Todos los años,
inexorablemente, se alzan voces críticas en los periódicos para denunciar el montaje de la Semana Santa. No importa
que se comience hablando del mito de Poncio Pilatos, del mito de Jesús, de
la invasión de las vías públicas con las procesiones o de los dineros que
mueven las cofradías en algunos lugares. Al final, se empiece por donde se
empiece, se quiere llegar siempre a la misma conclusión: Esto del cristianismo es un cuento. Déjenme en paz y dedíquense a otra
cosa. Como es lógico, a esta conclusión se llega después de intrincados
estudios científicos que desmontan
sin ningún género de duda la mentira sobre Jesús fabricada por la Iglesia
para conservar sus privilegios y mantener a las personas en un permanente
estado de infantil dependencia.
¿Cuántos siglos lleva sonando este disco? ¿No
se les ocurrirá algún argumento nuevo para que no suene todo a monserga enlatada?
Cualquier artículo de un periodista aficionado o de un sedicente investigador
adquiere más resonancia que los trabajos concienzudos que miles de estudiosos en
todo el mundo (arqueólogos, historiadores, exégetas, sociólogos, teólogos)
llevan décadas desarrollando y que han producido notables avances,
la mayoría de los cuales no son conocidos por el público. En fin, esto no
tendría mayor importancia si no fuera porque erosiona la confianza de los que
no disponen de información suficiente para contrarrestar la sarta de mentiras o
medias verdades que se difunden a través de internet. Sobre los comentarios de muchos
lectores en los foros digitales prefiero no hablar. Representan, por lo
general, un muestrario de tópicos rancios combinados con frases de mal gusto,
bastante odio y… muchas, muchas faltas de ortografía (como diría Gloria Fuertes
con una sonrisa socarrona).
¿Cómo vivir estos
días con verdad y profundidad? ¿Cómo tener una experiencia significativa del
misterio pascual? ¿Es necesario retirarse a un monasterio y compartir la
liturgia con los monjes? ¿Hay que apuntarse a una de esas innumerables Pascuas especializadas que se organizan en
diversos lugares? ¿Qué podemos hacer? Recomiendo tres caminos al alcance de
todos nosotros: leer en casa los relatos evangélicos de la pasión de Jesús,
participar en las celebraciones litúrgicas de nuestra parroquia o de una
iglesia que cuide la liturgia y reservar tiempos prolongados de silencio (en
casa, en una iglesia, paseando por el bosque, etc.). Lo demás se irá produciendo
como fruto maduro. La verdad no necesita aditamentos. Llega directa al corazón
cuando creamos las condiciones mínimas para acogerla. El Domingo de Ramos hablé
de tres
Semanas Santas en una. Los enfoques son diversos, pero el misterio es
el mismo: la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.
Todo comienza con
la misa “in coena Domini” en la tarde
del Jueves Santo, que
es como la obertura de todo el Triduo
Pascual. La liturgia nos presenta a Jesús celebrando una cena de
despedida con sus amigos. Bendice el pan y el vino, los reparte y les pide que
sigan haciendo ese gesto en memoria suya. En el relato de Juan que se lee en el
Evangelio, Jesús les lava los pies. Hay una Eucaristía ritual (basada en el
simbolismo del pan y del vino como expresión del cuerpo y la sangre de Jesús) y
hay una Eucaristía existencial (que traduce la entrega del cuerpo y la sangre
en actitud de amor y servicio). Ambas están unidas. No pueden separarse. Hay otros
muchos detalles que Fernando
Armellini nos explica con maestría, pero yo quiero concentrarme aquí.
