, pues, indagar (de ahí su nombre), hacer preguntas que nos ayuden a
conocer mejor esos “dos peces y cinco panes” ocultos. Y luego apreciar lo que, a primera vista, parece
insignificante para descubrir todo el potencial que lleva dentro. Creo que este
método –limitado como todos– tiene una gran ventaja: parte de lo que ya
tenemos, no de lo que nos falta. Por eso, genera confianza, visión positiva,
anima a implicarse en un proceso de cambio y transformación. No es necesario
ser una persona superdotada. Todos los seres humanos hemos recibido dones que
podemos hacer fructificar.
Me parece,
además, que esta es la perspectiva que nos ofrece el misterio de la
Resurrección de Jesús que estamos celebrando en este largo tiempo pascual. Con
su triunfo sobre el mal y la muerte, Jesús ha inundado el cosmos y la vida de
cada uno de nosotros de “semillas de resurrección”. Llevamos dentro una vida nueva. Hemos sido agraciados con el
don del Espíritu Santo, “que hace nuevas
todas las cosas”. Si pudiéramos tomar conciencia de esta novedad, descubriríamos
que en cada uno de nosotros hay muchas potencialidades ocultas. No me refiero
solo a cualidades humanas, más o menos apreciables, sino, sobre todo, a dones
que Dios nos concede para hacer más feliz nuestra vida y la de los demás. Si
estos dones no se descubren y se ponen al servicio común, acaban pudriéndose. La
resurrección nos invita, pues, a practicar una suerte de indagación apreciativa en la bodega de nuestra interioridad. Nos sorprenderemos
de los vinos excelentes que atesoramos, muchas veces sin darnos cuenta. ¿Os imagináis cómo podría cambiar nuestra vida personal y familiar si siempre partiéramos de lo que funciona bien, de lo bueno que se nos ha concedido, para potenciarlo al máximo? El clima sería de alegría, confianza mutua y ganas de avanzar; es decir, de verdadera resurrección. ¡Ánimo, no nos conformamos con menos!
Como hoy estoy de muy buen humor, comparto una de las versiones de Granada que más me gusta: la interpretada por el tenor peruano Juan Diego Flórez.
Como hoy estoy de muy buen humor, comparto una de las versiones de Granada que más me gusta: la interpretada por el tenor peruano Juan Diego Flórez.
Buenos días, con un día de retraso, te felicito por la manera tan positiva con la que me ayudas. Saber apreciar nuestras cualidades y ponerlas a trabajar, por nosotros y por los que están a mi alrededor. Me gusta partir de este lugar, ayuda a crecer sin más y a confiar. Un agradecido abrazo.
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