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sábado, 1 de abril de 2017

Hola, abril

Hoy tendría que gastar alguna broma a los lectores del blog porque aquí en Italia se celebra el famoso Pesce d’aprile, que es el día de las bromas, pero creo que fue suficiente con la que gasté el pasado 28 de diciembre cuando anuncié mi destino a las islas Fiyi. Entonces, alguno estuvo a punto de reservar su billete de avión para ese paradisíaco destino. Así que hoy vamos a concentrarnos en algo más serio. Lo hago al comienzo de un día que ha amanecido radiante, de primavera explosiva. Las flores del jardín ya han reventado. Se respira un aire de resurrección cuando todavía no hemos terminado la Cuaresma. Os dejo con dos textos que hablan de la búsqueda de Dios. Siempre estamos luchando con algo que nos supera. Incluso cuando por diversas razones le damos carpetazo, hay algo dentro de nosotros que sigue clamando. Nadie puede eliminar de nosotros el anhelo de Dios. Lo llevamos de fábrica. 

El primer texto es una historia que se explica por sí misma.
Un día, un aldeano se acercó a un santón, que estaba meditando a la sombra de un árbol, y le dijo: “Quiero ver a Dios. Dime cómo puedo experimentarlo”.
El santón, como es típico en ellos, no dijo ni palabra, sino que siguió haciendo su meditación. El aldeano volvió con la misma petición al día siguiente, al otro, y al otro, y al otro... sin recibir respuesta, hasta que, al fin, al ver su perseverancia, el santón le dijo: “Pareces un verdadero buscador de Dios. Esta tarde bajaré al río a tomar un baño. Encuéntrate conmigo allí”. 
Cuando, aquella tarde, estaban los dos en el río, el santón agarró al aldeano por la cabeza, lo sumergió en el agua y lo mantuvo así durante un rato, mientras el pobre hombre luchaba por salir a la superficie. Al cabo de un par de minutos, el santón lo soltó y le dijo: “Ven a verme mañana junto al árbol”. 
Cuando, al día siguiente, acudió el aldeano al lugar indicado, el santón fue el primero en hablar: “Dime, ¿por qué luchabas de aquella manera cuando te tenía sujeto por la cabeza debajo del agua?”. “Porque quería respirar; de lo contrario, habría muerto”, respondió el aldeano. 
El santón sonrió y dijo: “El día en que desees a Dios con la misma ansia con que querías respirar, ese día lo encontrarás, sin lugar a dudas”.
El segundo es un texto de un teólogo medieval. San Anselmo, en su famoso Proslogion, nos invita a salir de nuestras ocupaciones habituales para seguir buscando con intensidad a Dios. Es un texto clásico que todavía hoy sigue hablando al corazón:
 “¡Oh hombre, lleno de miseria y debilidad!, sal un momento de tus ocupaciones habituales; ensimísmate un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de ti las preocupaciones agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas inquietudes. Busca a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno. Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; búscalo en el silencio de tu soledad. ¡Oh corazón mío! , di con todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor! Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! , enseña a mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte. Si no estás en mí, ¡oh Señor! , si estás ausente, ¿dónde te encontraré? Desde luego, habitas una luz inaccesible.
Pero ¿dónde se halla esa luz inaccesible? ¿Cómo me aproximaré a ella? ¿Quién me guiará, quién me introducirá en esa morada de luz? ¿Quién hará que allí te contemple? ¿Por qué signos, bajo qué forma te buscaré? Nunca te he visto, Señor Dios mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, este tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, atormentado con el amor de tus perfecciones y arrojado lejos de tu presencia? 
Fatígase intentando verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi maestro, y nunca te he visto. Tú me has creado y rescatado, tú me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Finalmente, he sido creado para verte, y todavía no he alcanzado este fin de mi nacimiento”.



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