En nuestro camino cristiano hablamos mucho de escuchar a Jesús para seguirlo. Su palabra se convierte en una guía para nuestro camino. Escucharlo es esencial porque “la fe viene por el oído”. Quizás hablamos menos de comerlo. La expresión suena fuerte, casi con resabios antropofágicos. Por eso la evitamos. Comer a Jesús significa entrar en profunda comunión con él a través de los símbolos que él ha escogido: el pan y el vino. Si acabamos siendo lo que comemos, quien se alimenta de él, acaba transformándose en él. Por eso, no hay verdadera transformación espiritual sin Eucaristía. No es un capricho nuestro. Él lo ha querido así. Cada año que pasa se me hace más atractivo este misterio. No solo escuchar a Cristo (liturgia de la Palabra) sino comerlo (liturgia de la Eucaristía).
En nuestro camino cristiano hablamos mucho de escuchar a Jesús para seguirlo. Su palabra se convierte en una guía para nuestro camino. Escucharlo es esencial porque “la fe viene por el oído”. Quizás hablamos menos de comerlo. La expresión suena fuerte, casi con resabios antropofágicos. Por eso la evitamos. Comer a Jesús significa entrar en profunda comunión con él a través de los símbolos que él ha escogido: el pan y el vino. Si acabamos siendo lo que comemos, quien se alimenta de él, acaba transformándose en él. Por eso, no hay verdadera transformación espiritual sin Eucaristía. No es un capricho nuestro. Él lo ha querido así. Cada año que pasa se me hace más atractivo este misterio. No solo escuchar a Cristo (liturgia de la Palabra) sino comerlo (liturgia de la Eucaristía).
Uno se hace pan
para ser comido, no para ser conservado en una panera o un frigorífico. Un
hombre o una mujer eucaristizados son
pan para el mundo, carne de entrega, servidores profesionales. Lavar los pies
es otro símbolo de ese abajamiento que supone ponerse a disposición de los
demás, estar siempre disponible, no convertir la propia agenda en la última
palabra; en definitiva, ser libres
para servir. Tanto en el caso del pan y del vino como en el caso del
lavatorio de los pies, Jesús termina diciendo parecidas palabras a sus
discípulos: “Haced vosotros lo mismo”. Tenemos, pues, una síntesis del camino
cristiano. Con Eucaristía y servicio hecho detalle concreto sabemos cómo
afrontar la vida. La experiencia me dice que cuando separamos estos dos
elementos que Jesús ha querido unir, comienzan los problemas espirituales. Servir
sin el alimento de la Eucaristía acaba siendo un esfuerzo titánico que nos desgasta.
Celebrar sin servir acaba convirtiéndose en una rutina que nos vacía. Que no
separen nuestras ideologías o nuestras inconsistencias lo que Jesús ha querido
que permaneciera unido.
Dentro de unos minutos
iré a la basílica de san Pedro para celebrar con el papa Francisco y miles de
sacerdotes de todo el mundo la Misa Crismal.
Daré gracias a Dios por haberme llamado al ministerio presbiteral en un día en
el que la Iglesia celebra también –en íntima relación con la institución de la Eucaristía
y el mandamiento del amor– la institución del ministerio ordenado. Quisiera ser
un hombre al servicio de estos dos tesoros que Jesús ha dejado a su Iglesia. Os
pido una oración por mí y por todos aquellos que, sin mérito por nuestra parte,
hemos sido llamados a servir al mundo y a la Iglesia a través del ministerio.
Mi oración ya la tienes. Mi solidaridad y unión también.
ResponderEliminarRezamos desde Rusia.
ResponderEliminarGonzalo, cuenta con mi oración. Oro por ti y doy gracias por tu vida y por tu ministerio que te lleva al servicio de todos... Gracias por tu testimonio.
ResponderEliminarGracias por tu reflexión.
Hubiera dado algo de mi para poder haber participando en tu misa crismal y dejar que la presencia de Cristo hubiera entrado en mi espiritu. Un abrazo
ResponderEliminarUna plegaria por los hermanos presbíteros que han perdido el sentido por abuso del mismo o por desaliento en su vocación
ResponderEliminarel amor, el perdon, la compasion
ResponderEliminaramigos, hermanos, servidores
sin miedo, confiados, cercanos
tres en uno ... feliz PASCUA!